Esbozos para una crónica negra de antaño (XXXIX)
Parricidio por un rasgo de honradez
Un campesino de Santa Cruz de Retamar marchó a coger leña al monte acompañado de su hijo, y éste asesinó a su padre con una azuela
El domingo veintiséis de febrero de 1905 el ayuntamiento de S anta Cruz del Retamar celebró una sesión plenaria muy especial. El alcalde Venancio Lahera convocó a sus concejales para condenar la muerte violenta de uno de sus convecinos, Juan Sánchez Vallejo, quien seis días antes había sido asesinado por un hijo suyo, y testimoniar el más absoluto repudio hacia la persona del criminal, lanzando contra él «el estigma de mal hijo de este pueblo, que por desgracia para este honrado vecindario le viera nacer». El móvil del crimen, como más adelante veremos, fue un rasgo de honradez del pobre Juan, labrador de oficio.
La víspera de reunirse el consistorio churriego, los lectores de «El Día de Toledo» conocieron las primeras noticias del crimen. «En Santa Cruz del Retamar -se decía- se ha descubierto un crimen cometido el día veinte del actual. Un campesino marchó a coger leña al monte acompañado de su hijo, y éste asesinó a su padre con una azuela. Después arrastró el cadáver a alguna distancia hasta encontrar un árbol donde colgar el cadáver para simular su suicidio. Descubierto el hecho, ha declarado el hijo, acusando a su madre como instigadora del hecho». El parricida se llamaba Mariano Sánchez Guerra y su madre Estanislada Guerra.
Juan Sánchez era reconocido en el pueblo como persona honrada y de gran bondad. Tiempo atrás había recibido un préstamo de 275 pesetas de un tío de su mujer, Marcelo Guerra. Fiel cumplidor de sus compromisos, deseaba devolver tal cantidad, pretensión a la que se oponían Estanislada y Mariano. Las discrepancias familiares, por ello, eran frecuentes.
El día veinte de febrero, Juan salió de su casa con dos burras para dirigirse a labrar unas tierras sembradas de trigo que tenía en el paraje llamado Guadalpisa. Tras él, al poco rato, le siguió cautelosamente su hijo, quien se dirigió hacia allí por diferente camino. Al darle alcance, «se arrojó ferozmente sobre él, habiendo cogido antes la azuela que al yugo llevaba, y sujetándole del cuello le asestó dos golpes contundentes». S u muerte fue instantánea. Fallecido su padre, cogió el cuerpo y cargándolo sobre su espalda lo llevó debajo de una encina. Utilizando los ramales de una de las burras, colgó el cadáver de una rama, dejándolo apoyado sobre sus rodillas
Cumplido su propósito, volvió por el mismo camino y se hizo el encontradizo con varios labradores, a quienes preguntó si habían visto a su padre. Estos le dijeron que un rato antes había pasado en dirección a Guadalpisa, y hacia allí marchó Mariano . Poco después regresó corriendo, con un pañuelo en la cara, pasando de largo por delante de estos trabajadores. Iba camino de su casa, a donde llegó sofocado y diciendo que había encontrado a su padre colgado de un árbol. Ante tal situación, la madre le pidió que se acostara y se abrigase para evitar enfriamientos, ya que venía sudando.
La coartada urdida habríase mantenido en el tiempo, si no fuera porque su criminal acción había sido presenciada por un inesperado testigo: un niño llamado Manuel Guerra, conocido por «Pichirri », quien iba al monte a coger leña. Divisando a lo lejos que por el camino venía un hombre montado a caballo y creyendo que el jinete podría ser un guarda, abandonó el sendero y cruzó por el monte para salir al camino llamado de Linares. Allí llegó en el crítico momento en que Mariano asestaba los golpes a su padre con la azuela. Mudo de terror, el pequeño se escondió entre la maleza, presenciando el desenlace del cruel parricidio. Cuando horas después el cabo de la Guardia Civil , Tomás Villarrubia Callejo, detuvo a Mariano, hubo de emplearse a fondo, junto a los números del puesto, para que los vecinos no le agrediesen mientras era trasladado, entre «denuestos e improperios», a la cárcel de partido.
El juicio por este asesinato se celebró en la Audiencia Provincial a finales del mes de noviembre de 1906. En el banquillo de los acusados se sentaron Mariano y su madre, ésta en condición de encubridora. En las páginas del «Heraldo Toledano» fueron presentados como «un hijo feroz por sus instintos y una madre que solo indiciariamente puede presumirse de su confabulación con el hijo, para dar muerte a su esposo y padre de aquel». La estrategia de la defensa se centró en intentar cuestionar las declaraciones del niño Guerra, quien fue sometido a varios careos, pero en nada enmendó su versión respecto a lo dicho en su día ante la Guardia Civil. Oídos los diferentes testimonios, el fiscal retiró la acusación contra Estanislada, por no encontrar pruebas suficientes para mantenerla. Concluidas sus sesiones, el jurado popular consideró que Mariano era culpable de un delito de parricidio con las agravantes de alevosía y en despoblado. De acuerdo con tal veredicto, el tribunal dictó sentencia de pena de muerte.
Conocida la misma, en las páginas del semanario antes citado se insertó un artículo, bajo el título «Patología Moral», en el que se reflexionaba sobre el comportamiento de este joven de veinticuatro años de edad, concluyendo que «hijo que mata a su padre, sin graves motivos que perturben su razón y sin que sus actos sean consecuencia de ceguedad de su razón en el momento, es un enfermo moral, enfermo del sentimiento, o una fiera; pero de cualquier modo hay que separarlo, sea como sea, de la sociedad, poniéndole condiciones de que no produzca daño a sus semejantes o sea pernicioso ejemplo para la sociedad».
Mariano Sánchez Guerra recurrió, sin éxito, la sentencia condenatoria, llegando incluso en casación ante la Sala de lo criminal del Tribunal Supremo, no consiguiendo que la pena le fuese revocada. En abril de 1908, con motivo de la festividad del Viernes Santo, el rey Alfonso XIII concedió su tradicional indulto a once presos que en toda España estaban esperando a ser ejecutados. Mariano era uno ellos . Su condena le fue conmutada por la de cadena perpetua.