Bécquer, Rilque y Toledo. Réquiem por 2020
Una muestra de las principales frases de estos poetas sobre su admiración por la ciudad
Termina este fatídico año con alivio y esperanza. No lo echaremos de menos. Vamos a aprovechar estos postreros días para conmemorar dos aniversarios tánatopoeticos , los de dos escritores que quedaron marcados a fuego por esta ciudad y que, a su vez, imprimieron en las generaciones futuras un deseo y un anhelo profundos: conocer Toledo.
El 22 de diciembre de 1870 muere de neumonía a los 34 años Gustavo Adolfo Bécquer. El 29 de diciembre de 1926 fallece de leucemia a los 51 años Rainer Maria Rilke . Ambos, enamorados de una urbe de la que supieron extraer todas las esencias, porque se sumergieron en ella con el corazón abierto de quienes tienen la belleza como bandera y saben encontrarla tanto en unas ramas secas como en un suntuoso palacio, en unas humildes ruinas o en el esplendor de la naturaleza.
Conocieron un Toledo diferente al que estamos acostumbrados nosotros. Sin embargo, en estos meses de pandemia hemos podido vivir una parte de ese espíritu que acompañó sus pasos por nuestras calles: el de un Toledo desierto, silencioso, espectral. Apreciaron los dos escritores una ciudad muy poco habitada, escasamente iluminada, decrépita y taciturna, que conservaba a pesar de todo -para las inteligencias sensibles y acostumbradas a lo excelente que supieran leer y escuchar en sus piedras- la historia completa de España y la esencia de sus conquistas, valores y grandezas, como quien atiende con amorosa atención las palabras de una sabia y venerable anciana a la que sabemos impregnada de un conocimiento atávico y arcano.
Para poder hacernos una mejor idea del impacto causado por la capital en los dos autores, expongo una muestra de sus principales frases de admiración y asombro ; porque, sin duda, son los que mejor han sabido, a lo largo de los siglos, plasmar las sensaciones que nuestra querida ciudad provoca en el ánimo.
BÉCQUER
¡Qué grandes proporciones, qué imponente poesía adquiere entonces a nuestros ojos aquella estrecha y solitaria calle que antes solo se nos antojaba un cuadro pintoresco, y ya es una página viva de nuestra historia!
En derredor de los muros, y al través de las calles de Toledo, el arte nos va explicando la historia escrita por él en páginas de piedra, que hablan a un tiempo a la razón y al sentimiento.
Considerada bajo este punto de vista, la Semana Santa en Toledo no admite parangón con ninguna otra.
Estaba en Toledo, la ciudad sombría y melancólica por excelencia. Allí cada lugar recuerda una historia, cada piedra un siglo, cada momento una civilización; historias, siglos y civilizaciones que han pasado y cuyos actores tal vez son ahora el polvo oscuro que arrastra el viento en remolinos, al silbar en sus estrechas y tortuosas calles.
Toledo es la vetusta capital de la monarquía goda.
El viajero, el historiador o el simple paseante descubren en las calles toledanas el más curioso de los museos, la más interesante de las crónicas y la más pura fuente de melancólicas y altas aspiraciones.
En nombre de los poetas y de los artistas, en nombre de los que sueñan y de los que estudian, se prohíbe a la civilización que toque uno solo de estos ladrillos con su mano demoledora y prosaica.
Mil extraños y pintorescos contrastes, mil y mil curiosas muestras de distintas razas, civilizaciones y épocas compendiadas, por decirlo así, en cien varas de terreno.
Algunas veces me parecía cruzar por en medio de una ciudad desierta, abandonada por sus habitantes desde una época remota.
Figuraos un bosque de gigantes palmeras de granito que al entrelazar sus ramas forman una bóveda colosal y magnífica, bajo la que se guarece y vive, con la vida que le ha prestado el genio, toda una creación de seres imaginarios y reales. (Sobre la catedral)
Quedad con Dios muros sombríos que me disteis hospitalidad; yo os abandono, y acaso para siempre; pero vuestra imagen vivirá eterna en mi memoria. No temáis que yo la profane, confundiendo vuestra impresión con las impuras y vanas impresiones de la tierra, no; yo os guardaré en mi alma y en un lugar escondido y misterioso, en donde oculto como un tesoro los recuerdos santos de mi vida.
RILKE
Sí, ahora comprendo la leyenda según la cual Dios, en el cuarto día de la creación, tomó el sol y lo colocó exactamente encima de Toledo.
Yo ya la he recorrido toda; me he grabado todas las cosas en la memoria, como si tuviese que sabérmelas mañana para siempre.
Todo está potenciado aquí hasta un límite tan superlativo que se podría doblar por cualquier parte y pasar inadvertido en la angostura de una calle.
¡Dios mío, qué de cosas no he amado yo! Porque ellas intentaban ser algo de esto que existe aquí.
Aquí todo se eleva y asciende más y más sin pensar en llenar una tarea cualquiera, sino que tiene su naturaleza propia como si nosotros ya no estuviéramos aquí.
He comenzado por Toledo, que tiene para mí los incentivos más poderosos, y que me admira y colma al mismo tiempo.
Una inmensa momia coronada que el Tajo aprisiona.
No tendré más remedio que escaparme hacia el sur, aun cuando sus ciudades no me atraigan tanto como esta capital difunta de imperios legendarios.
Todo transcurre aquí en lo portentoso, en un tamaño mayor que el natural.
Podría decirse de Toledo: una ciudad del cielo y de la tierra.
Esta ciudad existía en igual medida para los ojos de los muertos, de los vivos y de los ángeles.
Aquí se progresa ante todo con el asombro.
Aquí hubieron de trabajar juntos un Santo y un león, para que pudiera surgir esto.
Después de haber estado en Toledo resulta uno muy difícil de contentar.
Las cosas tienen allí la intensidad de una aparición que comúnmente no se hace visible a diario, no hay nada como Toledo.
Sin duda, Toledo quedará para mí entre los acontecimientos más importantes de mi vida.
Toledo fue mucho, lo fue todo…
Toledo ha impulsado esta disposición mía de ánimo hacia los confines.