TEATRO DE ROJAS

«Entre bobos anda el juego»: la modernidad creativa del teatro clásico

«Eduardo Vasco nos sorprende con un montaje pleno de juego, de complicidades, de guiños y pequeños gestos cargados de segundos sentidos»

ABC

Por Antonio ILLÁN ILLÁN

Entre bobos anda el juego es una genial, creativa y moderna puesta en escena de la comedia clásica del toledano Francisco de Rojas Zorrilla . Una pieza se considera clásica porque es valiosa para su tiempo y para siempre y porque se mantiene vigente en el presente. Esta obra, con la versión diáfana y clarificadora de Yolanda Pallín y la dramaturgia inconfundible de Eduardo Vasco , sirve para acercar y paladear con sumo gusto y plena satisfacción, con su toque fresco, juvenil y atrayente y con algunas licencias geniales, un clásico que maravilla. En fondo y forma un prodigio de creatividad, sensibilidad, buen gusto y diversión; y todo ello manteniendo fidelidad al original y a su espíritu burlón

Rojas Zorrilla , como autor de comedias, es tenido como dramaturgo de primer orden, destacando por su intensidad cómica, por la segura caracterización de los personajes, por la movilidad de la acción, libertad en la intriga, variedad de ambientes y situaciones, acusada tendencia a la caricatura y a veces al sarcasmo. La más conocida de las obras cómicas del autor es Entre bobos anda el juego , compuesta sobre el tópico del viejo rico que pretende casar con una joven. Es esta una comedia de las mal llamadas de «figurón», de estilo más sencillo que las de sus contemporáneos Lope, Tirso de Molina o Calderón , y revestida de cierta modernidad; con un lenguaje expresivo sencillo con mucha fuerza y viveza y alejado de culteranismos, aunque sí con donaire y con cierto gusto por la ornamentación. El motivo central, encarnado en el protagonista, don Lucas, es el de un palurdo avaro, grotesco y miserable, pedante y vanidoso, que concierta su matrimonio con una joven pobre; para recogerla envía a un primo suyo –un perfecto galán de comedia- que enamora y se queda con la novia. Hay un enredo asaz complicado con otras damas y pretendientes, que hacen posible la acumulación de falsas situaciones, equívocos, confusiones que confieren al nudo de la obra su gracia, su humor y su desenvoltura. Encomiable es el texto, al principio de la comedia, en el que Cabellera dibuja una pintoresca estampa de su amo don Lucas, enumerando sus «partes»” físicas y morales, aunque con no poco de clisé cómico.

Entre bobos anda el juego tiene un carácter claramente burlesco, y su título constituye el amenazador estribillo del protagonista. Vasco acentúa la burla con el mensaje de que solo el amor (los amantes) es bueno y todos los maridos son malos. En esta propuesta se resalta en clave humorística el espíritu en cierto modo transgresor y «canalla» que el autor ofrece en su texto.

Una dirección brillante. Podría decir que Eduardo Vasco nos sorprende (a mí ya no me sorprende nada de él, más bien me fascina) con un montaje pleno de juego, de complicidades, de guiños y pequeños gestos cargados de segundos sentidos. El minimalismo teatral está perfectamente incluido en lo más aparencial de la representación con un cuidado exquisito. Aquí lo encontramos más festivo, más juguetón y más fresco que nunca y tan profesional, estudioso y meticuloso como siempre. Gran conocedor de nuestro teatro clásico, lo maneja con enorme soltura y por ello se permite licencias plenas de sabiduría y sutileza, cuyo fin es eminentemente psicológico y empático para ligar lo clásico con el público actual.

Muy buena interpretación, equilibrada en todo el elenco de actores con tipos físicos que se adecuan perfectamente a sus papeles (excepción hecha, por razones obvias, de doña Alfonsa –en el texto mujer fea- interpretada con enorme gracejo por un actor barbado. Este elemento trasgresor de travestismo es una de las licencias de la dramaturgia que da mucho juego escénico y cómico en la representación). Eduardo Querejeta , ¡qué actor más sabio!, es el rey del gesto, con una mueca llena una escena y trasmite un mensaje, crea un Cabellera magnífico, pleno de humor, pillería y retranca. José Ramón Iglesias configura un don Lucas apoteósico, soberbio, crecido, presuntuoso, cambiante, tan exagerado como su sombrero y tan equilibrado como su talle, lleno de matices que responden a situaciones diversas, es el más barroquista de todos. Isabel Rodes encarna una doña Isabel inteligente, mujer, mujer, con emociones y sabiendo lo que quiere; utilizando la razón como razón de su relación para no dejar que nadie le imponga su criterio; pareciera que no actúa, sino que vive y ese es, creo, el mejor elogio. La actriz toledana de origen, Elena Rayos , borda el papel de Andrea con la elegancia de matices que adornan un damasquino, hila muy fino en una interpretación llena de filigranas. El joven aunque sobradamente preparado Rafael Ortiz configura un don Pedro poliédrico y en cada cara dibuja el estado de un personaje en una situación vital; tiene fuerza y voz, sobre todo voz, algo de lo que hay que dejar constancia. Francisco Rojas perfila un don Luis fastuoso del que logra sacar un humor que llega al público esencialmente por la teatralidad de detalles interpretativos como el del uso del cojín y el arrodillamiento. José Vicente Ramos pulimenta un don Antonio esculpido en la sobriedad nada severa que hace creíble y verosímil al personaje. Doña Alfonsa es interpretada con mucha gracia, por cierto, por el actor Antonio de Cos , cuyo buen trabajo resulta más simpático que extravagante. Manuel Pico , en el papel más leve de Carranza, mimetiza un criado muy complementado con su amo y bien diferenciado en matices de los demás personajes. En todos hay que resaltar el depurado trabajo de dicción. Que el texto se entienda muy bien, ya sea en gritos o en susurros, es producto de una labor concienzuda de dirección y equipo y no de una intuición individual.

La mínima escenografía aquí supone la excelencia imaginativa para crear espacios supuestos reconocibles por el espectador. Singular valor tienen los bellos telones que aportan una sobresaliente y sencilla ambientación a la vez que dan idea del itinerario en el que la acción se desarrolla. La iluminación favorece la brillantez de la escena y magnifica el colorismo de las indumentarias.

Mención aparte, por su protagonismo, merece la música, de la que, como es habitual en la compañía Noviembre, se encarga su director Eduardo Vasco. Canciones y ruidos son elementos significativos del espectáculo: le dotan de viveza, dinamismo, originalidad, actualización conceptual y, por supuesto, de belleza y armonía. Voces e instrumentos, todo muy empastado, afinado y armónico; lo llevan a cabo los nueve actores que participan en la obra. Muy significativas y logradas artísticamente son la canción inicial con el mensaje de que todos los maridos son malos, la atrevida y primorosa ranchera, la escena de la cabalgada de don Luis o el número coral poprock. La música en esta obra, y en todas las de Vasco, es siempre un contraste en un contexto, es decir, arte excelente.

Los figurines de Lorenzo Caprile , para los personajes femeninos, además de diseño, aportan una finura, un colorido, unas texturas de un preciosismo magnífico, que contrastan con los clásicos de los personajes masculinos, también preciosistas y barrocos, de sastrería Cornejo.

Entre bobos anda el juego resultó un espectáculo de teatro de los que merecen verse, disfrutarse y aplaudirse, porque siendo clásico aporta novedad, actualización y saber teatral. El público toledano, que llenaba el teatro, dedicó puesto en pie una más que merecida y larga ovación al trabajo de la compañía Noviembre.

Eduardo Vasco con Antonio Illán, autor de la crítica
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