José Rosell Villasevil - SENCILLAMENTE CERVANTES (XIV)

Y de nuevo las sombras

Dura y estrecha es la senda por do han de discurrir los elegidos; tortuosa, salpicada de abrojos y de espinas, sorteando terrenos pantanosos cuando no abismos que anublan los sentidos

Por JOSÉ ROSELL VILLASEVIL

Dura y estrecha es la senda por do han de discurrir los elegidos; tortuosa, salpicada de abrojos y de espinas, sorteando terrenos pantanosos cuando no abismos que anublan los sentidos. Miguel pasó por todas etas pruebas desde niño, y desde la adolescencia más temprana, por el sacrificio de una licenciatura en desgracias y un sabio doctorado en «duelos y quebrantos», aderezados con sonrisas poéticas, otras veces con ensueños idílicos.

Mal se presentaba el año 1556 para los Cervantes que, como ya dijimos, vivían en Córdoba -bajo la buena sombra del abuelo- tiempos muy felices «en paz y beneplácito de las gentes». Pero el viejo roble se les vino abajo de la noche a la mañana, y ahí quedaron de nuevo indefensos, un tanto a la deriva.

Ignoramos la fecha exacta en que se detuvo el corazón de don Juan de Cervantes («que gloria haya» dirá la esposa en su testamento), y el único dato que conocemos es que el 17 de marzo de ese año la Ciudad nombra, en su sustitución, como nuevo letrado a don Juan Pérez Madueño.

No fue mejor el siguiente de 1557, cuyas lluvias torrenciales arrasaron las cosechas augurando graves hambrunas, así como originando una epidemia de tabardillos. Y para que las desgracias no vinieran solas, se llevo por delante también a doña Leonor, la tan querida abuela paterna.

Por su testamento parece intuirse que hubo reconciliación, en artículo mortis, para aquel roto matrimonio que dividiera a la familia, y que los restos de don Juan fueron sepultos en el monasterio de Jesús Crucificado, donde, por expreso deseo, también lo fuesen los suyos para estar a su lado eternamente, y muy cerca también de las oraciones de su hija, sor Catalina, que allí tras los recios muros desgranaba el día a día en la monótona contemplación de lo impalpable.

A partir de estos hechos luctuosos encadenados, levanta la cabeza la endémica inestabilidad, perpetuo castigo de los Cervantes. La primavera-, que por esos parajes es tan bella, traía cara de tristeza para Miguel, pues entre otras cosas, sabe que pronto tendrá que abandonar su ya entrañable Córdob a, así como el Colegio de Santa Catalina con los ilusionados estudios por el reino apasionante de la Gramática.

El año precedente, con la muerte de don Juan, no solo se produjeron cambios en la familia y en el Consistorio cordobés, sino que importantes los hubo también en todo el Imperio; un giro que tanto afectara a España y aún al mundo occidental, con la muerte de Carlos V, el «Rayo de la Guerra», así como con la asunción definitiva al trono por su hijo, el joven príncipe don Felipe , el «Rey Prudente», a quien mejor cuadrara llamar «Rey Burócrata».

Ellos van a salir de su amada Córdoba en busca de nuevas experiencias, pero ¿hacia donde?, ¿cuándo?, ¿cuántos?, ¿en qué condiciones? No hay documentación alguna al respecto, y los biógrafos apuntan hacia la villa de Cabra, donde Andrés, el hermano menor de don Rodrigo, goza de tanto peso económico como social.

Como puede verse, sigue siendo preciso utilizar el método de don Gregorio Mayan s, y mucho más en este caso concreto, ya que entre el testamento de la abuela (10/3/1557), y un poder que don Rodrigo firma a favor de su esposa, en Sevilla (30/10/1564), no hay ninguna otra base documental. Busquemos, pues, los datos virtuales en la propia palabra de Miguel.

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