VIVIR TOLEDO

La Infantería y el edificio de San Lázaro (1793-1895)

En 1846, Toledo recibió como un signo revitalizador la llegada del Colegio General Militar, centro dedicado a la formación de oficiales que daría paso al Colegio de Infantería, entre 1850 y 1869, para tornarse en Academia a partir de 1875

Aspecto del edificio de San Lázaro en 1965, destruido en 1936. Foto. Colección F. Villasante

RAFAEL DEL CERRO MALAGÓN

Septiembre de 1846. Toledo , una abatida ciudad de 13.500 habitantes, con la Universidad recién abolida entre otros aspectos, recibió como un signo revitalizador la llegada del Colegio General Militar, centro dedicado a la formación de oficiales que daría paso al Colegio de Infantería, entre 1850 y 1869, para tornarse en Academia a partir de 1875. Desde entonces, la Infantería arraigaría en la capital hasta hoy, a veces compartiendo estudios con los de otras armas y cuerpos. Sin embargo, en el siglo XVIII, ya consta la presencia de unidades de infantes en Toledo , cuyo primer cuartel se situó en el edificio de San Lázaro, a espaldas del Hospital de Tavera.

En este enclave, creado en 1418 por un benefactor particular, Juan Sánchez de Greviñon, se atendían enfermos de tiña, lepra y sarna. Felipe II lo designó, en 1560, como «hospital real», si bien, nunca gozó de grandes rentas. Son huellas artísticas de su pasado el ábside mudéjar de la capilla (s. XV) y la portada principal (s. XVI). Su fábrica nació en un ejido yermo, en la margen derecha de la entrada del camino de Madrid, precedida por la capilla de San Eugenio (finales del siglo XII) y alguna aislada venta. Enfrente, en el lado opuesto, estaban el convento de los trinitarios descalzos (s. XVII) y el hospital de San Antón . Este último, desde 1316, lo sostenía la orden de San Antonio Abad para curar el «fuego sacro» o ergotismo causado por el cornezuelo del centeno. Tal Orden fue suprimida por una bula papal de 1787, promulgada en España, en 1791.

Un estudio de C. Sánchez Martin (2007), sobre el ocaso de este hospital, refiere la estancia en Toledo , en 1778, de un Regimiento de Caballería instalado, de modo precario, en el hospital de San Juan de Dios –tras la sinagoga del Tránsito- donde se asistía a soldados enfermos. El cardenal Lorenzana se implicó ante el Secretario de Estado, Floridablanca, para mejorar a su costa aquel lugar, a fin de aliviar la estancia de esta guarnición. También apoyó el traslado de equinos a las cuadras de la Fonda de la Caridad, en la cuesta del Carmen. No obstante, allí eran evidentes las molestias para los vecinos a causa del tránsito diario por las calles o la acumulación de estiércol. En 1787, Lorenzana, al saber por anticipado la extinción de la orden de San Antón y el cierre de su hospital, ideó aprovecharlo para acoger a los enfermos de San Lázaro , de manera que éste último se dejase como cuartel de Caballería, dotado de un gran corral, cercano a espacios abiertos y a los recursos de agua para las cabalgaduras. Pero aquel plan no se llevaría a cabo y la fuerza montada abandonaría la ciudad en 1791.

Precisamente, en junio de ese año sería efectiva la extinción de los antonianos, al tiempo que un ordenamiento de Carlos IV fijaba un Regimiento de Infantería en Toledo, cuyos efectivos teóricos serían 1.500 soldados, distribuidos en tres batallones que reunían doce compañías de fusileros y dos de granaderos. San Lázaro fue señalado como su cuartel, ocupado ya en el mes de septiembre, aunque la fuerza permanente allí instalada no sería mayor de un batallón. Por otra parte, mencionemos que los enfermos sacados de San Lázaro permanecieron en el vacío hospitalito de San Antón hasta 1793. De ahí, fueron trasladados de nuevo –como cita Parro, en 1857- a una casa, en la puerta de Valmardón, donde concluyó la atención a los afectados de tiña y sarna.

Según unos apuntes del escribiente municipal Felipe Sierra, entre 1801 y 1844, San Lázaro no debió sufrir daños de las tropas francesas, mientras que el frontero convento trinitario (lugar que hoy ocupan los Juzgados) fue incendiado, en 1811, por «alemanes de Baden y Nassau» allí acantonados. En el reinado de Fernando VII, Sierra anota el paso por San Lázaro de fuerzas de Infantería para guarnecer Toledo ante los motines de partidas liberales, absolutistas o carlistas. En 1815 recalaban las Guardias Españolas. En 1819 eran los batallones del Regimiento de la Corona 8º y del Regimiento de Asturias. Durante el Trienio Liberal (1820-1823) el II Batallón del Regimiento Soria 11, el Regimiento de España y el Regimiento Infante D. Antonio. En el marco de la I Guerra Carlista (1833-1840) se hospedaron allí un batallón del Regimiento Zaragoza 12, el Provincial de Écija 13 y tropas del Regimiento de Infantería Ceuta 9.

El cuartel de San Lázaro acogía la plana mayor de las fuerzas de plaza, dormitorios para dos o tres compañías, cocina, almacenes y pertrechos. Los cercanos parajes de San Eugenio y Palomarejos facilitaban la instrucción de reclutas y en Santa Susana se ejercía el tiro con algún cañón. En la planicie de Merchán, aún sin ajardinar, tenían lugar las revistas y juras de bandera. Los jefes y oficiales se alojaban, mediante invitaciones y boletas, en los domicilios de familias notables o personajes ilustres, como el canónigo Villagómez que, en 1835, recibió en la Casa de Infantas al general Narváez llegado con un regimiento de Infantería. Si coincidían varias unidades -a veces hasta mil soldados-, el grueso se albergaba en malogrados edificios por los efectos de la guerra o la desamortización de 1835, como era San Pedro Mártir. En 1846, durante una breve etapa, el antiguo lazareto recibiría al Colegio General Militar mientras se adecuaban para los alumnos los hospitales de Santa Cruz, de Santiago y la Fonda de la Caridad.

Hasta finales del XIX, San Lázaro siguió siendo una manzana aislada entre Tavera y la Plaza de Toros, levantada ésta en 1865. Según recoge un plano, de 1882, del Instituto Geográfico y Estadístico, el edificio mantenía su vieja estructura: la entrada, no lejos del ábside medieval, un patio central con diversas estancias y el amplio corral posterior. Este documento gráfico muestra la distribución interior y sus usos, señalando a una pequeña pieza como «academia de sargentos», quizá recuerdo del centro formativo de suboficiales que, fugazmente, pasó por Toledo entre 1869 y 1872.

En 1895 se produjo una completa reforma del viejo hospital y cuartel, además de añadirle una gran ampliación, ligada a la construcción del nuevo Colegio de Huérfanos de Infantería para varones que regresaba a Toledo desde Aranjuez, después de haber vivido ya una primera época (1872-1886) en el Hospital de Santa Cruz. Aquella renovación de San Lázaro venía a producirse cuando se había cumplido un siglo de haber sido el primer acuartelamiento formal del arma Infantería en Toledo.

Rafael del Cerro Malagón, historiador

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