Gregorio Rivera Arellano - Opinión
La soledad del deán
«Después de la tormenta viene la calma. Pero la riada se ha llevado a su paso la finura, elegancia e inteligencia de un buen hombre cuya sabiduría bien se podía medir con cualquier mitrado. No es justo»
Solo, muy solo encara la calle de Santo Tomé el Señor Dean de la Catedral Primada de Toledo. Solo, muy solo. Pero como todos los días. Por dentro irá la procesión con ciriales e incienso, con tambores y flautas que se han convertido en la banda sonora de un creyente que busca notoriedad.
Cómo es posible que una música, una canción un sensual baile eche ponga en evidencia la debilidad humana. Todos nos equivocamos. Todos erramos. Todos pecamos. Parece mentira que las voces de la Inquisición vuelvan a encarar contra la pared la ortodoxia evangélica que nació en libertad. Después de la tormenta viene la calma. Pero la riada se ha llevado a su paso la finura, elegancia e inteligencia de un buen hombre cuya sabiduría bien se podía medir con cualquier mitrado. No es justo. Todos tendríamos derecho a una segunda oportunidad.
Toca rezar. Hacer del silencio oración para que los ateos se hagan creyentes y los creyentes tengan compasión. No es bueno caerse de un burro para juzgar al prójimo. La misericordia es la grandeza humana que hace sentirnos como Dios. Pero aquí, en un mundo de trepas, la piedra se tira y no se esconde la mano porque a fe no nos ganan y a humildad tampoco.
Fray Gregorio Rivera Arellano es sacerdote franciscano