Andrés García Cerdán: Le bateau ivre
Tulaytula
Para Carmina, Olivia y Lea
Aunque apenas fuéramos cuatro,
ya al entrar por la Puerta de Bisagra
las cúpulas se habían rendido a nuestros pies.
El agreste laurel volcó sus ramas
en nuestro honor. Los ábsides, las termas
subterráneas, el sillar, la luz
que inundaba las sinagogas, todo
decía de repente en nuestra lengua
el nombre de las cosas. Había comenzado
la conquista. Ni ejércitos ni muros
podrían contenernos. En el mapa
del tesoro, el oscuro laberinto
herido de callejas, el silencio
de cuanto aquí hubo, su espera
a través de los siglos, el mármol
arrancado a las ruinas, el invierno,
la herrumbre ciega de la sombra,
el cielo devanado en rosas, todo
nos cupo en las palabras y en las manos.
Se apresuró la noche. Conocimos
la elocuencia de Garcilaso, el pan
horneado en la fiebre del convento,
la esquina que tal vez fue de Teresa de Ávila.
A manos llenas, todo. Y olvidamos
ofrendas en las urnas. Sobre el río,
sobre el granito del Zocodover,
las princesas cantaron sus canciones,
leyeron en sus cromos el futuro
y lucharon la lucha más hermosa
con mágicas espadas de madera.
Respondía yo al golpe, a la embestida
del amor, con el trazo
invisible de un beso dado al aire.
(Inédito)