Carlos Rodrigo
Albert Camus y Jorge Montemayor: la peste en Toledo
«Si hay alguna palabra en su obra que se repite, más que la palabra plaga, ess es esperanza»
Nunca fui muy forofo de Albert Camus . Posiblemente lo leí poco, seguramente mal, y siempre me atrajo más como novelista que como pensador. Pero también es cierto que mi relación con la filosofía, como con todas las cosas que me despiertan pasión, lejos de ser metódica y cerebral, ha sido caprichosa y arbitraria, un poco futbolera que diría el poeta Abadio.
Igual que se es del Madrid o del Barcelona, del Atlético o de Liverpool, o los muy cafeteros del Talavera o del Toledo… yo siempre fui más de Sartre o de Heidegger quienes, salvando las distancias, me resultaban más profundos, más ladrillos no nos engañemos, más tácticos y resultadistas… vamos, algo así como el Atlético de Madrid de la Filosofía. En definitiva, y para no meterme en jardines en los que acabaría irremisiblemente embarrado, tenía, y seguramente tengo, un prejuicio hacia su persona y a su obra, como tenemos casi todos con casi todo en esta vida hasta que nos sumergimos sin flotador, en el improbable caso de lo que hagamos, en los entresijos de un creador y de su creación.
A Camus le tenía catalogado como una suerte de James Dean del pensamiento, uno de esos tipos poco creíbles , seres torturados que van en deportivo y ligan con la más guapa. Prejuicio que me quedó amartillado tras leer aquella famosa boutade suya de, que para su desgracia le fue lapidaria, no conozco nada más idiota que morir en un accidente de coche.
Frivolidades aparte, hace unos años, calculo que allá por el año 10 a. de c. (1), me volví a acercar con más simpatía a una de sus obras: «El extranjero» , por una serie de artículos que empecé a escribir sobre fútbol y literatura; Camus fue portero y gran seguidor del fútbol . Seguramente una de las frases más citadas de Camus es aquella de: porque, después de muchos años en que el mundo me ha permitido variadas experiencias, lo que más sé, a la larga, acerca de moral y de las obligaciones de los hombres, se lo debo al fútbol.
En ese segundo repaso a Camus, soy un lector bastante desordenado y compulsivo, retomé algunos de sus escritos, siempre desde un sesgo más formal, de goce literario y estético, y de curiosidad vivencial, que sesudo, ensayístico y puramente cognitivo. Anduve con «El mito de Sísifo» , construido a partir de la memorable frase de Píndaro: No te afanes, alma mía, por una vida inmortal, pero agota el ámbito de lo posible, rememorando su visión, para mí ya remota, de héroe absurdo, para continuar con una que me interesaba más, la de «El hombre rebelde» forjado a golpe de una ética de la acción, menos limitado a la perspectiva egoísta de centrarse en el ombligo existencial del ser humano.
Para acabar con su obra, estos días inevitable, «La peste» , una novela con pasajes memorables. Una obra que he recuperado mientras leía Una ciudad frente a la peste: Toledo en el Siglo XVI de Julián Montemayor . Un breve estudio de apenas quince páginas, que invito a todos a leer y en el que el autor utiliza expresiones y refleja medidas aún vigentes, como máximo epidémico (trasunto del desafortunado pico actual), aislamiento y el cordón sanitario con la Corte de Madrid, no hacer juntas ni comunicaciones de unos a otros, mantener la distancia de diez pasos o más … y en el que palabras como solidaridad, desconfianza, ricos y pobres trufan un texto muy recomendable y muy actual.
Desde estas lecturas me gustaría compartir, con los que quieran salir un rato de este clima de autocomplacencia y de anestesia en el que a veces parece que la sociedad confinada nos sumimos, limitándonos a aplaudir y a deglutir el Sálvame, algunas perlas de la obra de Camus , para los que no les gusten las ostras, que no he podido evitar glosar cual Paulo Coelho de pacotilla:
La estupidez insiste siempre, uno se daría cuenta de ello si uno no pensara siempre en sí mismo.
Recuerden que la estupidez, como la muerte es muy tozuda, y que para eso me temo que no hay vacuna.
En el hombre hay más cosas dignas de admiración que de desprecio.
Los seres humanos podemos ser estúpidos, pero también inopinadamente maravillosos. Busque, compare y saque sus propias conclusiones, no compre cualquier cosa.
El hábito de la desesperación es peor que la desesperación misma.
Ánimo, fuerza y salud física y mental. En la mental se incluye la capacidad crítica. No solo la evasión lleva a la victoria.
Hace ocho años que no puedo decir que murió; solamente se borró un poco más que de costumbre, y cuando me volví a mirarla ya no estaba allí.
Centrémonos en lo que realmente importa. No solo lo egoístamente nuestro sino también en lo generosamente de todos, que es lo más genuinamente nuestro.
Pregunta: ¿Qué hacer para no perder el tiempo? Respuesta: sentirlo en toda su lentitud. Medios: (…) vivir el domingo en el balcón, por la tarde; oír conferencias en una lengua que no se conoce; hacer cola sin perder su puesto, etc., etc.
Aprendamos y degustemos el ritual de lo habitual.
El mal que hay en el mundo casi siempre viene de la ignorancia, y las buenas intenciones pueden hacer tanto daño como la malicia si carecen de entendimiento.
Yo añadiría de la ignorancia y del egoísmo mal entendido. Súmenle a lo anterior el hecho de que v ivimos en la era de la sobredesinformación . Una era en la que nos hemos revolcado cándidamente en esa falacia de que La Verdad tiene muchas caras y es opinable, lo que desemboca en ese crimen perfecto que es pensar que cada uno tiene su verdad, lo que desemboca en ese terrible sumidero de que la verdad no existe. La historia de la humanidad nos demuestra que los cementerios están llenos de buenas intenciones y que u na sociedad conformista es una sociedad manipulada. Para según qué responsabilidades, no basta con la buena fe.
Pero bueno, no desesperemos, si hay una palabra en la obra de Camus que se repite, incluso más que la palabra plaga, esa es esperanza. No hay paz si esperanza. Me deseo y les deseo en estos días que nuestra esperanza sea muy obstinada, más que nuestra estupidez.