Carlos Rodrigo

Vagabundo de Toledo

«De vuelta al averno toledano diviso como un fogonazo la ciudad, en la que hasta los fantasmas están de vacaciones»

POR CARLOS RODRIGO

Valparaíso está muy cerca de Toledo.

A cuarenta y cinco grados a la sombra , desde las playas de polvo de Valparaíso, se divisa la amenazante y abrasadora pesadumbre del Toledo estival con enfermiza claridad.

Desde allí, mi empa(n)ñada y reverberante mente no divisa más que un cartel oxidado rodeado de alambre de espino en el que se lee: Málaga-Malagón siete kilómetros.

Al contrario que Pablo Neruda y o me tomo la cerveza helada en Valparaíso como un náufrago, mientras las chicharras tocan el violín , con una desazonadora estridencia que deja a las sirenas del triángulo de las Bermudas en meras aficionadas del tan temido como poco solicitado y asignado en estos días Grado de Infierno y Torturas mesetarias y manchegas de Interior.

A mí me espera una variante mucho más prosaica, de Valparaíso a Toledo, de ese tránsito que recordaba el genial poeta en sus Memorias (Confieso que he vivido) allá por el año 72.

Un viaje que sin duda alguna emprendía siempre en otoño, nunca en verano (no era Neruda un tipo de sacrificarse más de lo justo y pasarlo mal sino más bien todo lo contrario) evocando la indefinible distancia emocional, a pesar de la escasa distancia física, entre Valparaíso y Santiago de Chile, que solo le era comparable a la de Madrid y Toledo (donde ejercía de cónsul de Chile en Madrid y vivía en La casa delas flores en Argüelles):

«Solo años después volví a sentir desde otra ciudad ese llamado inexplicable. Fue durante mis años en Madrid. De pronto, en una cervecería saliendo de un teatro en la madrugada, o simplemente andando por las calles, oía la voz de Toledo que me llamaba, la muda voz de sus fantasmas, de su silencio. Y a esas altas horas, junto con amigos tan locos de mi juventud, nos largábamos hacia la antigua ciudad calcinada y torcida. A dormir vestidos sobre las arenas del Tajo, bajo los puentes de piedra».

De vuelta a averno toledano diviso como un fogonazo la ciudad, en la que, hasta los fantasmas, con muy buen criterio, están de vacaciones.

En otra de esas asociaciones enfermizas, que nadie sabe evocar como el calor, veo nítidamente, en la playa de Safont, a Neruda con un gorro de paja y los pies en un barreño lleno de hielo , poema y cocktail en mano, recitándole a un sudoroso Alberto Sánchez, que intenta construir con panes un museo que no hacen más que comerse los pájaros, ante una copia impostada de chocolate de 'El pueblo español tiene un camino que conduce a una estrella':

De amontonados frailes en enero

saliste al mundo, pájaro sombrío,

y fue creciendo, entre sepultureros,

Alberto, el rayo de tu poderío

Fue demasiado pastoral tu río,

(el Tajo ensimismado en sus aceros),

mientras en tanta muerte y tanto frío

nació el pan de tus manos, panadero.

Y así de ásperos rieles oxidados,

de victorias y huesos y ganados,

de estornudos que estallan en el miedo.

De par en par se abrieron las entrañas

y de una vez parieron las Españas

a su hijo: Alberto Sánchez, de Toledo.

Mientras, una señora de negro y edad indefinida, de esas que llevan chaqueta de punto negra a las siete de la tarde en agosto y no sudan, haciéndonos aún más patente a los humanos nuestra sudorosa fragilidad, le musita al sofocado y derrotado escultor: «pero hijo, a quién se le ocurre salir a la calle con la que está cayendo… anda, vuélvete a tu nicho…».

Pues eso le decía yo, señora, que los fantasmas son para el otoño – contesta un siempre divertido Neruda, mientras apura delectándose su media copa alta de champaña seco completada con una media de Cointreau, una de cognac, dos de jugo de naranja y hielo picado.

NOTA : este artículo ha sido escrito a 45 grados a la sombra en unas condiciones infames; durante el rodaje del mismo no ha sufrido ningún daño intencionado ninguna especie animal ni vegetal más allá de la humana, tristemente representada por mi persona, a la que le ha impactado una rama seca, no era un almez, en la cabeza vencida por el peso de un pájaro frito por el cual no se ha podido hacer nada.

Rest in peace.

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