Beatriz Villacañas - ARTES&LETRAS CASTILLA-LA MANCHA
Lugar para el reencuentro (58): Atardecer con Shakespeare
«Reducir literatura a mero texto es no ver que ella es un animal vivo»
Es ésta una tarde lluviosa en la que me encuentro releyendo algunas obras de Shakespeare , de quien estoy hablándoles a mis alumnos estos días en la universidad dentro de mi clase de Teatro Renacentista Inglés. Muchos son los documentos existentes relacionados con la vida del mayúsculo poeta (sí, poeta siempre, también en todas y cada una de sus obras dramáticas). Documentos fiables como su partida de bautismo , el registro de su matrimonio con Ann Hathaway y tantos más. Pero no es mucho lo que estos documentos nos dicen acerca de lo que siempre hemos querido saber: quién era William Shakespeare . El perenne interés que ha suscitado el autor como persona, el hombre que fue Shakespeare, lamentablemente nunca ha podido ser satisfecho. Y esto no es de extrañar, puesto que en los siglos dieciséis y diecisiete, los medios de comunicación eran básicamente interpersonales, y si bien la prensa ya había comenzado su andadura, nada había en ella que pudiera hacerla comparable a los medios de masas actuales. Es poco lo que se sabe , por ejemplo, de la vida personal de varias figuras de enorme relevancia política e histórica , mientras que, en la actualidad, la intimidad y hasta los detalles más privados incluso de personajes de escasísima o nula trascendencia resultan de sobra conocidos.
No han faltado tampoco voces, especialmente voces de la crítica derivada de enfoques exclusivamente formalistas de la literatura, que han afirmado que lo importante del fenómeno literario es el texto en sí y que la persona del autor es, en el mejor de los casos, innecesaria. Pero reducir literatura a mero texto es no ver que ella es un animal vivo , en constante relación con la vida del autor y con la nuestra. Pretender conocer la literatura ignorando este hecho es no ver al animal vivir en su hábitat , es matarlo y, como haría un taxidermista, disecar sus partes muertas.
Es cierto que las obras literarias hablan por sí solas, nos hablan a nosotros, nos plantean preguntas y, a la vez, nos alimentan el alma. Pero el hecho de que, en el caso de Shakespeare, durante tantos siglos se haya buscado al hombre , al autor de Julio César, Coriolanus, Romeo y Julieta, Hamlet, El Rey Lear, Macbeth o La Tempestad, es indicativo del magnetismo de estas obras y de las demás de su autoría, que siempre, como sucede con la gran literatura, nos incitan a ir más allá , porque la pasión por la obra, y quiero recalcar la palabra pasión (algo que no oscurece el análisis, sino que lo ilumina) nos hace querer saber más de la vida de la que procede.