Carlos Rodrigo
La riada
«Nuestra historia es la de la lucha contra la naturaleza»
Hay muchos tipos de riadas. Todas tienen en común la idea hiperbólica e inquietante de crecida, inundación, exceso, desbordamiento ; de algo que se nos escapa irremediablemente de entre los dedos por mucho que cerremos el puño… de descontrol, en suma.
Y si algo nos enerva a los seres humanos es no tener, o al menos perder la ilusa sensación de creer tener, el control de las cosas.
Nuestra Historia es la de la lucha contra la Naturaleza, la de pretender someterla para vivir mejor, más cómodamente, y es esa magnífica soberbia la que nos diferencia del resto de las especies, más allá de la sobrevalorada racionalidad que solo conlleva intrigas y comeduras de tarro.
Por eso me fascina observar cómo nos descolocan las riadas obvias . Las riadas lógicas y naturales. Esas que nos ponen en nuestro sitio. Esas en que la Naturaleza no hace ni más ni menos que seguir su curso y buscar su ser sin pedir permiso.
Como si nosotros le pidiéramos anuencia cuando aprobamos POMS, PAUS, PINS y PONS, y demás fárragos oportunos y oportunistas.
Como si no supiéramos (porque tontos no somos, aunque nos esmeremos en aparentarlo y en escurrir el bulto al de la acera de enfrente, a ese que es exactamente igual que nosotros, pero que está en el otro lado) cuando intentamos (ni tan ingenua ni tan legítimamente como queremos vender) someter a la Naturaleza clavando picas en sus arterias y construyendo en sus venas , que las riadas son un daño colateral implícitamente asumido.
Y digo que me fascina, porque si hay alguien especialista en provocar riadas y en hacerlo sistemáticamente, es el ser humano.
Solo en estos días, por hacer un tonto tanteo sociológico, me he fijado un poco, sin abusar, porque a mí me desasosiegan mucho los paraísos y los infiernos artificiales de la televisión y de las redes sociales, en:
Riadas de desinformación y desconocimiento : véase la subida de la luz o Afganistán; riadas de demagogia y estiramiento de chicle: véase el bucle melancólico de la mesa de los panes y los peces catalanes que durará lo que dure la boda; riadas de falta de sentido de Estado: renovación del CGPJ; riadas de falsa humildad, de mal gusto, de intransigencia, de banalidad, de fútbol del corazón… que nos martillean diariamente y que se repiten hasta la saciedad más que el nombre de Mbappé y Messi en los telediarios de fútbol.
Sin ir más lejos, el otro día fui arrollado por una riada de sonrojo y vergüenza ajena en los aledaños de la Casa América , al observar el careto que se le quedaba al siempre caballeroso y exquisito Vargas Llosa tras departir con su colega Sergio Ramírez (contra quien ha sido cursada orden de detención por la fiscalía de Nicaragua por esa cosa tan demodé que es luchar por las libertades de su país) al ser importunado, alcachofa en ristre, para ser interpelado sobre la candente actualidad:
Un episodio de abuso infantil que ya relató en sus Memorias, que obviamente el interpelante no se había molestado en leer, hacía ya 16 años; cómo le había afectado el fallecimiento de la madre de su señora , que había dejado este valle de lágrimas a la provecta edad de 97 años; y que si estaba impactado por el anuncio de Enrique Iglesias de dejar la música…
Vivimos imbuidos en un mundo de riadas de likes y de improperios , hacia el otro of course; de partidos de fútbol; de series deglutidas en tres días; de ejercicio físico (yo estas las detesto especialmente porque soy incapaz de correr cinco minutos seguidos y sobre todo tres días seguidos); de noticias que no son noticias; de clases magistrales y adoctrinadoras de todo pelaje; actividades extraescolares, extramaritales, extraterrestres… y todavía nos alucina que la Naturaleza , bastante benigna en nuestras latitudes (no olvidemos que esto no es Haití) dé, de vez en cuando, un puñetazo en la mesa de nuestro diálogo de sordos y se deje llevar .
A fin de cuentas, que se nos deje hacer no implica que seamos los que mandemos. Y de eso saben mucho los que ahora les da por rasgarse las vestiduras de marca, que llevan toda la vida confeccionándose a medida, mientras cada cual gestiona su barro.