Tocado por la suerte… «y un poquito más»
Memorias de luz y niebla, de Gregorio Marañón Bertrán de Lis
Gregorio Marañón Bertrán de Lis publica en Galaxia Gutemberg un libro de 430 páginas titulado Memorias de luz y niebla. Es una narración de su viaje personal a esa mítica isla de Ítaca que aún se atisba más allá del horizonte. Muestra el largo camino de su vida, lleno de aventuras, lleno de experiencias, pleno de decisiones bien tomadas y a tiempo y, sobre todo, colmado de amistades. No faltan los lestrigones, ni los cíclopes, ni algún que otro Poseidón. La nave ha realizado la travesía con el viento en popa de la determinación, ha recalado en puertos de los emporios fenicios, como el banco Urquijo, el BBV, Prisa, Logista y muchas otras empresas, y ha enriquecido sus bodegas con hermosas mercancías. Ha aprendido de los sabios y se ha codeado con ellos. Se ha remansado en las calmas aguas vegetales y paisajísticas de un cigarral. Y ha encontrado el amor.
En las obras memorialistas se cuenta lo que se sabe, lo que se puede, lo que se debe y lo que se quiere. Así creo que se hace en estas Memorias de luz y niebla . Ya el título clarifica por sí solo lo que es esta obra, o al menos su intención. La luz alumbra y la niebla deja entrever. Hay un momento en el que el autor afirma: «Los recuerdos que he relatado están entreverados de luz, niebla y olvido. Más o menos difuminados me parecen vivencias de un ayer muy cercano» (pág.401). Hay que escribir unas memorias cuando aún se tiene lucidez propia para hacerlo y no se depende de los sesgados recuerdos ajenos, y cuando se sabe qué documento consultar o a qué viejo cuaderno de notas acudir. Este es el caso de Gregorio Marañón. La abundancia de detalles proporciona viveza a una narración que tiende al verismo de quien va desgranando hechos más que opiniones. Este es un texto más de un hombre de acción que de un teórico moviéndose entre juicios o conjeturas. Aunque es verdad que todo libro de memorias implica, en sus propias características como género, la presentación de la icosaédrica realidad desde una de sus caras, la de quien la recuerda y la describe. En ese sentido, el olvido o el silencio tampoco es algo banal, pues, a veces, significan prudencia, y en ocasiones, delicadeza. La vida es así o la veo así, pero hay que vivir para contarla.
Memorias de luz y niebla compone un mapa de más de tres cuartos de siglo del mundo, de España, de Toledo y de ese universo que es la peripecia vital, con muchos hilos saliendo de la madeja, de Gregorio Marañón, el nieto. Sí, el nieto, pues de esta lectura se desprende que Gregorio Marañón, el abuelo, es el héroe y el modelo. Esto se hace evidente cuando asevera: «…mi abuelo constituye mi principal referencia en la vida personal, familiar y cívica…» (pág. 259-260). Hay escasas referencias al padre, pero las existentes son bien significativas por los trazos con que se le pinta y por el fondo de un lienzo sin paisaje y sin figura. La familia siempre tiene protagonismo en unas memorias, en estas afectuosamente presentes la abuela y la madre y en cierto modo los 110 descendientes de los abuelos Gregorio y Lola. Es la parte quizá más emocional.
Este es un libro que muestra muy claramente cómo se conforma el perfil de su autor, desde su más tierna infancia, y cómo se forja una personalidad en la praxis, en la acción y en la voluntad. Afirma que lo que él, el autor, ha experimentado es «conformar un proyecto de vida a cuyo cumplimiento dedicamos voluntad, esfuerzo y entusiasmo. Sin voluntad no somos, simplemente estamos; sin esfuerzo no alcanzamos nuestras metas; y el entusiasmo son esas alas que hacen que las raíces vuelen» (pág. 18). Está también la determinación y están las circunstancias. Saber apreciar en la lectura cómo el protagonista de las memorias se mueve en las circunstancias quizá sea una de las lecciones más interesantes que se puede obtener de estos centenares de páginas que se leen con avidez. Y hay un componente más, el azar, que no es depreciable. Aprovecha una cita del abuelo para aplicársela: «Dicen que he tenido suerte, y reconozco que ha sido así, pero sólo yo sé el esfuerzo que me ha costado salir a buscarla» (pág. 20). A este respecto de la suerte, se cuentan anécdotas muy sustanciosas, por ejemplo, que aprobó la materia de Dibujo por «buena conducta»; que en el examen oral final de una asignatura de la carrera de Derecho se le calificó con buena nota, a pesar de salirse sin responder a la cuestión que le había planteado el tribunal; y añadiría que la mayor suerte de su vida ha sido la de encontrar el amor más pleno a partir de lo que se puede considerar una cita a ciegas. Este amor inicia su etapa de plenitud, dejando atrás «la soledad y la nada» (pág. 172). El amor con Pili Solís es, según mi lectura de estas memorias, la verdadera vie en rose de Gregorio Marañón, algo que es esencia y no circunstancia.
Quien en la lectura de estas memorias busque anécdotas livianas las encontrará, como el hecho de que el autor participase en una experiencia de espiritismo en la que una mesa parecía levitar, o en un encuentro del Opus Dei del que salió convencido de que eso no era lo suyo, o que en su casa hayan cantado Rosalía y Rocío Márquez en ocasiones festivas diversas. Que tenga una tatarabuela infanta de España y un tatarabuelo conde polaco es llamativo; también lo es que cuente con un bisabuelo tendero del Rastro madrileño y una tía santa, la Madre Maravillas. Significativas son las veces que le han ofrecido ser un cargo relevante, ministro de Cultura, consejero de la Comunidad de Madrid, senador por Toledo, por ejemplo, y que nunca aceptase. Que se haya pasado una noche bailando en el Rocío o que haya ganado el premio Mariano de Cavia de periodismo son esas cosas que quedan moteando con sus lucecillas en el firmamentos estrellado de una vida, como estrellado era el cielo de aquel verano que pasó en Huéscar (Granada) en una especie de jornadas de alfabetización a la gente de los cortijos. Que las esquelas mortuorias sea un género «por el que siempre he sentido curiosidad por la información que se trasluce tras su aparente y fría neutralidad» y que «las testamentarías suelen ser excelentes oportunidades para comprar» (pág. 213) son cuestiones, a mi juicio, nada baladíes. O, que en tres momentos cruciales de su vida, la lectura que tenía entre manos fuera una novela de Vargas Llosa no parece casual. Todo esto son pinceladas curiosas, abundantes en el libro, que aligeran la lectura y tienen su importancia.
Sin embargo, el meollo de las memorias reside, en mi opinión, en varios conceptos: el de la amistad de amplio espectro; el del espíritu de la Transición; y el de la independencia personal.
Casi 1500 nombres propios aparecen citados en el libro; de pocos será de los que no se declare amigo, apartados, claro está, los personajes históricos. Incluso teoriza sobre la amistad a partir de una cita de Montaigne en un capítulo titulado «Sobre la amistad» (págs. 359-375). Bien es cierto, para ir cogiendo el hilo, lo que trasluce una afirmación contundente: «Nunca he regalado el título de amigo» (pág. 359). Es muy interesante y muy importante el campo semántico de la amistad en estas memorias. Si se hiciera (algo que hoy es posible hacer informáticamente) el conteo de palabras de una familia semántica, comprobaríamos que la de la amistad en todas sus variantes se lleva la palma. Pero ya digo que, leyendo con finura, hay que ir a un concepto caleidoscópico en el que se funde la emoción y el sentimiento, la razón y la circunstancia, y la praxis vital. La idea, la expresión y la acción de la amistad las encontramos a lo largo de toda la obra. Hay amistades de encuentro ad infinitum , como, por ejemplo, las de Juan Lladó o Jesús Polanco; otras de encuentros, desencuentros y reencuentros, como Gerard Mortier; y algunas, pocas, de encuentro y desencuentro. Y se da algún que otro caso en el que hay que espigar un tinte de ironía. Es preciso leer el libro para ir componiendo el puzle y darse cuenta de que la historia del mosaico de la vida es la historia de las teselas de sus amistades. El desprendimiento, que es generosidad, y la lucidez, que es realismo, es posible buscarlos en el pespunteo de los muchos retazos que se cosen. No en vano escribe a propósito de una negociación exitosa: «Como casi siempre sucede, una buena decisión moral –ayudar a un amigo- tuvo su recompensa» (pág. 203).
El espíritu de la Transición es transversal en el trayecto vital que se encuentra en estas memorias. Su fundamento es el diálogo y el acuerdo y el no andarse con vaguedades y dudas. Lo que se acuerda se hace sin marcha atrás. Este espíritu, evidente en todo lo que se cuenta, pero que también tiene que ver con la capacidad del protagonista de no dejarse presionar y de saber responder con prontitud a las situaciones que se plantean y no dejarlas que se pudran, es el que define, no solo la concepción teórica de su vida, sino, muy especialmente, el devenir de un hombre de acción. Son tantos los ejemplos que se pueden citar, que prefiero omitirlos y que sea cada lector quien los vaya descubriendo.
Espíritu independiente, sí, pero algo más también. Esto define la travesía empresarial de Gregorio Marañón y muchas otras facetas de su vida de lo que hoy llamaríamos influencer. Lo afirma claramente: «Y yo, que me defino como ciudadano, ante todo, independiente, luego liberal, y, finalmente progresista, he preservado siempre mi independencia, no ya ante propuestas tentadoras que pretendían quebrarla, sino también ante las presiones, más o menos explicitas, de quienes ostentaban el poder…Mi independencia la he ejercido cuidando siempre las formas, de manera no hiriente y educada…» (pág. 175). Su paso de más de treinta años por Prisa, su relación con políticos de todos los partidos, con muchos de ellos en su propia casa, y especialmente su éxito en el mundo empresarial, tiene que ver con este espíritu independiente y proactivo, que no neutral.
Memorias de niebla y luz se articula en 15 capítulos. Importa más la agrupación temática que la cronológica. Estoy seguro de que el libro no es para leerlo de tirón, como yo he hecho, sino para ir saltando de acuerdo al interés de cada lector. Las gentes del mundo de la política se sentirán atraídas por el capítulo «De la clandestinidad a la transición», donde se recuerdan muchos hechos importantes como son los del grupo «Tácito», de la UCD, entre otros, y también del capítulo titulado «Política y políticos», en el que hace un repaso a un variopinto jardín en el que no todo son flores y rosas. Del rey abajo, pocos son los que no han comido con el autor. El universo de las finanzas irá en seguida a ver qué se dice sobre el Banco Urquijo, sobre el BBV, sobre Gescartera o sobre la Cámara de Comercio hispano-israelí, y se encontrarán que al memorialista no le tiembla la pluma para escribir sobre la catadura moral y empresarial de Francisco González, por ejemplo. En el mundo de la empresa, que se entrevera entre todos los demás, uno se puede detener en el éxito de Gescapital, en Logista o en Roche Farma. Muchas personas habrá interesadas en escudriñar lo que dice de Prisa quien ha estado en la empresa desde su fundación hasta anteayer, donde tuvo una salida controvertida. El cosmos de la cultura buscará los intríngulis del Teatro Real (y se asombrará de la suma que se llevaba el maestro López Cobos), del Teatro de la Abadía, del Centenario del Greco, de Patrimonio Nacional, de la Biblioteca Nacional (de cuyo patronato debió salir por «cuestiones de género»), Universal Music, o las cuestiones de mecenazgo. Los más religiosos se pararán a ver la luz que alumbra sus creencias. Los toledanistas volverán a mirar lo que cuenta de la Vega Baja, de la Real Fundación de Toledo y del Cigarral de Menores…
En fin, el camino largo, lleno de aventuras, lleno de experiencias, del que hablaba Kavafis en su reconocido poema, se hace realidad en estas Memorias de niebla y luz , que nos deja sobre la mesa Gregorio Marañón. Es un libro bien escrito. Su lectura es, si no una aventura, sí una excelente experiencia, pues supone ver 77 años de la realidad española por la rendija de otros ojos y, a su vez, un proceso de aprendizaje sobre la propia vida a partir del ejemplo que se ofrece. Y termino como lo hace el autor: «En la lejanía diviso el horizonte hacia el que tiendo mis manos ente luz, niebla y esperanza. Más allá, aún invisible, imagino Ítaca. Como creyente, sueño con alcanzar al final del viaje la misteriosa trascendencia de llegar a ser en plenitud para siempre. Pero también me guía el convencimiento de que este apasionante viaje merece vivirse por sí mismo, como el amor» (págs. 401-402).