ARTES&LETRAS CASTILLA-LA MANCHA
Diario de un jubilado en Nueva York (15): El barrio donde vive el mar
El poeta, profesor y traductor toledano Hilario Barrero envía desde Nueva York, donde reside desde 1978, un nuevo texto
Por estas fechas casi siempre estaba en Gijón o en Toledo . Al regresar al barrio donde vive el verano, uno se reconocía en lo que parecía haber olvidado: era como encontrarse con un viejo amor .
Estar jubilado es tener el tiempo cambiado, sentir frío cuando no lo hace, notar temblores al llegar la noche, dormirse rodeado de sombras y fantasmas y cuando se está lejos del lugar querido, pensar en el perfume del mar, en su ruido, en el choque de su respiración con la mía , pensar que todo: los veranos en España, los inviernos en Brooklyn, los otoños en Prospect Park, mi vida junto a ti, todo, haya sido un sueño. Resulta difícil, casi imposible, mantener vivos tantos rostros que ya están muertos , tantos colores que aparecen desvaídos, difuminados de tanto sol como han soportado, tantas noches iluminadas con una luz descarnada, como una arpillera seca y arenosa.
Vivir es rememorar el pasado, asistir a la ceremonia de la distancia, pensar en el legado, contar con los dedos del amor todo lo que has querido.
Y uno piensa en otro barrio donde vive el mar y le viene el olor a cieno y escucha el chillido de las gaviotas enloquecidas mientras que aquí, en mi barrio de Brooklyn, celebramos la fiesta nacional y colgamos en los balcones , en astas de patriotismo, cuando sale el sol, la bandera, y se llena la calle de barras y estrellas . El aire huele a hamburguesas carbonizadas, se oyen cohetes a deshora, los perros ladran asustados, en el parque una orquesta interpreta la Obertura 1812 de Tchaikovski mientras pasan aviones por el cielo al atardecer como pájaros de fuego. Hay niños ajenos a la música que corren por la hierba y amantes recién nacidos que leen otra partitura apasionadamente al compás de otra música.
Y entre el olor a humo festivo, los fuegos artificiales repetidos, la traca provinciana de mi infancia , los gestos y las claves, el vuelo atado de la bandera, la cerveza helada y la hamburguesa con sabor a petróleo, uno sabe que, en el último cohete de la noche, se va otra fiesta más y siente cómo la vida le aprieta con menos fuerzas las arrugas del alma, cómo el fuego del amor le quema menos , ya brasa para siempre. Y sin saber por qué piensa en el mar.