Carlos Rodrigo

Para qué diablos sirve la poesía

«Se debe buscar la poesía por hospitales y juzgados» (Joan Margarit)

Sabemos que hay gente que cuenta novelas, que incluso se alimenta de novelas, que vive de sus historias, que dan a beber sus palabras. Sabemos hasta de algunos privilegiados que poseen el don de saciarnos con sus historias.

Asumimos que hay que gente, siempre decimos que hoy más que nunca, que vive del cuento, que se nutre de contar cuentos, y que envenena nuestros sueños, cada vez más efímeros y volubles, con sus fábulas más o menos creíbles; fábulas que devoramos y desechamos, esclavos de la ansiedad, a la velocidad de una serie de Neftlix.

Pero, ¿Y la poesía? ¿Para qué diablos (por edulcorar y autocensurarme, y así no soltar expresiones más politicastizamente incorrectas como coño/cojones), sirve la poesía?

En tiempos de falta de referentes serenos y de extenso horizonte sin estridencias...

En tiempos de miedo, autocensura, memes, fakes e inquisición social, de bandos sin debates de ideas, de posicionamientos tras palabras sobadas y ya vacías de contenido…

En tiempos de saber que tantos ponen la mano en nuestro hombro con el fin de apoyarse en nosotros y no de darnos apoyo…

En tiempos de caminos trillados, de regates en corto, de resultados rápidos y fáciles; de mociones de censura banales cuando la sociedad está sumida en mociones de censura vitales y espirituales; de imposiciones aceptadas sin fuerzas para discutir ni reflexionar…

En tiempos en los que la crítica es más endeble y volátil que nunca; de alivios momentáneos que no van a parar o estrellarnos más allá del pasado mañana…

¿Para qué diablos sirve la poesía?

Será, como Antonio Colinas reivindica, una forma de estar y de vivir en el mundo.

Será, como dice Cristina Peri Rossi, la memoria de nuestras emociones y sentimientos, a la vez que el otro lado del espejo de nuestro yo real, de nuestro yo íntimo.

Será, como sentencia María Victoria Atencia, la primavera de la literatura.

Será, como desea Francisco Brines, esa música o cualquier arte que nos hace mejores.

Será, como medita Elena Medel, no más que esa pregunta que lleva toda la vida respondérsela a uno mismo.

Contestaba a la pregunta Borges, como buen regateador argentino, con más preguntas: «¿Para qué sirve un amanecer? ¿Para qué sirven las caricias? ¿Para qué sirve el olor del café?.La poesía sirve para el placer, para la emoción, para vivir»'.

Milosz con su imponente humildad concluía que: «sinceramente, no lo sé… todo lo que le puedo decir es que la poesía me ha ayudado a vivir».

En mi humilde opinión, tan poco respetable como cualquier otra, yo no sé si la poesía es un modo de vida, si es la más excelsa de las literaturas; si es tan pretenciosa como para aspirar, ingenuamente sin duda, a hacernos mejores. Ni tampoco sé si es ese diccionario privado que te explica el mundo.

Yo no sé si sirve o si no sirve. Y tampoco sé si sirve en sentido de ser útil, de obsequiar, o de ser una militar en activo.

Yo solo sé, que sostengo, que nunca son malos tiempos para la lírica. La poesía es el hormigón de mis sueños. Y mis sueños son el cimiento de mi cotidianeidad, la lírica que da sentido a mis tantas veces torcidos y prosaicos pasos.

Que no me quiten eso, porque para mí la poesía no es la excelencia huera y metálica del discurso, sino aquello hecho de palabras que va más allá de las palabras. Para bien y para mal. Para todo y para nada. Para ser un ángel y para ser un canalla. Para ser y no ser.

Lo que sea para usted no lo sé, pero sí me importa. Con independencia de que estemos de acuerdo con Marx, con Groucho me refiero, de que la vida no son más que esas pequeñas cosas que hacen feliz a las personas: un pequeño yate, una pequeña mansión, una pequeña fortuna… hoy no es mal día para que se pregunte qué es para usted la poesía.

Quizá sea una buena ocasión, tan hermosa o maldita como cualquier otra, para que se lo cuestione. Suerte y al verso.

LA EDUCACIÓN SENTIMENTAL

Solía repetirme con su viejo desprecio:

los poemas no sirven para nada.

Me quería instruir en un infierno

donde bajar la guardia es perder la partida,

donde sólo el dinero nos protege

del frío de la edad. Pero en cambio ignoraba

que lo que nos protege es el poema,

que se debe buscar la poesía

por hospitales y juzgados.

Que más tarde también hablará de la amada.

Hay poesía incluso en las personas

que detestan vivir, como mi padre.

Y tenía razón en su argumento:

a nadie le sirvió, jamás la que él leía.

Joan Margarit ( Premio Cervantes 2019)

Todos los poemas (1975-2012). Desde Restos de aquel naufragio hasta Se pierde la señal (Austral, 2015).

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