ARTES&LETRAS CASTILLA-LA MANCHA

Diario de un jubilado en Nueva York (25): Sombras en Riverside Drive

El poeta, profesor y traductor toledano Hilario Barrero envía desde Nueva York, donde reside desde 1978, un nuevo texto

Riverside Drive (Nueva York) H.B.

POR HILARIO BARRERO

Caminamos cinco kilómetros subiendo calles, desde la 66 hasta la 116: cada calle un mundo, un estilo, un subir hacia la diversidad de lenguas y países. Llegando a los territorios de la Universidad de Columbia el barrio se anima y comienzan a aparecer estudiantes . La calle principal de la Universidad tiene, a pesar de ser de día, todos lo árboles iluminados con miles de bombillas, como si fuera Navidad. Se ve una luna juanramoniana al pasar por la calle donde vivió el poeta y torcer la esquina de las pulmonías. Llegamos a casa del amigo Muñoz, que vive en un piso duodécimo, con el tiempo justo de fotografiar la vista que se goza desde sus ventanas: en primer plano, encaramados sobre las azoteas, los típicos depósitos de agua , redondos tanques oscurecidos por la humedad y pintados de tiempo, lluvia y vientos; a la derecha el edificio de Moneo, a su lado las torres de Riverside Church y a lo lejos, a la izquierda, la mínima presencia del río Hudson: un espejo dormido . Y, de pronto, comienza a atardecer. Fuera la luz se incrustaba en las fachadas, una cicatriz oxidada que fuera a arder . Las sombras crecieron como crece la marea o el desamor , tal vez la soledad. Dentro, en la sala, estaban Emily Dickinson y Juan Ramón Jiménez sentados en la sombra. Una taza de té se enfriaba mientras la oscuridad llenaba la estancia como el fondo de una mina. Se hizo «la luz eléctrica» y las tres sombras cobraron vida y «en las azoteas almenas estrellas». Al final, hubo intercambio, como es costumbre, de preseas: membrillo de los árboles de Navalmoral, hecho por tía Purita, con olor a infancia y a melancolía, café de Colombia, que nos trae el recuerdo del amante ausente y la edición de Losada de «La estación total con las Canciones de la nueva luz. 1923-1936» con mucho tiempo amarillo encima. Doble presencia del poeta de Moguer en el barrio donde vivió, «recién casado» y fue feliz. Y duplicada la sombra de las sombras: Emily Dickinson, que el amigo Muñoz lee al atardecer . Uno piensa, camino de su casa, con las preseas y la amistad del amigo, cómo un libro vive y fija un momento y una poética y una obra en marcha que serán historia y, sin embargo, un edificio noble y sólido, como era la iglesia de Saint Stephen, donde Juan Ramón se casó, ha cerrado su historia de campanas y de olor a incienso, de frescor de agua bendita, y los libros donde se inscribían bodas (como la del poeta y Zenobia), bautizos y funerales, por falta de parroquianos. Abro el libro y leo:


Nosotros cerramos.

Tú te quedas fuera

con las azoteas

baranda de estrellas.

Tú te quedas viva

(¡nuestra vista seca!)

en las escaleras

barandas de estrellas.


¡Qué extraños nosotros

a la luz eléctrica!

¡Tú en las azoteas

almenas estrellas!


¡Ausente, desnuda,

libre, sola, externa,

por las azoteas

barandas de estrellas.

Juan Ramón Jiménez se vino con nostros.

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