Martín Sotelo - ARTES&LETRAS CASTILLA-LA MANCHA: HACERSE EL VIVO
El reencuentro
De la mano de una bruja volví a la ciudad donde nací, la ciudad de los muertos, para dejarme guiar por sus hechizos
Los escuchaba cada mañana, mientras me quitaba las legañas, en el bus de camino a Illescas. Los viajeros con destino a Toledo iban por lo general a algo malo , casi siempre al hospital a ver a algún familiar accidentado o enfermo, y los que se dirigían a Madrid, en dirección opuesta, iban de compras o a pasar el día. Todo lo malo y urgente parecía darse en Toledo (hospitales, tramitaciones burocráticas, exámenes) y todo lo bueno y relajado en Madrid (juergas, metro, paseos, bares, compras).
Me fui, pues, a Madrid, con 18 años . Una vida absurda de estudios que no me gustaban, de mentiras para impresionar a mis nuevos compañeros valiéndome del anonimato, de mendigo tirado al pie de una boutique de lujo, de deshumanización, confusión y ansiedad , de prisa contagiada por los siempre atareados viandantes, de agujero infestado de tacones, vómitos, toses, ascensor y sirenas de ambulancia y policía. En esa soledad asediada de tentaciones nació el impulso definitivo de ponerme a escribir en serio , es decir, de buscarme y conocerme. Ardua tarea, sobre todo cuando uno se empeña en encontrarse donde nunca se halló . Todo, como suele pasar, es más fácil y está presente en nosotros desde el origen, aunque no sepamos (o no queramos) verlo.
De la mano de una bruja , rescatada del infierno tras ser torturada por la Inquisición, volví a la ciudad donde nací , la ciudad de los muertos, para dejarme guiar por sus hechizos, mapa y piel, unas manos encantadas arreglándome el pelo mientras degustamos el brebaje mágico. Por sus retorcidas callejas deambulo como si deambulara por mi mente , reconociéndome en los riscos serenos sobre el río cansado y viejo, en el revoltijo de ventanas y tejados enfrentándose por ganar un poco más de luz, un poco más de sombra, en el solitario embarcadero bajo la luna antigua , en las emboscaduras de circunvalaciones, puentes y ventas, en los rodeos nocturnos preñados de ecos fantasmales, en el transcurrir ondeante de cumbres y cuevas, socavones y cimas, en las fachadas tanto más imperturbables cuanto más desesperado sea el secreto que esconden, en la firmeza resignada de las piedras , en cada callejón sombrío que embocamos sin saber qué aguardará al final aunque lo hayamos traspasado ya tantas veces, si un ángel o un demonio, una vieja enlutada o una escolar de rumbosas coletas, un chasquido de clausura o un beso de amantes, una pared ciega o tal vez esa terraza que aún se presta al mordisco de un otoño cálido, y en una de cuyas mesas acabaré por sentarme para observarte a hurtadillas mientras apuro el bebedizo y concluyo que sí, que también me reconozco en la gelatina de tus ojos abatidos pero audaces y en esa risa de jazmín caliente que te apresuras a ocultar con una mano pudorosa, como si temieras que tus carcajadas , colándose entre tus dedos, pudieran resquebrajar los venerables muros de los templos.