Antonio Illán Illán - Crítica
Una inverosímil Judía de Toledo
«Reconozco que ahora se lleva sacar las obras de su contexto y romper la representación con carácter historicista. Pero he de decir, porque también me respeto a mí mismo, que no me ha gustado nada esta Judía de Toledo »
En el día en el que se cumple el 455 aniversario del nacimiento de Lope de Vega se ha representado en el Teatro de Rojas su obra «La judía de Toledo». Todos mis respetos al «Fénix de los Ingenios», que, en palabras de Cervantes, «se alzó con el cetro de la monarquía cómica». La apuesta de Laila Ripoll, que ha versionado el texto y, a su vez, dirige a la compañía Micomicón, es una judía extemporánea que, mantiene de Lope un texto muy peinado, pero que en la dramaturgia se aleja de su contexto y hasta de la ideología lopesca más castiza.
El rigor argumental de la historia legendaria se mantiene, cuyo eje es el de los amores entre Alfonso VIII , el famoso rey que encabezara la victoria en la mítica batalla de las Navas de Tolosa, y Raquel, una judía toledana que le cameló hasta hacerle perder el sentido personal y de Estado. El rey Alfonso, casado con Leonor de Plantagenet, hija de Enrique II de Inglaterra y de Leonor de Aquitania, y cuñado de Ricardo Corazón de León y de Juan sin Tierra, perdidamente enamorado, (perdónenme la grosería, pero visto lo visto, tendría que decir que más bien «encoñado») de la judía, se encierra con ella siete años en el toledano palacio de Galiana (aún hoy visitable). Allí se olvida de su esposa, de la corte y del gobierno de Castilla. Pero como la espontaneidad humana, en la época y en la ideología de Lope, se encuentra menoscabada por la santificada razón de Estado, la propia esposa Leonor, los nobles y la Iglesia, tras la derrota de Alarcos, se conjuran mafiosamente y desencadenan el trágico fin de esos amores, donde, por supuesto y como siempre, mueren las dos mujeres, Raquel y Sibila (en la historia alfonsí degüellan a Raquel, aquí las descerrajan dos tiros a quemarropa). Ante el suceso, el rey, como si tal cosa, firma la paz con Leonor, tranquiliza a los poderes fácticos y de lo pasado, si te he visto no me acuerdo. Digamos que la solución final es una verdadera violencia contra las mujeres por razón de Estado ¡ahí es nada con la que está cayendo! (No he apreciado crítica alguna, ni algún guiño, sobre esto en la dramaturgia; habrá sido por respeto a Lope, digo yo).
Lope escribió más de mil obras y se conservan más de cuatrocientas; no sé a cuento de qué hoy en día se elige para representarlo uno de sus textos más prescindibles. Pimenta y Ripoll , responsables de esto, me parece que debieran explicar los porqués de su respetable elección y de su arte.
Claro que en la coctelera dramatúrgica, Laila Ripoll y su equipo han metido vídeos tergiversados del NODO, donde Alfonso VIII era Franco, una Leonor tipo Lady Di, un infante que en un momento dado parece uno de los de «la manada», un Dios masón, el gol de Marcelino en la copa de Europa que se ganó a Rusia, una canción de lo más kitsch, dos judías en bikini entrando y saliendo en un río Tajo apto para el baño, una ambientación años sesenta, unos protagonistas reales que parece que aparentaban ser los borbones que restauró el franquismo decadente, otras menudencias y, por supuesto, el texto en verso de sabor antiguo que no casaba nada con la acción de esos personajes, y que, la verdad, no sonaba a Lope. Bien agitada la mezcla ha dado, lo que ha dado, un cóctel teatral explosivo; incluso hay quien lo ha llamado un batiburrillo.
Si se buscaba un espectáculo complejo, partiendo de un texto ya de por sí sectario de Lope (a mi modo de ver muy clarito y nada complejo), han conseguido el objetivo y han logrado que no sepamos discernir si la complejidad era la del tiempo de Alfonso VIII (relatada por la crónica alfonsí) o la de los complejos tiempos actuales, que parece ser lo que se quiere simbolizar. Lo que no me queda claro, afinando mucho, es si Marcelino remata un centro de Pereda o de Perea.
Si a todo esto unimos que había momentos en que a duras penas se entendía lo que decían, pues ya me dirán. Aún así, salvemos a los actores , que han luchado por hacer creíble lo inverosímil con las herramientas que les han dado. Federico Aguado, el protagonista ha tenido que nadar mucho para salvar esas olas en las que no se sabe si es Alfonso VIII o un Borbón; hace lo posible por hacer creíble la pasión cuando queda fascinado por la judía y no parece darse por vencido tras la derrota que supone el asesinato de su amante. Ha mantenido el tipo. Ana Varela , como la reina Leonor, se ha desenvuelto impasible de principio a fin. La Raquel, interpretada por Elisabet Altube , parecía una guiri un tanto pija que contrastaba sobremanera con un texto clásico muy peinado; pero sería esto lo que le habían mandado que hiciera. Los intrigantes palaciegos, que interpretaban Manuel Agredano y Mariano Llorente, estaban cerca de una especie de general Armada y un asesor sin escrúpulos, han desempeñado un papel como de una obra actual pero que en nada recordaba la corte Alfonsina. Marcos León , como Belardo, el hortelano, por lo menos ha dado bien la talla de personaje bajuno, interesado, miedoso, cotilla y gracioso. Jorge Varandel a , como el príncipe Enrique, Teresa Espejo como Sibila, han hecho lo que han podido con unos personajes de corto recorrido.
Respeto a los creativos, pero no los creo dioses. Respeto esta propuesta ¡espectacular! de la colaboración de la Compañía Nacional de Teatro Clásico y de Micomicón y, por ende, de Pimenta/Ripoll. Reconozco que ahora se lleva sacar las obras de su contexto y romper la representación con carácter historicista. Pero he de decir, porque también me respeto a mí mismo, que no me ha gustado nada esta Judía de Toledo. En fin, así lo he visto y así lo cuento. Y soy consciente de que mi opinión no es dogma y que otras personas habrán visto algo diferente.