Antonio Lázaro - OPINIÓN
La política angélica, ¿mito o realidad?
«El populismo debe ser desoído. Ni Venezuela, ni Grecia ni Irán pueden ser referentes nacionales para España»
Como todo lo humano, la política es imperfecta . Como todo lo humano, puede y debe aspirar a la perfección y hasta llegar a ofrecer destellos de la misma.
Pensemos y comparemos: Krushev y Stalín, Suárez y Arias Navarro, Willy Brandt y Hitler, Kennedy y Nixon … Lo positivo, lo luminoso puede asomar entre las sombras del despotismo, la manipulación y la barbarie, compañeros demasiado habituales del poder. Y no como promesas de un mundo futuro, quiméricas etapas finales, sino como medidas aquí y ahora que, desde la racionalidad y el realismo, mejoren el día a día de las personas.
Don Quijote es una vez más el modelo . No se limita a añorar una perdida edad de oro de la caballería andante: se pone a recorrer el camino real y se lanza a acometer a los gigantes de la opresión y la injusticia . Hoy, ahora. El tiempo no está de nuestro lado pero es lo único que tenemos, no sabemos si habrá otro para nosotros y eso nos obliga a actuar ya. Conocemos el lado malvado y corrupto, no nos es algo ajeno, forma parte de todos y de cada uno. Mas también el lado divino, esa chispa de divinidad que, según el budismo y todas las místicas conocidas, también está en nosotros y nos guía, si sabemos escucharlo.
Antonio Enríquez Gómez fue un escritor barroco que vivió en la primera mitad del siglo XVII. Descendiente de conversos, nació en Cuenca y sufrió toda su vida (y aun después de muerto) la persecución inquisitorial . Conoció el éxito en la Corte como poeta y autor dramático y también el exilio en Burdeos y Rouen. Escribió memorables sonetos, entretenidas novelas y diferentes tratados morales. También fue escritor político y acuñó el concepto de la política angélica . Entre inquisidores y sanedrines (disfrazados de pícaros intelectuales), en un antiguo corral de comedias, sostuve en cierta ocasión que la política angélica de Enríquez Gómez no es, como alguno de entre ellos sostenía, una vulgar ocurrencia arbitrista (tan propia del siglo) ni siquiera una concepción utópica de la política, puesto que él no cuestiona ni la monarquía ni siquiera postula la eliminación del aparato inquisitorial, sino una concepción teodemocrática reformista: algo que se podía aplicar, de haber habido voluntad, desde ya , una vez desmoronado el régimen despótico del Conde Duque de Olivares.
De hecho, él la había proyectado ya tácticamente en un largo romance a la gobernación de la grácil reina Isabel de Borbón , que tomó las riendas del poder en ausencia de su esposo Felipe IV, centrado en el frente aragonés para frenar a los franceses. Los puntos centrales de la política angélica eran: tolerancia, meritocracia, priorización de las obras sobre el linaje o la sangre, libre comercio, amparo de pobres, débiles y menesterosos . Sobre la Inquisición, que no cesó en darle caza hasta hacerle morir en 1663 en un calabozo del castillo de Triana, propuso su reforma: menos dominicos y más capuchinos y jesuitas en sus tribunales, eliminación de la confiscación de oficio (previa a la probanza del delito) y supresión de la delación anónima (cuyo contenido y autor debía adivinar el reo).
Nada de todo eso se aplicó en su tiempo, tuvo que aguardar revoluciones burguesas e industriales, ilustraciones y lucha obrera. Ante todo, porque suponía liquidar la Inquisición, aparato de control ideológico pero ante todo hacienda abusiva, basada precisamente en la confiscación previa. Sin embargo, los principios de la política angélica siguen siendo vigentes en todo tiempo y lugar, y también en la confusa España de 2016.
Conocemos los defectos de la Transición pero también su grandeza: el periodo de paz y libertad más dilatado de la historia nacional . Si estas décadas no han servido para cerrar el enfrentamiento entre unas supuestas dos Españas, realmente habrá fracasado. El problema no es el fin del bipartidismo, sino la imposibilidad de ciertos pactos . Si hubiera acuerdo sobre la pluriterritorialidad (que no plurinacionalidad), sobre la integración en Europa y sobre los principios de concordia e igualdad ante la Ley, daría igual cuestionar la letra de la Constitución en parte o incluso en todo. Lo importante es no cuestionar su espíritu. Adaptarlo al nuevo milenio.
Las mareas arrasan las playas, las dejan cubiertas de morralla y de algún que otro esqueleto. Si aparece una gema engastada en una sortija, será solo una pérdida del último verano bajo una sombrilla. Pero el populismo, en cualquiera de sus variantes debe ser desoído: remite a ese futuro que nunca será nuestro, que no existe . Ni Venezuela, ni Grecia ni Irán pueden ser referentes nacionales para España.