Gregorio Rivera Arellano - Opinión
Adiós, Toledo, adiós
«Me gustaría, ya que Toledo ha pasado por mí, que yo haya pasado por Toledo desde el agradecimiento, el embelesamiento y la oración»
Me preguntaba hace unos días mi sobrino, cuando vino a recoger unos paquetes, una pregunta muy personal. ¿Estás contento con ir a Cartagena, tío? Reconozco su discreción. No me lo preguntó delante de su padre, sino que aprovecho a estar sólo conmigo para preguntármelo.
La verdad. El nuevo destino no me disgusta. Abre un cuaderno que había concluido a la fuerza ante la conclusión de unos estudios y la imposibilidad de regresar. Imposibilidad. Quién me manda hablar tan pronto. Veinticinco años después la pista de aterrizaje se despliega para acogerme como un destino normal y corriente. Cartagena. Y que la historia siga hablando.
Por más años que pase en Toledo San Juan de los no va a ser mío. Fui lo que respondí a mi sobrino para hacerle ver la disposición que tengo para nuevos lugares experiencias y trabajos. Lo gracioso es que, media hora después, una Wendy planes me pregunta si soy el dueño de este edificio, refiriéndose al monasterio, para algunas reclamaciones que quiere hacer para su boda. Con la libertad del mundo, la espiritualidad del destino, la fuerza de la obediencia y la incertidumbre que reserva el futuro a sus participantes, la próxima parada será Cartagena .
Pasa el tiempo… Pasado una semana y sigo sin poner nada, ni una palabra a mis emociones.
Ha pasado una semana y no he sido capaz de continuar con la parrafada anterior. Lo intento.
Saludar a Cartagena como un sueño abierto a muchas posibilidades va a significar decir a dios a esta Imperial Ciudad que durante siete años me ha acogido con la dulzura de su mazapán y la belleza del damasquino. Cuesta decir adiós. Cuesta despedirse de Toledo. Pero es lo que tiene el destino que junto a la obediencia crea unos campos de acción tan fuerte que los sueños, sueños son en cualquier sitio que la promesa divina me lleve.
Echaré de menos...a muchas personas que durante este tiempo han estado pendientes de que este feliz y a gusto por estás estrechas calles. Echaré de menos a esas autoridades con las que he compartido cultura socialización y muchos momentos agradables.
Echaré de menos mis paseos nocturnos callejeando por sus calles y jugando a perderme. Echaré de menos los rollos que en la noche le confesaba a la catedral. Echaré de menos esos inconscientes bailes que en la plaza del ayuntamiento me salían espontáneamente porque la música era genial para expresarla con el cuerpo.
Echaré de menos esas historias que como lecciones escuchaba por el casco, las hermosas leyendas que los poetas enamorados y los profetas de justicia crearon para embellecer el nombre de Toledo. Creo que a los cuentistas y mentirosos no entrarán en la maleta de los recuerdos porque el embuste hace daño, y más a Toledo. La verdad y la belleza nos hace libres.
Toledo tiene tanto que es muy duro decirle adiós . Me paro y pienso por qué me tengo que ir cuando todavía sufro el embrujo de su seducción. Solo el silencio es una respuesta agradable porque en estos casos es mejor dejar que la obediencia despierte y muestre una esperanza que sea igual o mejor, dependiendo de mi afán creativo ante las puertas que se me abren.
Hare las maletas y me daré una última vuelta por la ciudad dejando mi impronta en el recorrido. Me gustaría, ya que Toledo ha pasado por mí, que yo haya pasado por Toledo desde el agradecimiento, el embelesamiento y la oración. Me gustaría que algún alma bendita me recuerde con cariño como yo recordaré estos años monumentales en la ciudad imperial.
Y después de las maletas y el paseo partir sin mirar atrás salvo con la esperanza de volver. Porque la idea de volver me crea esperanza.
Fray Gregorio Rivera Arellano es sacerdote franciscano