José Rosell Villasevil - SENCILLAMENTE CERVANTES (XXIV)

Entre el amor y la guerra

Cervantes fue adscrito provisionalmente a una de las galeras o galeones que bogaban bajo el mando de don Álvaro de Bazán, Marqués de Santa Cruz, el gran marino español

JOSÉ ROSELL VILLAVESIL

Cervantes fue adscrito provisionalmente -luego, a la hora de la verdad, militaría bajo la enseña del grupo o facción de Venecia-, a una de las galeras o galeones que bogaban bajo el mando de don Álvaro de Bazán, Marqués de Santa Cruz, el gran marino español, compatible con su condición de hombre de tierra adentro, así como de inmensa afección por La Mancha. Ahí están sino como elocuente testimonio, Santa Cruz de Mudela, Valdepeñas y El Viso del Marqués: éste último, por cierto, mencionado en la I Parte del «Quijote».

Y en tanto que «Su Rey» contraía el cuarto matrimonio con su joven sobrina carnal, más segunda (nacida por más señas de primos hermanos), Doña Ana de Austria, egoísta manía endogámica que destrozó genéticamente la dinastía, junto a la grandeza del Imperio español;Miguel navega en la flota del noble Almirante, en misión de sondeo y reconocimiento, que no impide la caída de Nicosia. En tanto se consolida la Liga Santa, con las veleidades de la dudosa Venecia y la paulatina llegada de la flor los Tercios españoles, con quien va a ser su Generalísimo al frete, Don Juan de Austria, que acaban de aplastar, materialmente, la grave revuelta morisca, con más propiedad llamada Guerra de las Alpujarras.

Don Álvaro había decidido invernar en el puerto de Nápoles.

Miguel recuerda todo esto 43 años después, en el «Viaje del Parnaso» : «Y díjeme a mí mismo: No me engaño;/esta ciudad es Nápoles la ilustre,/ que yo pisé sus rúas más de un año...»

E irán llegando infinidad de caras conocidas, algunas entrañables, de amigos íntimos como Alonso de Cervantes Sotomayor y su hermano Gonzalo de Cervantes Saavedra , los parientes y compañeros de primeras letras en Córdoba, tan queridos, sobre todo Gonzalo, de quien adoptará el segundo apellido. También llegará su propio hermano pequeño, Rodrigo; y Juan Rufo, Gabriel de Maldonado, y el íntimo Pedro Laínez , que ha sido ayuda de cámara del malogrado Príncipe Don Carlos; así como Andrés Rey de Artieda, Cristóbal de Virués y un larguísimo etcétera, todos escritores y poetas que vienen a la aventura de la guerra «santa», tocados de la misma triple fiebre: fe, patriotismo y gloria.

Cervantes continúa añorando aquella idílica Nápoles de su juventud despierta, sana y libre.

Intentó regresar en 1610, viejo y enfermo ya, formando parte del séquito de su protector, el Conde de Lemos, que allí va destinado como Virrey; pero éste, por fortuna para todos, no le escucha.

¿Es por lo que en «La Galatea» , anticipándose a este y otros desengaños, se inventa la «Silena» napolitana con quien mantuvo amores? ¿Es por lo que ahora, sueña en el «Viaje del Parnaso», con un presunto hijo llamado «Promontorio», quien puede ser tan falso como «Silena», la supuesta madre? Nadie ha encontrado rastro alguno de ellos, pero él sueña: «Llegóse en esto a mi disimulado/un amigo, llamado Promontorio,/mancebo en días, pero gran soldado./Creció la admiración viendo notorio/y palpable que en Nápoles estaba(…)/Mi amigo tiernamente me abrazaba,/y, con tenerme en sus brazos, dijo/ que del estar yo allí mucho dudaba;/llamóme padre, yo llaméle hijo;/quedó con esto la verdad en punto,/que aquí puede llamarse punto fijo...»

¿Se trata de puras fantasías líricas, o es confesión sincera de sucesos autobiográficos? Puede que nunca lo aquilate la historia.

Amores hubo sin duda en aquella hermosa tierra , donde las napolitanas son espléndidas en amor y en belleza; y, además, como escribe acertadamente un poeta más próximo en el tiempo, J. Zorrilla: «Donde hay soldados hay juego,/hay pendencias y amoríos...»

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