José Rosell Villasevil - Sencillamente Cervantes (IX)

El Camino Real de la Plata

Dice Carriazo a Avendaño: «Conviene que mañana madruguemos, porque amtes de que entre el calor estemos ya en Orgaz»

Por JOSÉ ROSELL VILLASEVIL

Dice Carriazo a Avendaño: «Conviene que mañana madruguemos, porque amtes de que entre el calor estemos ya en Orgaz»; pero el aludido, enamorado como estaba a primera vista de Constanza, la Fregona Ilustre (que no fregaba) del Mesón del Sevillano, no estaba dispuesto a dejar Toledo por nada del mundo.

No así nuestros Cervantes premonitorios que, no obstante la delicada carga infantil, inician el camino al alba, cruzando el viejo puente romano de Alcántara y enfilando el rumbo hacia las fenecidas, tanto tiempo ha para nosotros, ventas de Diezma, a dos leguas y media ya, entre Cobisa y Burguil los a la derecha, y a la izquierda Nambroca . Luego, bajando entre Chueca y Almonacid, pasando por el término de Villaminaya , aparecía la noble villa del señor don Gonzalo, Orgaz, donde se almorzaba y descansaba un rato.

Legua y media adelante, subiendo el puerto del mismo nombre que ahora diremos, dábase con el terruño inmenso de Los Yébenes, la «yabe» arábiga que significa «monte»; en plural, porque por entonces se dualizaba en el de San Juan y el de Toledo. Entre ambos, cual idealizada frontera, el Camino Real humano hormiguero.

Dos lguas mas, y en parajes montuosos desolados, desérticos, las siniestras Guadalerzas en cuya venta primera, así tambien llamada, se hacía noche. A igual distancia y mismas soledades, se hallaba la de Arazután, escenario de algún pasaje del «Diablo Cojuelo», y más allá, en el límite de la provincia de Toledo, la de La Zarzuela. Y ya en territorio ciudadrealeño, aunque a la sazón perteneciese al toledano, Malagón , quien sería luego cuenta muy estimada en el rosario fundacional de Santa Teresa . A continuación, el escalofriante lugar de Peralvillo, donde, a manos de los Cuadrilleros de la Santa Hermandad («ladrones en cuadrilla»), eran ejecutados facinerosos y «golfines», con el horror de Sancho al recordarlo.

Cruzábase el «tortuoso» Guadiana, y, dos leguas más, se entraba por la Puerta de Toledo en la que fuese antaño Villa Real, hoy Ciudad noble.

Y al el inicio de la siguiente etapa, ya inmersos en plena Mancha de Calatrava, el pequeño lugar de Caracuel, cuna del gigante «Caraculiambro» del Quijote; a continuación, levemente desviado del camino, el malsonante lugarcillo de Tirteafuera (del Doctor Pedro Recio), más allá Argamasilla de Calatrava, la de los «ilustres» Académicos, y por fin Almodóvar del Campo, puerta alegre del inmenso y feraz Valle de Alcudia, preludio horizontal de la Sierra Morena de Cardenio y «Peña Pobre» (Peña Escrita), en término de la preciosa Fuencaliente, nívea paloma de Castilla cabalgando a lomos de Sierra Madrona, con un pie en la Mancha y otro en Córdoba.

Previamente, las míticas ventas del Valle, cervantinas la mayoría por excelencia: «Tartaneda», el «Molinillo» (de Rincón y Cortado), la de el «Alcalde» (más tarde de la «Inés») escenario -junto con sus entornos- de buena parte del Primer Quijote; o la de «Tejada» (de la hermosa Marinilla, «asco» en comparación de Constanza, la del Mesón del Sevillano de Toledo.

Cruzado el inseguro macizo mariánico, de nuevo la vieja calzada romana –surco stéril polvoriento, ajetreado camino- que les pone cada vez más cerca de la madre patria chica esperanzadora.

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