Crítica

Un Libro de Buen Amor muy siglo XXI

«Es un buen trabajo teatral y una forma apropiada para dar a conocer obras y autores que no suenan ya más allá del nombre y el título. Ojalá esta puesta en escena y otras como esta pudieran formar parte de las exiguas campañas que ofrecen teatro a la población escolar»

ABC

Por ANTONIO ILLÁN ILLÁN

El Teatro de Rojas ha vuelto a abrir sus puertas. La cultura es necesaria. El virus no va a poder pasar las fronteras del arte. El público posible, solo el que admiten las circunstancias, ha llenado lo que se podía llenar. ¡Gracias por ser valientes! La compañía Guirigai y el versionista, Agustín Iglesias, han logrado poner sobre las tablas una muy decente representación del Libro de Buen Amor , con las dificultades que entraña convertir en pieza teatral un texto tan variado y complejo en ideas, en estructura y en retórica.

En el auténtico Libro de Buen Amor lo irrebatible es que los seres que aparecen en el mundo creado por Juan Ruiz viven en continua tensión, con el hombre (genérico por «persona») perdido en una realidad conflictiva, donde encontramos enfrentamientos entre contarios: vida, naturaleza y amor frente a muerte; determinismo frente a libertad; mal frente a bien; pecado frente a virtud. Y siempre el amor y la protección aristotélica de las opiniones: «Como dice Aristóteles, cosa es verdadera: / el mundo por dos cosas trabaja: la primera / por haber mantenencia; la otra cosa era / por haber juntamiento con hembra placentera».

La versión de Iglesias nos muestra más lo inútil que resulta escapar al amor, entendido este como sexualidad y vitalismo. Evidentemente el teatro tiende a divertir, a entretener, sin dejar a un lado la reflexión. Este Libro de Buen Amor para el teatro, en el que se han espigado los episodios más conocidos y celebrados del clásico medieval, no se para en digresiones morales, ni en angustias, soledades y fracasos, ni en pesimismos negativistas, ni en falsedades y engaños. Esta propuesta teatral siglo XXI sí magnifica la idea de sobrevivir placenteramente, valiéndose de instrumentos como el arte de la astucia o el engaño y el disimulo. Estamos hoy en la lucha por la existencia con su regla de oro: «Engaña a quien te engaña, y al que te hace algo, házselo tú». Incluso el versionador se ha tomado abundantes libertades, me supongo que como guiño a nuestro universo siglo XXI, como el manifiesto lesbianismo en el episodio de Pitas Payas (en el original, la mujer suple la ausencia del marido con un amigo; en la versión de Iglesias lo hace con una amiga); no creo que aporte nada esa tergiversación del cuento clásico arciprestil. Evidentemente la propuesta de Iglesias con los personajes femeninos reivindicando su libertad de acción, sexual e intelectual, es una mirada populista contemporánea que viene bien al espectáculo, pero una mirada extemporánea al texto clásico, pues Juan Ruiz ni por asomo se plantea el libre albedrío o las reivindicaciones feministas.

Por lo demás, la estructura miscelánea del espectáculo, que comienza con una comparsa y una procesión de la Virgen (a la que se tiene gran devoción como mediadora ante Dios en la España medieval) y luego sigue ensartando historias: las del héroe, el arcipreste enamoradizo al que no le importan credos ni religiones; las de don Amor y doña Venus; los amantes perezosos; la de Pitas Payas; los amores de don Melón y doña Endrina; la Trotaconventos; la seducción (o no) de la monja doña Garoza; el combate entre don Carnal y doña Cuaresma; para terminar de nuevo con la comparsa que celebra alegremente el fin de Trotaconventos y la maldición de la muerte puesta en boca del arcipreste, que destaca la visión anticristiana del acabamiento y la trascendencia.

La dramaturgia, muy sui generis o muy de Iglesias, resalta aspectos de interés tanto del original de Juan Ruiz como en la versión teatral; y entre estos me parece que la visión «bajtiniana» de lo popular es una apuesta que da funcionalidad, alegría, ritmo y un componente populista al espectáculo. El texto de Iglesias, desde esta perspectiva de Bajtin sobre lo medieval, resalta el discurso carnavalesco, amplio y polifónico, frente a visones más rígidas de la realidad. Es de aplaudir esta visión moderna, porque ayuda a ofrecer una función entretenida, en la que la comicidad, el erotismo insinuante, la picardía y el lenguaje desenfadado ayudan al público a mantener la atención durante la hora y media que dura la representación.

La interpretación coral, con mucho movimiento, una muy delicada y trabajada dicción del verso alejandrino, una labor gestual significativa y en nada desmedida, una expresión corporal coreográfica bien delimitada y unas intervenciones musicales esenciales, ha levantado un espectáculo escénico digno, regocijante, gracioso, burlón, ameno y simpático, que ha ido creciendo a medida que avanzaba la fiesta. Hemos visto que, si el desempeño al comienzo parecía tímido y monótono, luego ha progresado yendo de más a mejor; se han venido todos arriba y han terminado la tarea de manera apasionada. Hay que subrayar la labor de dirección en este trabajo caleidoscópico e icosaédrico. Y es complejo señalar una buena dirección si no hay unos intérpretes que se dejan la piel en el escenario. Los de Guirigai se han dejado la piel y la voz. Difícil significar a unos sobre otros, pues actrices y actores, todos, han estado sobresalientes en los diversos personajes en los que se han tenido que transmutar. Raúl Rodríguez ha encarnado un arcipreste magnífico; Magda García-Arenal ha compuesto una Trotaconventos excelente y de variados registros; Nuria Ayuso ha dado vida sobre todo a una Cuaresma y una Garoza geniales; Asunción Sanz , con un cambio de papeles más que complejo, ha bordado, con un saber excelente y una profesionalidad manifiesta, a doña Endrina y la serrana; y Jesús Peñas se ha desenvuelto con eficacia y efectividad en especial en los papeles de don Amor y don Melón.

En este montaje teatral la música de Fernando Ortiz y la danza constituyen un elemento clave para transmitir desde la devoción mariana del inicio hasta el jolgorio y el goce de las fiestas en las que se expresa la alegría de vivir y la exaltación de los placeres humanos. La escenografía es sencilla y muy versátil, con guiños humorísticos, como el de los capiteles que culminan las columnas del arco románico que preside la escena y que luego nos presenta un sorprendente envés. El vestuario, muy bien diseñado, ha ayudado a la caracterización de los diversos personajes.

Hoy que tan poco se lee a nuestros clásicos, a los que han ido expulsando poco a poco del currículo escolar, puestas en escena como esta de Guirigai merecen más que un aplauso. Es un buen trabajo teatral y una forma apropiada para dar a conocer obras y autores que no suenan ya más allá del nombre y el título. Ojalá esta puesta en escena y otras como esta pudieran formar parte de las exiguas campañas que ofrecen teatro a la población escolar.

Los aplausos, más que merecidos, del público, han agradecido a Guirigai su buen hacer y al Teatro de Rojas su atrevimiento para estar presente en la sociedad con el alimento esencial de la cultura.

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