ARTES&LETRAS CASTILLA-LA MANCHA
Diario de un jubilado en Nueva York (22): Esta noche es Nochebuena
El poeta, profesor y traductor toledano Hilario Barrero envía desde Nueva York, donde reside desde 1978, un nuevo texto

El semáforo avisa en números amarillos que le quedan al caminante once pasos para cruzar la calle o, tal vez la vida . Cae una nieve lenta, como cansada, después de una noche de amorosa aventura entre edredones de plumas y sábanas frías. Se han borrado caminos y recovecos y la nieve ha nivelado el esplendor en la hierba , la pujanza en el lecho y ha apagado, con dura fragilidad, la hoguera del amor.
Alguien, en la esquina de la nueva mañana, espera al autobús que no llega. Cuando nieva la espera se hace más larga y la vida más corta . Tarda en salir el sol y uno sabe que debajo del resplandor nevado están echando raíces las sombras, que traen la noche . Una mujer vestida de negro camina con un perro e imprimen sobre la página en blanco de la nieve un texto que no hay piedra de Rosetta que lo descifre.
Un joven camina junto a una bicicleta como si fuera una yegua terca que se niega a caminar . Uno escucha, en la cama, un ruido que le es familiar, y se levanta como si fuera el día de Reyes. Se asoma a la ventana y, aunque sabe que no ha dejado los zapatos en el balcón, se encuentra con el regalo de la nieve. Se viste y sale a la terraza, mira el paisaje, contempla a lo lejos, una vez más, el perfil borroso de Manhattan y siente frío. Nota el crujido, el lamento de la nieve al pisarla que se queda, como si fueran medias suelas resbaladizas y mágicas, pegada a los zapatos. Entra con ella a la casa y deja en la alfombra la huella dactilar del invierno.
En esta noche, que es la Nochebuena, algunos recordaremos a nuestros seres queridos que se fueron, recordaremos el sabor del mazapán , la primera copita de anís, la misa del gallo, los villancicos y echaremos de menos el nacimiento en donde la harina era la nieve, el aserrín era el camino, el espejo era el lago y la estrella de papel de plata tenía un brillo especial. Y uno, agradecido a sus amigos lectores, deseándoles felices fiestas, volverá a recordar, aunque sienta un hondo escalofrío, aquel «villancico» que cantaba alegre y feliz sin saber muy bien lo que cantaba:
La nochebuena se viene,
la nochebuena se va
y nosotros nos iremos
y no volveremos más.