Hilario Barrero
Diario de un jubilado en Nueva York (13): La piel del olfato
«Llegan envueltos en plástico, oprimidos y atados, cinco prisioneros de nieve perfumada...»
Llegan envueltos en plástico, oprimidos y atados, cinco prisioneros de nieve perfumada, cinco cirios de cera purísima, cinco animalitos de armiño, cinco frascos de fragancia. Sin la envoltura y las cintas que los inmovilizaban, cortadas un poco las puntas que aún tenían tierra y algo de raíces, liberados de algunas hojas que los vestían en demasía, puestos en un jarrón con agua fresca, despliegan sus alas y se abren como cinco palomas que quisieran volar .
Agradecidos, aunque han sido guillotinados, ofrecen su perfume espeso y seductor y te atraen como cinco imanes de escarcha, te enredan como cinco madejas de encaje , te encienden como cinco fugaces meteoritos que te arrastran a su tumba de bálsamos y aceites, a su oleaje de belleza transitoria. Mientras admiras cómo la luz se enreda entre sus minúsculas flores, cómo la sombra da volumen y peso a su fragilidad, cómo la tarde, que se va, se abraza como si fuera un panal de imposibles avispas a sus pétalos repujados, te preguntas, ante tanta hermosura, ¿en qué paraíso de alquimistas custodian su esencia? , ¿quién guarda la fórmula secreta de su inmarcesible embriaguez?, ¿quién abre la puerta por donde fluye su casi líquido perfume?
Cinco nardos como cinco algodones llenos de alcohol herido. Cinco gatitas de angora arañando con sus uñas blancas la piel del olfato.