José del Saz-Orozco

Emoción, para qué más

«Jesús Maroto moriría si no pudiera escribir versos a diario»

POR JOSÉ DEL SAZ-OROZCO

Durante más de medio siglo he escrito poemas, cientos de ellos, pero no puedo decir que me he dedicado a la poesía, que mi pasión única sea la poesía. Padezco, lamentablemente, de una dispersión mental que me lleva, cuando ella quiere, de la filosofía a la física cuántica, de la astronomía al misticismo, de la cosmología a la fantasmogénesis, del mundo de los sueños a la realidad, del cáncer, al médico.

Jesús Maroto no es que se haya dedicado a la poesía, es que es la poesía.

Jesús Maroto moriría si no pudiera escribir versos a diario. Yo no, soy, por el contrario, y simplemente, un diletante aprendiz de todo y maestro en nada. Bueno, en nada, no, siempre he querido ser un hombre bueno, y siempre he sido fiel a mí mismo. Ni me he engañado ni he engañado nunca a nadie. Eso sí que creo haberlo conseguido. Soy maestro de mi vida.

También es verdad que me molesta que me pisen en los autobuses, cuando frenan. Lanzo entonces un improperio. Tampoco soporto la soberbia, la prepotencia. Y mucho menos aún soporto la violencia, en cuya cresta se corona la crueldad.

Así, de esta guisa, la poesía es una de las jaulas donde aletean los pájaros que gobiernan mi existencia, pero no soy un especialista, nada puedo enseñar ni tengo doctorado, comprenderán mejor así estas líneas.

Especialista soy en que se me ponga el vello de los brazos de punta o se me humedezcan los ojos cuando algo me llega. Eso me ha ocurrido con 'Mientras sigamos vivos' . Estas líneas que encendidamente escribo no son las palabras de un docto y cansino profesor de literatura, son las palabras de un hombre emocionado, de un hombre de la calle que sortea el laberinto de la COVID.

Emocionado está mi ser cuando recibo el libro de Jesús Maroto, escrito en tiempos de pandemia. Lo abro al azar, leo el poema Los Días Hermosos y se me caen los palos del sombrajo.

Envidio a Jesús por su destreza de hombre, de poeta, de genio encantador de versos y serpientes, de muñidor de poemas mágicos.

Envidio profundamente a Jesús. Sus versos hubiera querido escribirlos yo, y no voy a entresacar algunos de ellos, como suele hacerse frecuentemente, porque me niego a hacer disección literaria de cualquiera de los poemas que componen el libro, que, por cierto, son sesenta y uno. La disección queda para otros, yo me quedo con la vibrante emoción. Cada poema es un latido, y el libro un corazón.

Sesenta y un poemas de la vida de hoy, versos gráciles que parecen escritos en el aire , cual hojas de otoño mecidas por el viento. Sesenta y un pájaros preciosos, sesentaiún árboles recios, sesentaiún ladrillos de diamante, sesenta y una lágrimas prendidas de mis ojos.

Está claro, no me escondo y repito: estoy profundamente emocionado. Por lo hondo, por el don de la brevedad, por la identidad sencilla y profunda de cada poema, de cada verso, de cada palabra.

Jesús Maroto es un gran poeta, y yo un don nadie que solicita, por favor, que este libro sea leído en alto y en bajo, en el monte y en la llanura, en la mar y en la tierra, en escuelas e institutos, en universidades, en teatros y salas de fiestas, en bares, en centros culturales, en el reposo del hogar o mientras se viaja, en días pares e impares, en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza.

Tras recibir, tras leer este tercer libro, publicado por Jesús Maroto durante la pandemia, me he quedado sin palabras . Los dos libros anteriores eran preciosos, pero éste es inimaginable. Es como descubrir un gran amor a los setenta estando ya casado. Es como descubrir el fondo de las más oscuras profundidades de la mar con un candil. Este libro es algo imposible.

Y por todo ello, según lo anteriormente expresado, confieso que no me atrevo ya a escribir un solo verso más. Ya los escribirán otros. Me limitaré a leer los versos de los grandes poetas, entre los que se encuentra Jesús Maroto.

Lean, emociónense. Verán que este libro de poemas es un gran regalo vital . Un gran regalo que pasa a mi mesilla de noche, junto al Tao Te King, junto a Bécquer, Machado, Gabino-Alejandro Carriedo y otros libros secretos que hoy no quiero desvelar.

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