Santiago Sastre

¡Qué bello es vivir!

«La Navidad nos abre los ojos ante la necesidad que tenemos unos de otros»

POR SANTIAGO SASTRE

No vivimos en el mejor de los mundos posibles, pero este es el tiempo que nos ha tocado vivir. La política nos enfrenta más que nunca (en vez de buscar espacios de consenso) y ahora la siguiente oleada del nuevo coronavirus vuelve a ponernos de relieve la fragilidad del ser humano y a reducir nuestra sociabilidad. Hay que vivir, pero, como decían los estoicos, se trata de saber vivir, pues no se aprende a vivir viviendo.

La Navidad nos abre los ojos ante la necesidad que tenemos unos de otros. Dios mismo para nacer necesita una familia y para amarlo hay que amar necesariamente al prójimo. Como todos los años, volveré a ver ¡Qué bello es vivir! , la gran película sobre la Navidad que hace poco cumplió 75 años. Su enseñanza básica es la siguiente: todos somos importantes, nadie es un fracaso y merece la pena ser bondadoso. Alguien que está al borde del suicidio (¡cómo no pensar en algunos suicidios recientes!) puede advertir cómo ha contribuido de forma decisiva en la vida de los demás. Nuestra vida misteriosamente está entrelazada a otras vidas incluso sin que nos demos cuenta . La historia de una persona tiene dos caras: la cara A de lo que ha hecho y la cara B de cómo ha influido lo que ha hecho en la historia de los demás. Y, por supuesto, es injusto valorar la vida de alguien solo desde una cara.

En ese afectar a los demás es importante la bondad, porque nos ayuda a humanizarnos, a crecer como personas. No me refiero tanto a una bondad religiosa (como la caridad) o laica (como la solidaridad), como a esa empatía que nos acerca a los demás (como la fraternidad). Aunque ahora no puedo justificarlo, estoy convencido de que la bondad es bella, silenciosa (es la maldad la que hace más ruido) e introvertida. Desde la bondad se amplía esa cara B de nuestra historia, nuestra vida genera más ondas expansivas que salpican para bien a los demás.

He reflexionado últimamente sobre esto al hilo de un poemario religioso que publicaré próximamente y que se titulará Una palabra tuya bastará . Y también porque por cosas del destino he formado parte del tribunal de una plaza de inspector en el cuerpo de la policía local de Toledo . Y esto me ha permitido conocer más de cerca su labor y también a personas admirables, que trabajan con una gran profesionalidad y una acentuada actitud de servicio. Es injusto que en nuestra visión de su función tenga más peso su papel sancionador, que es una exigencia de velar por el cumplimiento de normas que les vienen impuestas, y no su labor de ayuda y entrega para facilitarnos la vida a los demás.

En nuestra vida deberíamos tener un ángel como Clarence (el de la película de ¡Qué bello es vivir! es un ángel de segunda división, pues aún tiene que ganarse las alas) que nos abra los ojos para ver de qué manera nuestra vida ha sido necesaria y fundamental para otras personas. Por eso desde el momento en el que alguien tiene un amigo se puede decir que nadie es un fracaso, que merece la pena vivir por muchos sinsabores, virus, problemas y enfermedades que nos encontremos en el camino y, al contrario de lo que respondió Caín cuando le preguntaron por su hermano, sí somos guardianes de nuestros hermanos . Nos toca vivir y aplicarnos en saber vivir, entregando nuestro tiempo a lo que de verdad importa, en medio de tantas limitaciones. Feliz Navidad.

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