José Rosell Villasevil - SENCILLAMENTE CERVANTES XXXi
El benéfico Fray Juan Gil
Ha conocido a Miguel y sabe ahora, intuitivo, desde lo más hondo de su conciencia, que es demasiado importante este cautivo para dejarlo anónimo diluirse en el mundo islámico
El padre Juan Gil había nacido en Arévalo doce años antes que Miguel y venía destinado, en su condición de Redentorista de la Orden Trinitaria, a salvar para gloria del mundo al que iba a ser Príncipe de los Ingenios. Hermoso destino.
La Orden Trinitaria manejaba mucho dinero para este cometido, tanto de las colectas petitorias por todo el reino, como de las herencias, donaciones y ayudas de la Corona, como de las sumas que las angustiadas familias afectadas les confiaban. Visto desde otro prisma más negativo, resultaban brillantes banqueros -inconscientes- de la trama criminal insaciable berberisca.
Se preparó una gran redención para Argel en 1580; bien pertrechados monetariamente por los conceptos señalados, así como de mercaderías de cuya venta y beneficios, se ayudaba a la causa y a paliar los gastos que conllevaba la movilización de un equipo al que no faltaba notario apostólico ni escribano público. Era corriente, también, llevar objetos o prendas con cierto atractivo, con el fin de obsequiar a los caprichosos gerifaltes con quien había que tratar; y quizá el más socorrido era el bonete toledano -estimadísimo en Berbería-, de los cuales en esta ocasión portaban cuarenta docenas.
El 22 de mayo embarca aquel grupo de salvamento, y de negocio para los argelinos, en el que figura también otro santo varón llamado fray Antonio de la Bella , así como el notario apostólico don Pedro de Rivera . Éste es quien levantará acta del Rescate de el gran alcalino. El 12 de julio comienzan de hecho los complicados trámites de rescate, logrando que fr. Antonio de la Bella salga pronto para Valencia con 111 ex cautivos.
Fray Juan Gil continúa su labor liberadora junto con la búsqueda de las personas para quienes trae encargo y dineros de rescate, muchos de los cuales se encuentran al remo en las embarcaciones de sus «dueños». El bondadoso fraile rescata otra buena (aunque mucho menor) remesa de esclavos, entre los cuales va a figurar, a últina hora, nuestro Miguel de Cervantes . Trae para él en su bolsa la sangre, la pena y la ruina total de aquella no obstante esperanzada familia, en 300 ducados, cuya cifra no alcanza con mucho la necesaria para la feliz ejecutoria de la operación. Hassán Basha, que ha cumplido su virreinato y se dispone a salir hacia Constantinopla, no admite menos de 500 ducados en oro de España.
Fray Juan ha conocido a Miguel y sabe ahora, intuitivo, desde lo más hondo de su conciencia, que es demasiado importante este cautivo para dejarlo anónimo diluirse en el mundo islámico.
Lo grave es que el ex Bey de Argel está para salir con sus naves, sus bienes y sus esclavos de inmediato, hacia la «Sublime Puerta», y Miguel ya se encuentra encadenado a la cubierta de uno de aquellos bajeles; y si se produce la partida ya no habrá posibilidad alguna de regreso.
El pobre fray Juan Gil corre desesperado desde el puerto al centro de Argel, en busca de prestamista y de cambista que disponga de esa cuantía en oro de España. Regresa con la cantidad solicitada, pero no toda en la moneda exigida. Hassán lo rechaza, fray Juan corre otra vez cuesta arriba, hacia el centro neurálgico de aquel infierno bullicioso y multicolor... y al fin, aunque a muy alta comisión, logra completar la cifra de escudos de oro en oro en cuestión. De vuelta para abajo, la flota de Bashá está prácticamente levando anclas. Entrega la bolsa del maldito -o bendito- oro; cortan las cadenas de Miguel los oficiales, que exigen sus derechos preceptivos. ¡Acabáis, Reverendo, de salvar a uno de los sujetos más valiosos de la Historia de la Humanidad!
El Acta de Rescate dice, entre otras cosas: «En la ciudad de Argel, a diez e nueve días del mes de septiembre de 1580, en presencia de mi el dicho notario, el muy reverendo padre fr. Juan Gil (…) rescató a Miguel de Cervantes, natural de Alcalá de Henares , de edad de 31 años (iba a cumplir 33), hijo de Rodrigo de Cervantes de doña Leonor de Cortinas , vecino de la villa de Madrid , mediano de cuerpo, bien barbado, estropeado del brazo y mano ezquierda, cautivo en la galera del Sol (…)»
Firman cuatro testigos más fray Juan Gil , y se cierra: «Pasó ante mi, Pedro de Rivera , notario apostólico». (El documento se encuentra en el Archivo Histórico Nacional), siendo importante que lo echara un vistazo, con sensatez, el Ayuntamiento de mi querido Alcázar de San Juan.
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