Carlos Rodrigo

Corpus Christi: sentido y sensibilidad

«No ha habido Corpus entendido como engalanamiento y hoguera de las vanidades»

POR CARLOS RODRIGO

Que el Corpus es la fiesta grande Toledo no se nos escapa a nadie. Toledo es una ciudad peculiar en la que muchos lugareños, si nos lo podemos permitir, por muy políticamente incorrecto que esté decirlo, solemos aprovechar las fiestas para irnos de vacaciones. Algo en lo que sin duda influye nuestro carácter, eso dicen las malas lenguas forasteras, y el clima de Toledo, que en verano es difícilmente soportable.

Parece lógico que la gente desaparezca en las no muy arraigadas fiestas de agosto, o que trate de aprovechar el día de Castilla- La Mancha, la Semana Santa merece un capítulo aparte, para tratar de irse de casi veraneo a precios de casi temporada baja.

Quizá por eso, salvando otras profundidades de tipo espiritual o material, el Corpus tenga una significación especial; es la fiesta del toledano, pero a la vez es una fiesta universal , porque los toledanos siempre hemos tenido ese prurito de doble filo, orgulloso en el mejor de los casos, y vanidoso, en el más peyorativamente provinciano, de trascender lo local más allá de lo regional, e incluso de lo nacional.

La celebración del Corpus mezcla la devoción más profunda y el postureo más folclórico. Es una fiesta que, como toda fiesta grande que se precie, tiene una cara que desborda lo íntimo. Basada sobre las tradiciones más acendradas que hacen que todos los años sea igual pero diferente , única manera tramposa que tiene lo perenne de que algo quede indeleblemente marcado en el imaginario colectivo.

En este año en que todo está siendo raro (que esperemos no sea el comienzo de una Nueva Rareza) y lo que nos queda por ver y (mal) acostumbrarnos, no ha habido Corpus entendido como engalanamiento y hoguera de las vanidades, como tiros largos, sillas disputadas, calores infernales, balcones pretendidos, militares impecables, curas solemnes , palios paliativos, cofradías entregadas, heroicos niños y niñas de primera comunión, romero, tomillo, bonetes, peinetas, personalidades que solo aparecen ese día por la ciudad en todo el año, etc.

Se ha echado de menos un llamamiento, o una iniciativa popular, para esto estarían bien las redes sociales, a poner pendones y a decorar los balcones , ya que quitando algunas iniciativas particulares y alguna feligresa entrañable que ha puesto tomillo en su tramo de calle, el resultado ha sido más bien gris y desolador. Aunque quizá así debía ser porque así ha sido.

Los actos han quedado ineluctablemente reducidos al mínimo. Ha habido celebración de misa en la que se ha pedido por las víctimas del coronavirus, como no debía ser de otra manera, y se ha hecho algún guiño a la actualidad, como el caso de los periódicos casos de racismo que cada cierto tiempo salpican la actualidad de los Estados Unidos y, por contagio, a la del resto del orbe.

El Corpus es el escaparate de Toledo hacia el mundo. Y este año ha sido un escaparate marcado por la pandemia . Un Corpus con celebraciones que quizá debieron ser íntimas. Reconozco que soy un romántico, en el sentido menos nacionalista del término, y a mí me hubiera gustado una misa sin un alma para todas las almas , porque yo soy muy de creer que muchas veces menos es más y nada es todo. Aunque imagino que los actos, por cuestiones protocolarias, irremediablemente se convirtieron en exclusivos y excluyentes (si es que una misa de 500 personas puede catalogarse así). Y sí, ya sé que me dirán que deben figurar los representantes del pueblo, las instituciones, las cofradías, que los políticos deben tener el corazón en la cabeza, etc., etc., pero les confieso que yo no soy muy de actos con los representantes del pueblo, pero sin el pueblo.

Un Corpus de lavatorios con hidrogel, bancos desinfectados, vísperas tristes, veintiuna salvas y ojalá muchos salvados , flores virtuales, calles desangeladas, adoraciones al 50%, procesiones a puerta cerrada, rezos con mascarilla. Un Corpus de devotos fuera del templo y de deseos de paz sin apretones de manos, que inevitablemente dan una sensación de recogimiento reprimido… porque por muy impecable e inmaculada que sea una liturgia siempre se queda fría y metálica cuando le falta el alma de la gente.

Ha sido un Corpus raro, un Corpus para el recuerdo por su singularidad. Un paréntesis para muchos. Un Corpus especial, por lo que está teniendo este año, de tristes, luctuosas y me temo inconmensurables consecuencias humanas, sociales, económicas culturales, políticas y de todo tipo que se le vengan a la cabeza, que seguro que son muchas y aún están por ver. Un Corpus íntimo y diferente para todos los que se hayan parado a reflexionar consigo mismos y con los suyos.

Decía Azorín que la sensibilidad levanta una barrera que no puede salvar la inteligencia. Esta situación que nos está tocando vivir, de alarmas, miedos, restricciones de nuestras libertades, de nuestras costumbres, incluso de vivir la fe a los creyentes, está tocando el nervio de nuestra sensibilidad, de nuestra capacidad peculiar de sentir y pensar, y de nuestra inteligencia, que no es más que la capacidad que tenemos los seres humanos para resolver problemas.

Tan solo desear que seamos fuertes en nuestra sensibilidad y en nuestra inteligencia y que no permitamos que nadie condicione nuestra sensibilidad, porque la sensibilidad de cada uno es nuestro genio . Y nuestra capacidad mental extraordinaria para crear, inventar, conservar, recrear… cosas nuevas y admirables debe quedar intacta.

Algunos hombres, algunas mujeres, tienen una sensibilidad más intensa que otros, sienten y perciben cosas que a los demás nos pasan desapercibidas. Apoyémonos en ellos.

Que hayan pasado un feliz Corpus y que hayamos aprendido algo en lo más íntimo para que el próximo nos luzca más, pero sobre todo nos dé más luz.

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