Rafael del Cerro Malagón - ARTES&LETRAS

Una obra del pintor Gregorio Toledo en el Castillo de San Servando

La capilla la decoró con 52 años de edad. La composición la marca un eje central de luz celestial en torno a la que aparecen dos grupos de figuras sobrevoladas por ángeles flotando en el aire

Ángeles sobrevolando la comunión de Fernando III en la capilla de San Servando RAFAEL DEL CERRO

RAFAEL DEL CERRO MALAGÓN

En octubre de 1958 comenzaba el curso escolar del Colegio Menor San Servando de Toledo en el castillo del que había tomado el nombre y había sido rehabilitado por impulso del Frente de Juventudes, desde 1950, con el decidido apoyo del entonces gobernador civil, Blas Tello y Fernández Caballero (1908-1984). Una vez adaptada la antigua fortaleza, la vida colegial se desarrollaría hasta 1981.

El proyecto constructivo debía encajarse dentro del viejo perímetro amurallado, un espacio despejado desde siglos atrás, si bien era necesario levantar nuevas instalaciones para atender debidamente a los alumnos internos que allí llegasen. Un primer boceto lo firmó el arquitecto Eduardo Lagarde Aramburu (1883-1950), técnico de la Dirección General de Regiones Devastadas en Toledo que, al fallecer poco después, retomó José Manuel González Valcárcel (1913-1992). El nuevo plan conformó un edificio anejo, junto a la subida al Hospital Provincial, que acogería ciertas dependencias auxiliares además del gimnasio y la capilla. Esta última tendría un tratamiento artístico singular pues, en la cabecera de la nave prevista, se suprimieron los ángulos de las paredes y el techo con el objeto de crear un fondo que se aproximarse a una bóveda de horno o de cuarto de esfera. Sobre este paramento encalado, tal vez en la primavera o verano de 1958, el pintor canario Gregorio Toledo Pérez creó un mural con el tema de La última comunión de Fernando III el Santo . Sin duda que el asunto elegido tenía una plena justificación, pues aquel monarca castellano (canonizado santo por el Papa Clemente X, en 1671), se le consideró patrón de la juventud española en la posguerra civil, celebrándose su festividad, cada 30 de mayo, con actos de todo tipo en los ámbitos que gestionaba directamente el Frente de Juventudes.

La obra de Gregorio Toledo recogía los momentos postreros de Fernando III fallecido en Sevilla, en 1252, detallados en la Crónica General de España de Alfonso X . En aquel trance, el Rey, rodeado de la Corte, se despojó de sus regias vestimentas y, con una soga al cuello como signo de renuncia al poder alcanzado en su vida, recibió la comunión de manos del obispo Raimundo de Losana. Este pasaje ya fue un asunto cultivado por la pintura historicista del siglo XIX. La menos fiel a la Crónica la firmó, en 1832, el sevillano José Gutiérrez de la Vega (1791-1865) mientras que, más cercanos al relato, fueron las obras de Alejandro Ferrant y Fischermans (1843-1917) y de V irgilio Mattoni de la Fuente (1842-1923), ésta última dotada de una teatral solemnidad.

Sobre el pintor Gregorio Toledo Pérez (Villa de Mazo, municipio de La Palma, 1906-Madrid,1980) hemos de señalar que anterior a su trabajo en el castillo de San Servando, ya pasó por la ciudad, entre 1939 y 1942, para recomponer las vidrieras de la Catedral dañadas por la guerra civil. Gracias a la prolija investigación de María Victoria Hernández Pérez, publicada en Anales Toledanos (2007), se puede recorrer la apretada biografía de este artista que, desde 1925, «con apenas 18 años» recaló en Madrid para abrirse paso en el mundo de las artes, formándose también como pintor sobre vidrio en una acreditada empresa. Participó en numerosas exposiciones y salones de temporada, además de ejercer la docencia en un instituto de Barcelona. Fue amigo de Jiménez de Asúa, Lorca, María Zambrano y Joaquín Entrambasaguas . Este último le facilitaría, en 1939, el encargo catedralicio ya aludido, pues entonces, Juan de Contreras y López de Ayala, marqués de Lozoya, como director general de Bellas Artes, buscaba a quién encomendar la rehabilitación de los antiguos vitrales catedralicios toledanos.

Para realizar aquel cometido -en un taller habilitado en la propia Catedral-, Gregorio Toledo residiría en la ciudad (en la calle de Santa Justa, 15) acompañado de su esposa, también partícipe en el mismo encargo, Helia Escuder , y su pequeño hijo José María. La falta de puntualidad en los pagos concertados llevó a la familia a una acuciante estrechez económica. El matrimonio se implicó de lleno en el trabajo artístico a la vez que lograron plaza como profesores interinos en el Instituto de Enseñanza Media para percibir un corto sueldo como apoyo. La falta de materias primas y de otras ayudas prometidas para tan sutil tarea, determinaron que la familia abandonase Toledo en 1942. Poco tiempo después, nuestro artista lograría una importante beca, encadenar distintos encargos pictóricos, varios premios, una plaza como catedrático -que no llegó a ocupar-en la Escuela Superior de Bellas Artes de Sevilla, y ganar, en 1954, la cátedra de Colorido y Composición en la de San Fernando de Madrid donde se jubilaría.

La capilla de San Servando la decoró con 52 años de edad. Desconocemos los términos en que se planteó este cometido. La composición la marca un eje central de luz celestial en torno a la que aparecen dos grupos de figuras sobrevoladas por ángeles flotando en el aire. En la mitad izquierda del mural, el obispo Raimundo se aproxima hacia el Rey con la comunión acompañado de un acólito y varios monjes de blanco hábito. En la mitad contraria, Fernando III aparece arrodillado ante su familia y un grupo de caballeros de los que sólo el situado en el límite derecho mira al espectador ¿Es acaso un autorretrato de Gregorio Prieto o el de algún otro personaje conocido del autor? Igual pregunta cabe hacerse al observar que, entre las figuras del lado izquierdo, una cara encapuchada muestra unos rasgos que denotan una expresión concreta, en nada impersonal. Ante estas posibilidades puede tener sentido la alusión que escribió León del Cerro en la revista Toledo, Semanario de Información Provincial , en 1959, cuando señalaba que en esta obra mural «queremos recordar caras toledanas».

El tiempo hace que ahora esos posibles retratos se transformen en enigmáticas identidades congeladas en la pared desde hace casi sesenta años. Por desgracia, también el tiempo, en forma de manchas calizas provocadas por la humedad, ha hecho mella física en el mural de Gregorio Toledo que hoy mira al espacio, ya transformado, en salón de actos. Una obligada restauración ayudaría a mantener la obra de un artista cuya primera actuación en la Catedral de Toledo también había quedado sumida en el olvido público, a pesar de las tareas aquí efectuadas en años recientes.

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