Cristian Lázaro
Por encima de todas las cosas
De mi paso por el I.E.S. Alfonso X El Sabio, en el barrio de Sta. María de Benquerencia, todo son buenos recuerdos
De mi paso por el I.E.S. Alfonso X El Sabio, en el barrio de Sta. María de Benquerencia, todo son buenos recuerdos. A excepción de un detalle. Esta versión de la canción «Marta, Sebas, Guille y los demás» que oí a unos compañeros: «Hitler me llamó a las seis hora alemana, solo para hablar, que mantuviera la calma. Porque el “Führer” se marchaba oculto a Buenos Aires. El hacinar se acabó, ya no hay sitio para nadie […] Son mis judíos, en las duchas pasábamos las horas. Son enemigos, por encima de todas las cosas (bis)».
Considero que las purgas estalinistas o el exterminio nazi fue bastante aclaratorio de lo que está bien y lo que está mal. Lo segundo, por cierto, tampoco legitima el sionismo radical. De ahí que Aristóteles dijera que la virtud está en el término medio. Pero la ilimitada capacidad de la tecnología y los medios de comunicación ha pervertido nuestra concepción de lo que el sentido común nos acota como bueno o malo, como si hubiera infinitas posibilidades retorcidas y enrevesadas de cada planteamiento. Y dogmas enconados de antaño resurgen como una pandemia.
Hitler admiraba a la secta militar chiita de los nizaríes. Eso lleva a engarzar con Irán. Las maniobras exteriores iraníes no se reducen a grupos armados (Hezbolá o Hamás) disuasorios, sino también a grupos de lavado mental. Y mientras la cerrazón innata se abre a nuevos mercados que perseveren en su oscurantismo, Noam Chomsky (que en plan Moisés ha sabido separar al loable Chomsky lingüista innatista del ímprobo Chomsky politólogo) detecta los males de Occidente, el neoliberalismo y la democracia moderada. Y los hay. No obstante, y esto es una intuición, si Chomsky vive en EE. UU., es porque ese país le da suficiente margen para despellejarlo.
El profeta de la izquierda radical, desde su oasis de Massachusetts, regurgita todas sus teorías de la conspiración y alimenta el anhelo de poner al mundo en contra que tienen los émulos de Lenin, Trotski o el Che. La controversia, la contradicción. Tanto, que se sobrepasan los límites de la lógica. Y si el negacionismo del Holocausto se explica (pese a lo justificable) con la libertad de expresión, reventar nuestras estructuras actuales es echar por tierra la libertad. Es la negación de la libertad. Sin libertad, yo no podría escribir este artículo, como tampoco Chomsky redacta los suyos.
La complicidad de Chomsky con el revisionismo más recalcitrante no entraña nada bueno. Y lo siniestro es que a nadie le extrañe la acomodaticia postura antisemita de la extrema izquierda. Se asocia a los judíos con el capitalismo y el poder, eso basta. La tortilla da la vuelta. Y ya se está quemando. Se percibe también en el politólogo una inquietud que roza la admiración por Hitler y su infausto legado, en que supo movilizar a un pueblo y desestabilizar el sistema.
Años antes del chistecito de Guillermo Zapata («¿Cómo meterías a cinco millones de judíos en un 600? En el cenicero»), tuve que aguantar en un instituto de Toledo la susodicha versión genocida de Amaral. Y si protestaba, me sentía como en la caverna de Platón, puesto que tan fácil se pone hoy de moda ofender al pueblo judío como lucir una cola de poni. A relinchar, a relinchar los hipogrifos violentos, desbocados y deslenguados. Agresivos. Expertos en desenterrar cadáveres que no les competen. Por encima de todas las cosas, por favor, seamos sensatos y congruentes. La concordia no hace mal a nadie.