Cristian Lázaro - OPINIÓN
Seguimos aquí
En homenaje a Renatto Motta (1996-2016) y a los taurófilos habidos y por haber
Casi una semana después de la alternativa del toledano Álvaro Lorenzo, a uno le puede el orgullo . Compartir la buena nueva con otros aficionados al toreo se hace indispensable. El secreto de la vida es tener cosas que te apasionen, que te liberen . No hay más. Para mí y para muchos otros, la tauromaquia es una liberación de las imposturas de un sistema enquistado en los prejuicios que él mismo alimenta.
A los que quieren ilegalizar los toros, les digo : «Si por ley se obligara a la gente a asistir a las corridas, ¿dónde quedaría el espacio para la libertad individual?». Solo pido que haya toros siempre. Y a quienes no les estimulen, que pasen del tema (acomodados en sus paraísos artificiales) y dejen morir en paz al resto. Porque vivir, morir, son sinónimos que se oponen a la mera existencia en tanto que la rebasan; son experiencias plenas, de transición del alma. Una subida al cielo en seis escalones.
El altar de Las Ventas sobrecoge (aunque allí Orfeo no toque su lira durante la faena), posee una atmósfera lícita a que cerca de veinticuatro mil espectadores sientan la muerte de quita y pon . El de abajo se juega mucho más. ¡Qué cuesta arriba se hace torear y disfrutar del toreo en una época en que nadie se emociona por nada! El arte no marcado por los cánones de sociedades superficiales, anodinas, merece un trato más noble que la politización y la ofensa gratuita: «[…] la fiesta está a punto de desaparecer… Todo lo que desaparece sirve a un cometido necesario», escribe un espléndido crítico de Cine. Pero no es este un fin de época.
«Solo los entendimientos de ideas inseguras y de movedizo criterio propenden a la verbosidad”» sentenció Galdós . Los paquetudos petardistas que paporretean sus habituales ataques vendados ni harán pestañear a la savia nueva. Los taurófilos somos tan atacados como los matadores, ganaderos y demás por cuanto se nos quiere privar de una fe de vida . Aun así, recuérdense los versos de Alberto Gambino: «El camino está lleno de piedras, pero es el camino a seguir. Por muchas veces que caiga al suelo, yo me levanto y sigo aquí. Y que digan de mí lo que quieran, y el que quiera, que venga a por mí. Por muchas veces que caiga al suelo, yo me levanto y sigo aquí». «Je suis» taurino (como escribe Rubén Amón) , siempre y en todo lugar. ¡Seguimos aquí!
Apuesto a que Motta, con el animal delante, «no conocía la dulce tolerancia del condescendiente siglo que ha inventado singulares velos del lenguaje y de hechos para cubrir lo que a los vulgares ojos pudiera ser desagradable». Galdós otra vez. No es más cruenta una lidia que las fotos captadas tras una matanza en una peña madridista en Irak . ¿Dónde está la violencia? Ese temperamento aflora en un estadio de fútbol o viendo verde por la tele. No existen corridas de alto riesgo, un sector de la grada no llegará a las manos con otro ni tirará bengalas a la arena. El público que va a los toros, civilizado, no planea arrojar pilas a la nuca de nadie (recuerden a Iker Casillas).
La experiencia nos ha demostrado que un espectáculo de títeres puede despertar más violencia que una corrida de toros . Escarmentemos de ella, no cultivemos un ambiente de afrenta constante. A la tauromaquia no se le puede hacer el vacío como acontecimiento que llena a tantos, lo cual considero una suerte y una virtud. Pero como escribió Shakespeare: «Perdonad este desahogo a mi virtud, ya que en esta delincuente época la virtud misma tiene que pedir perdón al vicio; y aun para hacerle bien, le halaga y le ruega«. Alguien me pregunta: «¿Te gustan los toros?». «No es solo eso: los amo».
Si por andar me duelen las piernas, por amar me duele el corazón. Si dolerme es sentir, amar es vivir. Y amar es tesón. Todos somos toros de lidia . Todos somos muertos en potencia desde que saltamos al ruedo abrupto. Todos soportamos los ojos de todos. Todos sangramos alguna vez. Todos pasamos por un continuo proceso de pérdida y asimilación. Todos ganamos. Todos perdemos. Todos engañamos. Todos nos perdemos. Todos damos vueltas en círculos por más que nos apresuremos. Todos somos fungibles. A todos nos instruyen. A todos nos destruyen. A todos nos intuyen. A ninguno nos derrotan si la falacia huye. A todos nos pincharon. A todos nos llagaron la piel que creímos inexpugnable. A todos nos aplaudieron. A todos nos burlaron. A todos nos dieron la estocada, sí. A todos nos gritaron. A todos nos amaron y nos agotaron. A todos se nos hizo eterna una efímera vida . A todos se nos hizo daño. Todos luchamos. Todos mugimos. Todos corneamos. Todos vinimos aquí a esto: todos caímos. Todos vivimos intensos y desaparecimos. Todos operamos bajo una idea de sinsentido . Pero alguien alzará el pañuelo blanco por nosotros y analizará las huellas sembradas (cuanto a todos nos torearon y cuanto tuvimos que lidiar con todos) antes que el tío arenero nos barra. ¡Todas las almas serán recordadas! ¡Seguiremos ahí!