Beatriz Villacañas - ARTES&LETRAS CASTILLA-LA MANCHA

Lugar para el reencuentro (72): Adiós amigo. A José Rosell

¿Cómo habrá expresado Cervantes la alegría de encontrarse por fin con quien le ha descubierto tantas cosas de sí mismo?

José Rosell Villasevil

POR BEATRIZ VILLACAÑAS

Querido José, la noticia de tu partida de este mundo me impele con fuerza a escribirte esta carta . Nuestra amistad ha sido, y seguirá siendo, uno de esos tesoros heredados del legado de mi padre: el legado de sus amigos, esos amigos verdaderos que habéis sabido siempre caminar junto a nosotros por las distintas geografías de la vida. Juan Antonio Villacañas y tú, querido Pepe, Don José Rosell , sabio cervantista, caminasteis unidos por esa amistad poderosa que sabe unir a las grandes almas. Cuántas calles de Toledo habrán sido testigo de vuestros pasos y guardan aún el eco de vuestras voces y de vuestras risas. Os unieron el amor y el humor: amor por la literatura, por la belleza que habita en la vida, esa belleza no exenta de dolor que sabe, quién mejor que ella, herirnos y a la vez hacernos más fuertes. Y el humor nacido de esa lucidez vuestra que supo ver la vida como la más contradictoria de las armonías. Grandes amigos tú y él y grandes amigos tú y yo, afortunada heredera de vuestra amistad. Cómo alimentó mi espíritu, entre otras tantas cosas en las que tú contribuiste de forma decisiva, tu libro Las Manos del Greco, en el que me llamaste a colaborar con prólogo, que fue inspirado en tus palabras, en el Greco mismo, en las ilustraciones de Fidel Mará Puebla y en los versos de Juan Antonio Villacañas extraídos de su Conjugación Poética del Greco.

Conferenciante casi mágico (pues hablar, como tú lo hacías, aunando las fuerzas del conocimiento y la de una voz potente, comunicativa e infatigable sin leer una sola palabra está sólo al alcance de unos pocos elegidos), lograste convertir la limitada visión de tus ojos, que apenas podían leer, en un ilimitado magisterio: con tu palabra poderosa enseñabas deleitando, cumpliendo el precepto clásico y, por tanto imperecedero. Permíteme, que además de llamarte Amigo te llame Maestro, eres (y lo digo en presente) ambas cosas con mayúsculas.

Ves que mi carta la titulo «Adiós, amigo», y es que, efectivamente, te has marchado, pero, como le escribí a mi padre cuando, precediéndote varios años, dejó la vida ésta, lo has hecho, como él, a un tiempo nuevo, a ese tiempo fuera del tiempo que es un enigma de eternidad. Querido José, mi «Adiós, amigo», lleva por tanto la semilla de un «Hasta luego», la semilla de un «Hasta siempre» y la curiosidad por saber cómo te ha expresado Cervantes la alegría de encontrarse por fin con quien le ha descubierto tantas cosas de sí mismo.

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