La venus de Camerún

Para Luis Pablo Gómez Vidales, in memoriam

POR HILARIO BARRERO

Mi madre decía que parecía que hablara; hemos hablado con ella y es parte de nuestra historia, lleva con nosotros más de 50 años, se ha mudado de casa, ha visto pasar la vida y llegar la muerte, la casa iluminada y la alcoba apagada, cuando te decían adiós y cuando te esperaban. Vino del Camerún, de cobre su rostro, la mañana naciéndole en su mirada , una mina de colores. Del Camerún morena, por sus labios un abecedario de matices, esdrújulos sonidos, hondos acentos de oscuras raíces.

En realidad nació en Toledo el 31 de enero de 1967, una obra de Luis Pablo Gómez Vidales , el artista que ha decidido apagar la luz de su estudio y dejarnos un poco a oscuras. Un amigo del comienzo, de aquellas reuniones en las que se debatían nombres para una galería de pinturas y por la que pasaron nombres destacados de la pintura española y amigos toledanos. De estos, junto a «La venus de Camerún», hay cuadros de Beato, De Pablos, Rojas, Medina, y Romero Carrión que iluminan las paredes de la casa. (Uno recuerda, no sin cierta emoción, que fue uno de los que sugirió pensando en Toledo, el nombre de Tolmo ).

Sí, la venus nos hablaba sin palabras , nos miraba con los ojos cerrados, pero también nos recordaba el talento de un artista que fue evolucionando de lo figurativo, del dibujo clásico a las vanguardias , especialmente a una abstracción torturada y sangrante, a veces escultórica, siempre ardiendo y visceral. Es «La venus de Camerún» una de sus primeras obras que nos sirve de prólogo para entender lo que el artista crearía después, el giro que daría a su obra y a su estilo. En este cuadro nos encontramos con algunas claves que luego observamos en su obra futura. Recordamos especialmente los trabajos que expuso en la Sala del Archivo Histórico Provincial bajo el título «Papeles y palabras» , con unos textos escalofriantes y poderosos de Jesús Cobo.

En esta venus vemos al artista que comenzaba y que se sabía con un mundo interior: la pincelada suelta, agresiva, los rojos maduros, el azul desmayado , la sombra en el rostro del hijo que nos mira con esa mirada que tiene un niño que ha visto bailar a las palmeras, el fondo como un tapiz abstracto, el fuego en la soledad de la madre, la sed en la sonrisa del niño nos estaban dando las claves para lo que vendría después. «La proyección sobre la vida de ese miedo profundo era una mancha verde, que aumentaba sin ritmo», decía Jesús Cobo en el catálogo de la citada exposición.

El reverso del lienzo cuenta otra historia . Nos dice de la admiración que uno tenía, desde el comienzo, por la obra de Luis Pablo. En alguna carpeta uno guarda algunos de sus apuntes que ahora me siguen recordando que el artista sigue vivo.

La mancha verde ha crecido y ha devorado a la persona, al amigo, al compañero, pero no ha podido llevarse la presencia, el poder del pintor, del artista, del creador.

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