Fernando Lallana
Generación Centauro
«En la Hispania del siglo XXI, el gobierno trata de legislar el teletrabajo»
Veo en redes sociales a mi amigo Jordi Mauri, consultor y profesor de emprendimiento, a lomos de su bicicleta camino de la Universidad de Stuttgart. Y me vienen a la mente las criaturas más recurrentes de la mitología griega . El escritor Robert Graves especuló con que los centauros -y centáurides- fueran reminiscencia de una tribu prehelénica que considerase al caballo como un tótem. Paléfato, que pudiera ser discípulo de Aristóteles, pensaba que su forma híbrida descansaba en un error de percepción. Al observar por primera vez a los jinetes, se derivó que eran mitad hombres, mitad caballos.
En la Hispania del siglo XXI, el gobierno trata de legislar el teletrabajo. Al galope, como es su costumbre. Y con ese tic intravenoso de querer controlarlo todo, de imponer el registro de entrada y salida, de decir lo que puedes hacer -o pensar-, de imponer lo que está bien y lo que está mal con ese afán de confundir libertad y sarampión. Es verdad que la nueva era está modificando los escenarios laborales. La cultura del presencialismo, vinculando eficacia y número de horas atado a una mesa, pasará a mejor vida. Afortunadamente. Se imponen relaciones laborales que no retribuyen precisamente el tiempo, sino el valor del output resultante. Con tiempo por delante corres el riesgo de perderte el presente, afirmaba Frank Sinatra.
Internet se ha erigido en un rascacielos donde el conocimiento está en la nube. Un balcón al que poder asomarse a cualquier hora. Una rue del percebe donde compartir una cerveza con quien te apetezca. Un universo que permite, sobre todo, relaciones de trabajo basadas en autonomía y ductibilidad . También confianza, responsabilidad y madurez a partes iguales por empleadores y empleados.
A través de la pantalla vemos las habituales camisas bien planchadas, rostros afeitados y carmín en los labios. En general todos bien peinados y aseados. En algunas videoconferencias llega a oler a perfume sin distinguir de qué casilla del ajedrez skyperiano emana. Sin embargo, ¿qué complementa de cintura para abajo la camisa Burberry’s o la blusa Benetton? Se me ocurren algunas cosas. Las más decentes hablan del agujereado pantalón con el que bailaste como si no hubiera mañana en el concierto de los Rolling o la falda que vestías durante la puesta de sol en Finisterre. Las fantasías más extravagantes incorporan un pantalón de pijama con el que perdiste la final de la Champions. O esa braguita de la penúltima guerra de almohadas. O incluso peor.
El centauro es perfecta simbiosis de racionalismo y romanticismo, de cabeza y corazón. Ingredientes que alimentan la creatividad. Precisamente lo que va a requerir el mercado laboral que se avecina: autenticidad e imaginación por parte de empresarios y profesionales . El nuevo escenario exige hacer hueco a lo indómito y bravío, sacar tal vez lo más genuino de cada uno. Legislar sí, pero lo justo. Son precisas reglas del juego pero no a costa del dinamismo, improvisación, emotividad y espontaneidad que ofrece un inciso en la inspiradora y trascendente mitología griega. El reto es aprovechar la nueva era del centauro para dar un salto de caballo . En la que trabajar sea pasión -como la que destila Jordi, mitad hombre, mitad bicicleta-. Y toda elucubración puro delirio.
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