Juan Gómez Díaz
Del ducado de Edimburgo al Defender TD5
«Él, que siempre se situaba a dos pasos de la reina, en esta ocasión la precedió»
Después de ver las imágenes de las exequias de Felipe de Edimburgo (nacido, Felipe de Battemberg) en la capilla de San Jorge del castillo de Windsor, escribo este sencillo comentario —no laudatio — sobre su papel durante más de setenta años en la monarquía británica. Es cierto que el tiempo se encarga de poner a cada uno en su sitio, aunque para este reconocimiento tenga uno que morirse, pero no deja de ser excepcional su vida en la Corte de San Jaime, como también ha sido la ceremonia de su entierro en la cripta de la citada capilla. Digna de un rey siendo príncipe .
Si hubiera que calificar la ceremonia se me ocurren dos palabras que, aunque parecen contradictorias no lo son: sobriedad y elegancia; es decir sin adornos superfluos, pero con atributos de buen gusto. Así lo dejó dicho el Duque, tanto para la ceremonia oficial como en la religiosa. Un Land Rover fue el vehículo utilizado para el traslado de su cuerpo y una sencilla oración fúnebre, sin homilía, oficiada por el déan de la capilla y el arzobispo de Canterbury, acompañados por sus familiares más directos y, todos ellos, presididos por la reina Isabel II, en su majestuosa soledad. Sin embargo, el protocolo falló estrepitosamente por culpa involuntaria del difunto . Él, que siempre se situaba a dos pasos de la reina, en esta ocasión la precedió, pues el Land Rover Defender , iba delante del Bentley real.
Con igual sobriedad y elegancia se desarrolló el minuto de silencio que el gobierno decretó en honor del Duque de Edimburgo y que tuvo lugar en todo el Reino Unido, empezando, como es lógico, por el primer ministro Boris Johnson, que lo hizo en su residencia de Chequers.
Como reflexión final, viene a mi memoria la ceremonia que tiene lugar ante la iglesia de los capuchinos de Viena cuando un funcionario golpea la puerta solicitando permiso para el enterramiento de un miembro de la familia imperial austriaca; el último ha sido Otto de Habsburgo. Además del nombre, el funcionario enumera los títulos del fallecido: emperador de Austria, rey apostólico de Hungría, rey de Moravia, de Dalmacia, de Croacia, de Galitzia, de Lodomeria, archiduque de Austria, gran duque de Toscana, etc. etc. y, desde dentro, recibe esta respuesta: «No le conocemos». Vuelve a insistir con la misma fórmula y obtienen la misma respuesta, hasta que por tercera vez dice únicamente el nombre del fallecido y añade: «humilde pecador». Entonces la puerta se abre y entra el féretro. Este es el único título que, a todos, nos acompaña cuando la vida se extingue . Todo lo demás es como el título de una marcha orquestal del compositor inglés Edward Elgar: «Pompa y circunstancia».
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