ARTES&LETRAS CASTILLA-LA MANCHA

Nadie lo diría

«Este diario de José Luis García Martín puede producir adicción. Tómese en pequeñas dosis»

Biblioteca de Hilario Barrero

POR HILARIO BARRERO

Nandie lo diría es el último Diario publicado en Renacimiento por José Luis García Martín y posiblemente sea el mejor. Un libro para reflexionar, indignar o asombrar. Aquí el lector encontrará «algo de malicia, ninguna bondadosa bobería, media cucharada de lirismo, una impertinente curiosidad, unas pocas gotas de erudición…». García Martín se las gasta así: feliz cuando lleva la contraria, cuando echa leña al fuego , cuando te contradice aunque sepa que llevas razón. Y aunque le gusta dar la cara, siempre va con la máscara puesta, no porque tenga miedo al navajazo enemigo o a la bofetada (como en un tiempo un escritor chulillo le quiso dar) sino porque así puede ver de otra manera la vida.

Es maestro en crear presencias donde hay ausencias y fantasmas donde hay realidades y deseos . Sueños donde hay vida y vidas que son de humo. Él sabe que todas las vidas son vulgares, pero que solo aburren las que se cuentan mal . Sabe muy bien cómo volver inolvidable su propia vida, porque él sabe contar la suya como nadie. Es maestro en heterónimos y se ha pasado parte de su vida «jugando con fuego». Poeta y profesor, cascarrabias y demonio, hedonista y vanidoso. Es un escritor de provincias a mucha honra, aunque haya publicado en los mejores periódicos y revistas de los madriles. Inteligente ni se sabe, tan brillante que deslumbra, siempre poseedor de la verdad. H a bajado a infiernos donde hubiera podido condenarse y ha subido a palacios donde ha comido con reyes y reinas. Estuvo en la cárcel y, aunque es ateo, en ocasiones, sueña con una celda en algún monasterio .

Se pone corbata, el niño que iba al Instituto Carreño Miranda , para asistir a saraos monárquicos y le sienta bien la anarquía . Prefiere el agua al vino y una buena hamburguesa, digamos en Le Monde, un restaurante neoyorquino cerca de donde vivió Juan Ramón Jiménez , con amigos con los que discutir. Es presumido a su manera y narcisista y le gusta posar cuando alguien le va a hacer una foto. Colecciona ventanas, ya se sabe, pero también tiene un museo de su ego y de su rostro y si se pierde que le busquen en Venecia . Le encanta la falsa vanidad. Y todo el mundo sabe que es alérgico a la falsa modestia. A veces, en esas madrugadas como cuchillos, se pierde en la gran ciudad para reaparecer con una sonrisa. Ve venir al toro de la envidia y la mediocridad y sabe torearlo como si fuera un Mihura , aunque en realidad es un cabestro oportunista que se aprovecha del pasto de la capital.

Le adulan los que esperan una miaja de su ingenio y su poder, aunque él insiste, con falsa modestia, en que es insignificante y que hay colegas que prefieren una reseña de un periódico capitalino, que vende libros, que «un análisis de quien ha leído atentamente su versión». Los que le conocen saben de su generosidad sin límites, desde haber adoptado una silla (para que los que no tienen sitio en la gran ciudad se sientan arropados) en una rica y elegante iglesia de Nueva York, a ser mecenas de artistas.

Posiblemente sea el mejor y más representativo diarista de estos últimos años . Sobre todo lo es, no porque siga en la brecha desde 1989 y haya publicado dieciocho volúmenes, sino por lo que calla, por sus silencios, por lo que el lector (inteligente) debe leer entre líneas. Eso: el lector inteligente. Y aunque va diciendo por ahí que solo escribe para entretener, no le crean , él en realidad está escribiendo «para permanecer, para dejar constancia de mi tiempo, para aclarar los enigmas del hombre y del mundo, para algo transcendental que hay que pronunciar con voz engolada y puedan luego repetir los periodistas y los estudiosos del género». Uno espera que este hombre y escritor imprescindible, aunque nadie lo diría, se levante cada mañana «como si fuera el primer día de la creación ».

Aviso: El reseñista advierte de que este libro puede producir adicción. Tómese en pequeñas dosis.

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