Mariano Calvo - ARTES&LETRAS CASTILLA-LA MANCHA
Cervantes y Catalina, un enigma conyugal
«Si hubo o no amor entre ellos, es imposible saberlo; sin negar esa posibilidad, quizá lo más realista sea suponer que los intereses prevalecieron sobre los sentimientos»
La boda de Cervantes con Catalina de Salazar supone un hito en la vida y la obra del escritor , por más que muchos ensayistas desdeñen el papel de la esquiviana en la biografía de nuestro autor. Y, aunque sujeto al eterno debate de los cervantistas, es innegable que al menos su matrimonio aportó a Miguel un entorno y unas circunstancias que hicieron posible la más universal de sus obras: Don Quijote de la Mancha.
Si nos preguntásemos cómo sería la mujer elegida por el más grande de nuestros escritores, podríamos recordar cuál era su ideal de esposa: «La virtud, la nobleza, la discreción y los bienes de fortuna bien pueden alegrar el entendimiento de aquel a quien le cupieron en suerte con su esposa». Es significativo que entre las cualidades deseables en una esposa no mencione la de la hermosura , y en cambio, a menudo insistirá en la importancia del dinero en las relaciones amorosas y matrimoniales.
Catalina era descendiente de un ilustre linaje radicado en Esquivias y presumiblemente fue educada por su tío, párroco del pueblo, que la enseñaría latín. Entre sus bisabuelos se consignaba un corregidor de Toledo y un alcalde del Alcázar, y su estirpe poseía sepulcro y escudo en la iglesia de San Pedro Mártir . Cervantes no era ajeno a estas vanidades y hace ostentación del abolengo de Don Quijote , es decir, de Alonso Quijada de Salazar —y, por tanto, de Catalina— en las páginas de El Quijote . La esquiviana no sería, por tanto, la moza aldeana y vulgar que muchos autores han querido imaginar para reforzar el contraste con la figura del genio. Para Cervantes, su boda con Catalina suponía un ascenso en su escala de hidalguía, y no menos en sus aspiraciones pecuniarias.
La boda de Cervantes con Catalina se gesta merced a un hecho en apariencia casual , que quizá no lo fuera tanto. Juana Gaitán , viuda de Pedro Laínez, un amigo íntimo de Cervantes muerto hacía poco, solicita su asesoramiento para la publicación de un Cancionero inédito de su marido . Con este motivo —o esta excusa— Cervantes se desplaza a Esquivias , donde a la sazón vivía Juana, y es entonces cuando, presumiblemente, ésta le hablará al solterón de Lepanto de la joven casadera Catalina , ponderando su ilustre linaje, sus propiedades tanto en Esquivias como en Toledo, y elogiará su juventud —19 años: prácticamente la mitad que Cervantes —, su buena educación y sus virtudes de señora principal.
A Miguel la perspectiva de este enlace se le figuraría un regalo del destino , habida cuenta de las penurias económicas que padecía. Hacía sólo cuatro años que había regresado del cautiverio de Argel, y tanto su familia como él mismo se hallaban en la ruina a causa del pago de su rescate y el de su hermano Rodrigo . Por si fuera poco, desde su llegada a la península, ni sus solicitudes de empleo ni sus reclamaciones de recompensa por sus años de soldado habían dado resultado.
Juana Gaitán, a su vez, alabará a la madre de Catalina los méritos de Cervantes : su inteligencia, su prometedor futuro de escritor y sus contactos en la corte. El resultado de este presumible celestinaje será la unión matrimonial, en el tiempo record de tres meses, de dos almas que, por su diferencia de edad y sus perfiles tan dispares, pocos pensarían que estaban llamados a entenderse.
¿Qué verían la joven casadera y su madre, recientemente enviudada, para convenir en el matrimonio con un baqueteado manco que doblaba en edad a la novia y sin más oficio ni beneficio que el de las siempre inestables y tacañas musas? Se nos antoja que buscarían en Miguel al hombre de mundo con la experiencia e inteligencia necesarias para ponerse al frente de la desarreglada administración de unos bienes familiares que el padre había dejado al morir en el mayor desorden. Aunque tampoco puede descartarse el súbito enamoramiento de la joven Catalina ante el verbo seductor de Miguel , capaz de encandilarla con historias de viajes, batallas y aventuras.
Si hubo o no amor entre ellos, es imposible saberlo , pero, sin negar esa posibilidad, quizá lo más realista sea suponer que los intereses prevalecieron sobre los sentimientos . Don Quijote, en un discurso sobre los peligros de la elección matrimonial por amor, quizás nos esté mostrando el sentir del propio Cervantes al respecto: «Si todos los que bien se quieren se hubiesen de casar —dice Don Quijote—, quitaríase la elección y jurisdicción a los padres de casar sus hijos con quien y cuando deben; y si a la voluntad de las hijas quedase escoger los maridos, tal habría que escogiese al criado de su padre, y tal al que vio pasar por la calle, a su parecer, bizarro y entonado, aunque fuese un desbaratado espadachín; que el amor y la afición con facilidad ciegan los ojos del entendimiento, tan necesarios para escoger estado, y el del matrimonio está muy a peligro de errarse , y es menester gran tiento y particular favor del cielo para acertarle».
Su apresurado matrimonio le llevó a saborear una experiencia decepcionante, ya que la hacienda de su cónyuge no era tan pingüe como él había supuesto . De ahí parecen desgajarse estas palabras escarmentadas: «Sobre todas las acciones de esta vida tiene imperio la buena o la mala suerte; pero más sobre los casamientos».
Tras dos años tan solo de convivencia matrimonial, obligado por el desbarajuste de su hacienda, Cervantes tuvo que abandonar las comodidades del hogar familiar de Esquivias para, convertido en comisario de abastos de la Armada Invencible, buscarse el sustento por tierras andaluzas . En ello empleará alrededor de quince años, cosechando un sinnúmero de disgustos, denuncias, encarcelamientos y hasta dos excomuniones.
El prolongado alejamiento de los esposos levanta las suspicacias de los biógrafos, muchos de los cuales ven en ello un signo de crisis matrimonial . Pero no es menos cierto que Cervantes iba y venía intermitentemente de Andalucía a Esquivias, y, finalmente, cuando su situación laboral tomó un rumbo más sosegado, se reunió con su mujer de manera estable y ambos convivieron en los distintos lugares que habitaron, hasta el final de sus días.
Si consideramos la voz de Don Quijote como reflejo de la de Cervantes, comprendemos que éste no era persona que tomara el matrimonio a la ligera : «La de la propia mujer —dice el hidalgo manchego— no es mercaduría que una vez comprada se vuelve, o se trueca o cambia, porque es accidente inseparable, que dura lo que dura la vida: es un lazo que si una vez lo echáis al cuello, se vuelve en el nudo gordiano, que si no le corta la guadaña de la muerte, no hay desatarle».
Tampoco Cervantes se tomaba a la ligera sus responsabilidades de padre, como demuestra el que, una vez fallecida su amante Ana Franca, recogió a la hija natural de ambos en el seno familiar . La muchacha vivió siempre en su compañía y terminó llevando el apellido de Saavedra, como reconocimiento implícito de su vínculo paterno-filial.
Un pequeño rayo de luz se cuela en el testamento de Catalina, muerta diez años después que Cervantes, haciéndonos ver la naturaleza amorosa de sus sentimientos: En el documento se hace constar su voluntad de ser enterrada junto a su esposo , «al que tanto amé en vida» , dice elocuentemente, lo que no deja de chocar con el silencio que Miguel de Cervantes mantuvo sobre ella en sus escritos.
Es un hecho que su vida matrimonial no fue fáci l. Catalina pasó estrecheces económicas, soportó el largo alejamiento del esposo, aceptó con resignación a la hija natural de Miguel e hizo suyos los sinsabores, litigios y cautiverios de su cónyuge. Visto del lado de Miguel, los bienes de su esposa no satisficieron sus expectativas económicas, sus virtudes de señora principal no se complementarían con las exigencias intelectuales de Cervantes, ni obtuvo de ella los hijos que posiblemente hubiera deseado. Pero, ni aun así, podemos estar seguros de que el suyo fuera un matrimonio desgraciado.
Una suerte de justicia cósmica ha querido que los restos de Cervantes y Catalina , merced a las distintas reducciones de restos efectuados a lo largo de los siglos en el convento de las Trinitarias de Madrid, descansen no solo juntos sino también revueltos . Un final que hubiera complacido plenamente a Catalina. Y quizá también a Cervantes.