Amador Palacios - ARTES&LETRAS CASTILLA-LA MANCHA
El soneto «Toledo» de Florbela Espanca
Abatida por la muerte de su amado, la poeta lusa decide ir a Toledo cruzando «los feraces valles portugueses, los desolados campos de Castilla»
Florbela Espanca, nacida en el Alentejo, en Vila Viçosa, en 1894, no lejos de la frontera española, es una referencia emblemática dentro del trascurrir de la rica literatura portuguesa . Con una salud quebrada desde muy pronto en un ánimo tormentoso, se suicidó, ingiriendo dos frascos de Veronal, el 8 de diciembre de 1930, día de su 36º aniversario. Literariamente independiente dentro del panorama generacional de su tiempo, escribió, como subraya Ángel Crespo, «una larga serie de sonetos repartidos en varios libros pero que forman una coherente unidad, algunos de los cuales se cuentan entre los más bellos de la lengua portuguesa». Pudiendo ser, como recalca la crítica, «una continuadora moderna de Rosalía de Castro, poeta a la que con seguridad tuvo que leer» (César Antonio Molina); situadas ambas en un mismo ámbito lingüístico galaico-portugués.
Florbela tuvo una dichosa infancia a pesar de que su padre, Juan María Espanca, casado con la estéril Mariana do Carmo, tuvo dos hijos, Florbela y Apeles, a los que durante años no reconoció, con una especie de madre de alquiler llamada Antónia Lobo. Aunque al parecer Antónia y Mariana se llevaban bien, siendo esta última la madrina de esa niña de padre desconocido. También mucho estimaba Florbela a Henriqueta de Almeida, una de las criadas de la casa a la que el padre se une y con la que después se casa. Reconocida al fin nuestra poeta por su padre después de fallecer Florbela, ya muerto el padre Henriqueta llega a ser la heredera universal de los derechos de su obra.
Florbela Espanca fue una mujer bien formada intelectualmente . Su padre, buen fotógrafo (habiendo abierto un prestigioso estudio en Évora) y uno de los pioneros que llevó el cinematógrafo a Portugal, la apoyó siempre para que estudiase. Hizo la primaria en su pueblo y el liceo en Évora, siendo de las pocas niñas que asistían a clase y, más tarde, de las poquísimas primeras mujeres matriculadas en la Universidad de Lisboa. Traducía del francés publicando sus traducciones en el mundo editorial portuense. Ejerció de profesora en Évora y Lisboa. Datos que refuerzan una avanzada consideración feminista en torno a ella. Y hasta un momento dado era una chica muy alegre. Su íntima amiga Milburges Ferreira defendía después de su muerte su jovial temperamento, precisando que la tristeza que escondía su alma la guardaba sólo celosamente para sus versos. Era guapa y poseía una atractiva silueta. Se casó tres veces, con un profesor, con un alférez de la Guardia Nacional Republicana, con un médico. Llegó a tener otros amoríos que soliviantaron sus matrimonios. Se frustró hondamente al padecer esos dos abortos que le impidieron tener hijos. Al cabo, una aguda neurosis, complicada con un edema pulmonar, pues fumaba mucho, la dominó hasta abocar a su trágico final. Ese desequilibro quedó muy tocado por la muerte de su hermano Apeles, apreciadísimo y muy amado por Florbela; Apeles, teniente de la Marina portuguesa, se suicidó haciendo precipitar el hidroavión que pilotaba en las aguas lisboetas del Tajo.
Su obra poética no sólo está influida por su frágil estado anímico, sino por su fervor al paisaje alentejano natal , extendido hacia todo el país (influida en esto por António Nobre) y sobre todo por esa persistente tendencia del pueblo portugués orientada a la mágoa, a la saudade, a la congoja, a la nostalgia, que no es más que un recóndito orgullo de destino frustrado en el que muchas veces Portugal se abriga. Dotada desde muy pronto con el don poético, a los ocho años escribe su primer poema, «A vida e a morte». Esa colección de sonetos en que su obra se encauza, se reparte en los tres libros que ella misma organizó para la imprenta: Livro de mágoas (1919), Livro de Sóror Saudade (1923) y Charneca em flor (1931). También autora de un diario y el libro de relatos Las máscaras del destino , ofrecido a la memoria de Apeles. A partir de 1934, cuando en Coimbra se publican los sonetos completos de Florbela, su obra no ha dejado de difundirse en el país vecino, fijando su recuerdo a través de la piedra, la música, el celuloide o el grafiti. En España disponemos de algunas buenas ediciones de su legado literario. Editoriales como Torremozas, Alborada, Editora Regional de Extremadura o Esquilo han reeditado en castellano su recóndita e importante obra, aportando provechosos trechos biográficos. De este haz quiero destacar la antología que el poeta Ángel Guinda, ducho en la traducción de poesía en portugués (tanto portuguesa como brasileña), elaboró agrupando sus poemas en una deliciosa compilación de 69 sonetos a la que el vate zaragozano tituló Las espinas de la rosa y que publicó en 2002, en edición bilingüe, la editorial maña Olifante, vigente y muy activa. Aquí el mérito es doble, pues a la calidad de la poesía de Florbela Espanca se une el cuidado del traductor-poeta, donando realmente nuevos y grandes textos incorporados al acervo español al traducir los de Florbela. Guinda, con admirable síntesis, informa: «Su existencia fue un peregrinaje en llamas por el desierto de la realidad en busca de lo ideal».
Todas las cronologías sobre la autora dan cuenta de sus diversas estancias en varias poblaciones portuguesas, pero ninguna de las muchas que he manejado refiere que la poetisa viajara fuera de Portugal. Por eso es de gran interés su soneto dedicado a Toledo, incluido en su libro Charneca em flor (Erial en flor), de aparición póstuma, publicado por su valedor Guido Battelli. Es posible que la autora, siguiendo modas de la época, contemplara en libros, de carácter romántico, grabados representando a la Ciudad Imperial, muy decadente entonces, aun conservando su inefable intemporalidad. Y pudiera ser también que Florbela viese Toledo en fotos de su padre, que había viajado por Europa realizando daguerrotipos . Ya en un relato de Las mácaras del destino, «Las oraciones de Sor María de la Pureza», el personaje Mariazinha, abatida por la muerte de su amado, decide ir a Toledo cruzando «los feraces valles portugueses, los desolados campos de Castilla», para ingresar en un convento de monjas; reflejando el ambiente de la ciudad de modo insuperable: «Llegó a Toledo una mañana de lluvia. La ciudad, monástica y triste , parada en la evolución de los siglos, tan curiosa con sus calles estrechas y tortuosas, sus arcos, sus escaleritas, su aspecto severo de monja…». Es algo sospechoso que dé tan precisos detalles sin haber estado nunca en la ciudad. En todo caso, su admiración a la «peñascosa pesadumbre» es intensa, arrobadora. Comienza su poema afirmando: «Diluido en una copa de oro ardiendo / Toledo es un rubí». Son los tercetos los que atesoran una gran emoción ante la imponente presencia toledana, estuviese Florbela o no en Toledo: «Ajusto la mirada donde subsiste / un aviso romántico, vago y mudo. / Un gran amor es siempre grave y triste. // A lo lejos brilla el esmalte azul del Tajo… / Yergue al cielo una torre un grito agudo… / Tu boca me deshace en un beso». Estrofas que contienen el paradigmático verso de Florbela: «Um grande amor é sempre grave e triste». ¡Un gran amor es siempre grave y triste!»
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