Esbozos para una crónica negra de antaño (XL)

Quintanar y Toledo, asesinatos en Carnaval

En 1900 Mauricia Bargueño, de treinta y cuatro años de edad y que regentaba una taberna establecida en Zocodover, fue asesinada y, seis años después, en 1906, un hombre, Prisco Torrres, fue apuñalado por una máscara en la localidad toledana

Postal editada en 1903 por «Purger & Co» mostrando una vista de la esquina de la plaza de Zocodover con la calle de Barrio Rey, donde abría sus puertas la taberna regentada por Mauricia Bargueño (Foto, Archivo Municipal de Toledo ABC

ENRIQUE SÁNCHEZ LUBIÁN

Los últimos días han sido pródigos en celebraciones festivas en numerosos pueblos de nuestra región. El carnaval en tierras manchegas tiene carácter propio y, en numerosos lugares, sorprende a quienes lo conocen por primera vez. Muy afamados son los de Miguelturra, Tarazona de la Mancha, Villarrobledo, Herencia, La Roda, Miguel Esteban, Villafranca de los Caballeros o Quintanar de la Orden . En esta última localidad toledana, donde mañana finaliza su programa del presente año con un gran concurso regional de carrozas y comparsas, recala hoy esta crónica, para recoger un luctuoso suceso que empañó las carnestolendas de 1906.

En 1906, la localidad de Quintanar de la Orden vio alterados sus carnavales por el homicidio perpetrado contra Prisco Torres (Foto, Archivo Diputación Provincial de Toledo

En la tarde del martes 27 de febrero, la animación en las calles de Quintanar de la Orden era grande. Numerosas personas disfrutaban de la fiesta de máscaras, que tenía en los bailes organizados en círculos como «La Amistad», «Artesano», «Republicano» o «La Protectora» algunos de sus enclaves más destacados. Poco a poco entre quienes participaban en estos festejos comenzó a extenderse una dramática noticia: un hombre, Prisco Torrres, había sido apuñalado por una máscara. El agredido recibió heridas en la región inguinal derecha. Poco después, como autora del ataque, fue detenida Inocenta Facunda García Molina.

Tiempo atrás, Inocenta Facunda había mantenido relaciones con Prisco, hasta que éste marchó a cumplir el servicio militar. Estando en filas, en el Regimiento de Infantería de la Reina, ella supo que estaba embarazada. Al conocer su estado, le mandó una carta comunicándole la nueva, pero la respuesta de él no fue nada halagüeña. Meses después, Inocenta Facunda dio a luz a una niña.

Con la pretensión de que Prisco reconociese a la criatura, durante uno de sus permisos, ella fue a verle a una tierra que él estaba labrando Se negó terminantemente. Ante esta situación, y aprovechando los días de carnaval, Inocenta Facunda, disfrazada, salió a la calle en busca de su ex novio. En medio de un gran gentío, lo encontró presenciando el desfile de máscaras. Se situó tras él, dándole una palmada en el hombre. Sin que apenas le diese tiempo a reaccionar, le acometió con una navaja. Una de las puñaladas le afectó al íleon, en el intestino delgado; la segunda, en el centro del pene. A las pocas horas falleció. El luctuoso suceso fue recogido en las páginas de diferentes publicaciones provinciales, como el «Heraldo Toledano» o «El Día de Toledo », donde el suelto de lo acontecido fue titulado con el expresivo titular de «Una bravía».

Nueve meses después, la agresión fue juzgada en la Audiencia Provincial de Toledo. La vista se celebró a puerta cerrada. El fiscal, señor Santugini, calificaba los hechos como asesinato con la concurrencia de alevosía, así como las agravantes de premeditación. Frente a esas circunstancias, también apreciaba como atenuantes, arrebato y obcecación. La defensa argumentó, entre otras cuestiones, que ella actuó en legítima defensa de su persona y derechos. Asimismo, el letrado remarcó que Inocenta Facunda había obrado así por miedo, toda vez que al darle el golpe en el hombro a Prisco, éste le devolvió una patada, lo que le obligó a defenderse de la agresión, máxime cuando, según dijo el abogado, él le había proferido anteriormente amenazas de muerte si se le acercaba. Expuso, finalmente, que su defendida no había tenido intención de causar un mal de tanta gravedad.

Tras su deliberación, el jurado consideró que no hubo agresión ilegítima, ni que la procesada tuviera intención de matar, considerando la muerte de Prisco como la consecuencia de una imprudencia temeraria. Escuchado su testimonio, el fiscal solicitó que sus miembros volviesen a debatir el veredicto. Tras la nueva reunión, sus miembros consideraron a Inocenta Facunda como autora de un delito de homicidio por imprudencia. De acuerdo con ello se le impuso una pena de dos años y un día de prisión correccional.

Semejante sentencia fue recogida con sentimiento de rechazo por parte de la opinión pública. Así, en las páginas del «Heraldo Toledano» se insertó un duro comentario, bajo el título de «Las mujeres que matan», considerando que la actitud de Inocenta Facunda respondía a un afán de venganza y «mujer que mata, y mata con alevosía, es uno de tantos criminales, no un ser de nobles sentimientos».

La tabernera de Zocodover, degollada

Impune, sin embargo, quedó un asesinato cometido en la ciudad de Toledo seis años antes, también durante la celebración del carnaval. La víctima fue Mauricia Bargueño , de treinta y cuatro años de edad, quien era muy conocida en la capital, donde regentaba una taberna establecida en la Plaza de Zocodover, esquina con Barrio Rey. El suceso ocurrió en la madrugada del lunes 5 de marzo de 1900, cuando un buen número de toledanos se encontraban disfrutando del baile de Piñata en el Teatro de Rojas.

A la una y media de la madrugada, Pedro Gutiérrez , sereno que prestaba servicio en la zona centro de la capital, se percató de que la puerta de la taberna de Mauricia se encontraba abierta. Creyendo que ella estaría aún en el establecimiento, entró en el mismo, llamándola repetidamente. Al no obtener respuesta subió por la escalera que conducía a su domicilio, encontrando la puerta de acceso abierta. Al llegar a su dormitorio, la encontró degollada.

La noticia no tardó en ser conocida por cuantos disfrutaban de las fiestas carnavalescas, causando gran impresión, ya que, por su privilegiada ubicación, la taberna de Mauricia era muy frecuentada. Reconocido el cadáver por el juez de guardia, se comprobó que presentaba tres heridas incisivas en el cuello.

En una alcoba aledaña a donde fue encontrada la víctima, dormía una sobrina suya, de unos quince años de edad, quien no pudo dar ningún dato que ayudase a las gestiones del juzgado. Declaró que sobre las doce de la noche dejó la taberna, donde estaba empleada como criada, y subió a su dormitorio, quedando su tía en la planta baja.

Una vecina, vendedora de cintas, conocida como Manuela «La Gallega», solamente dijo que por el patio interior de la vivienda escuchó toser a Mauricia. Y, otro inquilino de la casa, Mariano Plaza, grabador de oficio, tampoco notó nada extraño durante la noche.

En la inspección ocular del dormitorio de Mauricia , la policía comprobó que dos de los cajones de la cómoda, cuyas llaves estaban puestas, se encontraban completamente revueltos. Sobre una de las sillas había un cofre abierto con 1,50 pesetas en monedas de plata. Una escudilla de madera donde la víctima solía dejar la plata que entraba en el mostrador estaba vacía sobre la mesilla. También se echó en falta una pequeña talega con la calderilla del día.

Sorprendentemente, en uno de los cajones revueltos se encontró una caja con cubiertos de plata y varias alhajas. En otros dos, permanecían intactas las ropas blancas planchadas y un bote de tapioca con cincuenta pesetas en plata y cinco billetes de 25 pesetas. A la vista de ello, comenzó a sospecharse que el autor, o autores, de la muerte se llevaron solamente algunas monedas con la intención de confundir a la policía y ponerles sobre la falsa pista de que el robo fue el móvil del ataque a la tabernera.

Con intención de aclarar la muerte de Mauricia, se detuvo a varias personas: Agapito Juarros, su marido, quien al cometerse el crimen se encontraba fuera de la casa prestando servicio laboral como vigilante de consumos; una mujer llamada Eugenia, de quien se decía que mantenía relaciones con el anterior; la cintera Manuela; un hombre conocido con el sobrenombre de «Pelabuches»; otro llamado Marcelino , carpintero de profesión; Mariano Plaza, el grabador; y otro hombre que también vivía en la casa, apodado «El Tinajero».

A pesar de que en la calle se rumoreaba que algunos de ellos habían cantado de lo lindo y que, incluso, uno estaba claramente incriminado por tener las ropas manchadas de sangre, lo cierto es que poco a poco fueron puestos en libertad por no encontrarse pruebas contra ellos que les relacionasen con la muerte de Mauricia.

Ante tal circunstancia, una semana después, desde las páginas del semanario republicano «La Idea», se insistía en la inquietud existente en la ciudad ante la falta de respuestas sobre quién mató a Mauricia. «Para los toledanos –se decía- este crimen tiene un motivo de especial tristeza, porque todos podíamos envanecernos de vivir en la población donde la honradez era la costumbre […] Toledo era un pueblo honrado, incapaz del crimen infame, si deja de serlo, a todos nos corresponderá algo de vergüenza general». Pese a tan sentido lamento, pasaron los días y quien mató a la tabernera, consiguió escabullirse en el anonimato, quedando impune su criminal acción.

Enrique Sánchez Lubián, escritor y periodista
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