Santiago Sastre - OPINIÓN

En la muerte de Mario Paoletti

Su literatura es una verdadera escultura que solo culmina cuando de la primera escritura ha ido eliminando todo lo que sobra

En la imagen de archivo, Mario Paoletti ABC

Por SANTIAGO SASTRE

Con desolación escribo este artículo con motivo del fallecimiento del escritor Mario Paoletti, a quien me unía una gran amistad y quien ha sido un maestro para mí. Lo conocí hace muchos años, hacia 1987, cuando estudiaba Derecho en san Juan de la Penitencia. La Universidad compartía edificio con la Fundación Ortega y Gasset, de la que él era director, y de vez en cuando le visitaba en su despacho.

Mario nació en 1940 en Buenos Aires. Fue uno de los fundadores del periódico El Independiente de la Rioja, que estaba organizado como una cooperativa (los trabajadores ganaban lo mismo que los jefes y vendían ¡ocho mil ejemplares al día!). En 1976 fue detenido por delincuencia ideológica (como le ocurrió a Sócrates) durante el período del general Videla y pasó por varias cárceles.

La etapa carcelaria duró 4 años y le marcó de forma decisiva, como plasmó en muchos de sus libros, en especial en A fuego lento. En la cárcel fue bibliotecario (por eso una parte de sus memorias se titula Bibliotecario en Auschwitz) y las lecturas de aquel período (el Quijote, del que después haría una versión exprés actualizándolo un poco, y Proust, por ejemplo) fueron decisivas en su obra. Más tarde fue deportado y vino a España, donde trabajó en Toledo como profesor y director de la Fundación Ortega y Gasset. Fue aquí donde conoció al amor de su vida, la escritora Pilar Bravo, con la que vivía en una casita justo en frente del embarcadero, al lado del río Verde, como lo llamaba.

Mario era un todoterreno literario: escribió novela, artículos, ensayos (una genial biografía sobre su amigo Benedetti y textos sobre Borges), obras de teatro, poemarios, cuentos... Sobre todo se sentía poeta. Consiguió importantes premios literarios (como el Rafael Morales y el Francisco Ayala). Su poesía era de corte narrativo y su prosa tenía un estilo muy personal, ingenioso, con sentido del humor, que te arrastraba de una página a otra como la corriente de un río. Siempre destacó por su humor y su generosidad. Era un escritor con un fuerte compromiso social, con un culturón impresionante y con una oratoria seductora. Como buen argentino el encantaban el tango, los asados y la pasta. Disfrutó mucho viendo representada su obra teatral sobre el Che Guevara. Unas molestias y un pequeño bulto más abajo del esternón ocultaban un cáncer de esófago del que milagrosamente se pudo recuperar y fue entonces cuando, después de ver de cerca los ojos de la muerte, vivió una etapa muy feliz.

Temía no poder escribir como antes y ocurrió todo lo contrario: escribía aún más y mejor, se publicó su poesía completa, logró culminar sus memorias (tenía una portentosa memoria de elefante) y remató un poemario. Pudo viajar a Puerto Rico y a su apartamento de Calpe. Y, sobre todo, su historia de amor con Pilar se vio reforzada de una manera increíble: siempre hacían gala de quererse mucho, de que tenían una vida maravillosa gracias a su amor. Ahora un segundo cáncer, esta vez en el páncreas, es el que se lo ha llevado por delante en dos meses.

Cada vez que iba a su casa era una fiesta. Siempre con música de fondo, con la gata Pipa por medio, con una conversación jugosa. Desgraciadamente aquí no le fue fácil publicar y algunos de los libros los editó él. Pero eso nunca le importó, para él lo importante era escribir y no estaba obsesionado con el éxito ni el reconocimiento. La distinción como hijo adoptivo de Toledo (el primer extranjero que lo consigue) le hizo mucha ilusión. Amaba Toledo, ciudad en la que vivió más de cuarenta años.

El mejor homenaje que se le puede hacer es reeditar su obra para todos la conozcan (en especial la historia de su vida que plasma en sus memorias). Y nos quedará a los que le conocimos el recuerdo de una persona bondadosa, alegre, comprometida, que amó la vida y el amor con todas sus fuerzas. De él sí que se podrá decir lo que decían Lope y Quevedo: que tuvo una vida de película y supo lo que era el amor porque lo probó y sus cenizas serán polvo, pero polvo enamorado. Seguirá viviendo en el corazón de los que lo amamos y en sus libros.

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