VIVIRTOLEDO

'El Imperial'. Un histórico café de Zocodover entre dos siglos

El XIX fue el siglo de los cafés. Eficaces refugios para conspirar, la tertulia, hojear la prensa o, sin más, ver pasar el tiempo

El Café Imperial en la planta baja del número 9 de Zocodover hacia 1910. Al otro lado de la calle, en la misma glorieta, tenía su entoldada marquesina. Fotografía de Rodríguez.

Rafael del CERRO MALAGÓN

En el siglo XVIII, mientras la nobleza española seguía siendo devota de la afición a la jícara de chocolate en sus salones, el personal de medio pelo asistía a las botillerías. Algunas de éstas empezaron a servir café, siendo, según los estudiosos, la comercial ciudad de Cádiz una de las primeras donde hubo locales exclusivamente dedicados a tan adictiva infusión. En 1792, Leandro Fernández de Moratín estrenó su afamada La comedia nue va o  El café  enmarcada en un céntrico establecimiento madrileño. A partir de 1814, en la negra época de Fernando VII, los conspiradores del sistema hallaron en los cafés sus refugios para discutir, leer la Gaceta o clandestinas proclamas. En 1880 Madrid reunía ya 97 locales de este tipo. En aquel contexto es concluyente el texto del académico Antonio Bonet Correa (1987): «En la España decimonónica se declaró la guerra entre el chocolate y el café. Los que tomaban el chocolate eran los eclesiásticos, los canónigos y frailes; los que tomaban el café, los laicos, los liberales».

En Toledo, también se vivió en el siglo XIX la paulatina moda de los cafés guiada por una burguesía poco inclinada a pisar las prosaicas tabernas. Prefería ir a los céntricos locales abiertos en torno a las calles del Comercio y Hombre de Palo, dotados de cierto confort, con sofás y rincones para la tertulia, mejorados con algún tipo de bufé, prensa, música instrumental y mesas de billar. Los más notables daban bailes de carnaval en su sala principal que, asimismo, servía de comedor para banquetes de cierto postín. Los situados en Zocodover añadían el privilegio de contar con una marquesina donde la horchata y la limonada colmaban los veladores en los días de calor.

La época de los cafés

En el extremo de los soportales del Arco de la Sangre, en el inicio de la cuesta del Alcázar, estuvo, en el siglo XVIII, la sede de la Real Compañía Guipuzcoana de Caracas en Toledo. El lugar se recordaría en el XIX como la Casa de Carcas , siendo ya gestionado por el Ayuntamiento. En el primer piso funcionó el llamado Café Nuevo donde se dieron bailes de máscaras y alguna velada musical. En 1835 ya hay noticias del Café de Dos Hermanos , en la calle Nueva, un distinguido local que sobrevivió hasta 1889 aproximadamente. En él se ofrecían programas musicales a cargo de pequeños grupos y bailes de carnaval en el piso principal que, en una breve etapa alojó provisionalmente el Centro de Artistas e Industriales (el Casino) fundado en 1866. Otro antiguo negocio fue el Café de Revuelta , en la calle de la Trinidad, cuya actividad cesó en torno a 1909, frecuentado de mañana por el clero catedralicio. Otros locales solían atraer a la joven clientela militar de la Academia en sus horas de asueto.

Hacia 1878, Matías Lardi Brunoldi (o Rumaldy) abrió en Zocodover el Café Suizo, con billares y comedor en la planta superior. En 1883, en la plaza de la Ropería, 7, funcionó el Café de Nueva York , de Manuel Bartolomé Cabrejas , donde se admitían suscripciones del periódico El Duende . El 6 de abril de 1887, en el mismo lugar, Mauricio Yela inauguró su Café del Comercio . En 1890, la Guía de Palazuelos solo cita en Toledo el Suizo , el Imperial y el de Revuelta . Ya en el siglo XX, el recordado Café Español se asomó a Zocodover en 1909. En 1928 el Bar Toledo tuvo una completa reforma para conformarse como otro afamado café de fieles tertulianos.

El Café Imperial (1890-1923

Creemos que su origen sería después de 1887, tras deshacerse Yela de su Café del Comercio , pues El Nuevo Ateneo cita a este industrial como «uno de los dueños del nuevo y renombrado Café Imperial» que, en abril de 1890, sirvió, helados y cafés en el convite de la inauguración del alumbrado público. A finales de 1898, La Campana Gorda anunciaba el traspaso del negocio, «al tener que ausentarse el dueño» por motivos de salud. Quizá lo tomó Lorenzo Revuelta, pues, en 1900, solicitó al Ayuntamiento ampliar la marquesina situada en Zocodover. En 1902, a propósito del citado templete, figuraban como arrendatarios del Imperial José Braulio Muñoz y Marcos Díez , siendo éste último el único dueño cuando fue cerrado en 1923.

El establecimiento fue testigo del diario trajín de la plaza con sus continuos paseantes, desempleados inermes y el tránsito de los viajeros bajando o subiendo a los ómnibus de la estación. El café contaba con una puerta central y sendos ventanales a cada lado. El interior ofrecía rincones idóneos para tranquilos momentos. En la planta superior, en un amplio comedor, se daban gozosos banquetes familiares y concurridos agasajos. En el mismo edificio, una escalera separada conducía a una elegante vivienda en la segunda planta. La tercera acogía el estudio fotográfico de la familia Fraile que primero regentó Pedro Lucas (1894-1912) y luego su hijo Daniel Lucas Garijo.

En 1908 El Imperial fue remozado, quizá ante la apertura del vecino Café Españo l. Entre los usuarios, es fácil suponer que acudiesen los hospedados del no lejano Hotel Castilla , caso de Galdós, Emilia Pardo Bazán, Rilke, Cossío, Joaquin Dicenta o personajes del foro local como Arredondo, Navarro Ledesma, Gómez Camarero además de fieles parroquianos de la mesocracia toledana. El fondo musical de un piano lo ponía el profesor Joaquín Flores , que tenía fama de bohemio. No faltaron allí intérpretes de paso como las hermanas Adelina (violinista) y Lucía Domingo, algunos guitarristas o modestos ilusionistas en anunciadas veladas nocturnas.

En marzo de 1923 se supo del traspaso del local al Banco Español de Crédito. El semanario El Zoco lamentó que una entidad financiera ocupase precisamente este café, «¡Bien pudieran haber tomado el Español o el Suizo u otro, pero no el tan nuestro! ¡¡El Imperial!!». El 1 de abril, el dueño, Marcos Díez, organizó una cena de despedida con elegidos clientes. El Castellano cuenta que la velada se cerró con una glosa a cargo de Félix Conde y Marcos Díaz , hijo, realizando, al final, el fotógrafo Rodríguez un «magnesio» con todos los concurrentes. Un mes después, en el diario madrileño El Imparcial , el periodista toledano Tomás Gómez de Nicolás firmó su «Necrológica del Café Imperial», refugio del «carácter del café toledano antiguo» que incluso mantuvo el «vaso cilíndrico y grueso, el vaso clásico de café», pudiendo haber sido un local propicio para los «sábados de Ramón Gómez de la Serna».

Lo cierto es que aquella permuta de un café para convertirse en oficina bancaria fue el antecedente de las que vivieron en la misma plaza de Zocodover El Suizo y El Español , en 1972 y 1988 respectivamente.

Rafael del Cerro Malagón, historiador y autor de la sección 'Vivir Toledo' en ABC
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