Crítica
Asesinos todos: ¡Cuando la bestia se despierta…!
«El objetivo es la risa, pero una vez que se libera la bestia que todos llevamos dentro, de lo cómico y amable, podemos pasar a saborear una comedia ácida, situada en la sociedad contemporánea que está necesitando terapia y sanear su salud mental»
Asesinos todos viene a ser una comedia para amplio público que quiere hacer reír un mucho y reflexionar un poco. Busca la comicidad con recursos básicos, como el excesivo lenguaje genital, y con situaciones disparatas supuestas a partir de una realidad aparentemente verosímil. Responde a un tipo de teatro referenciado a moldes del pasado que suele tener bastante aceptación popular entre aquellas gentes que buscan un mero rato de entretenimiento y que no son habituales frecuentadoras de las muchas posibilidades que el mundo moderno de la escena ofrece; y más aceptación aún si el cartel lo encabezan personajes muy conocidos y reconocibles por su presencia en los programas de televisión. En cierto modo recuerda aquellas obras del primer tercio del siglo XX llamadas «astracán», en las que se teatralizaba cómicamente la realidad, con un lenguaje muy de la calle, unas situaciones absurdas a las que se supedita la acción y los personajes, la presencia de abundantes equívocos y la utilización de chistes facilones y expresiones que buscan la carcajada, pues importa más la risa que la verosimilitud argumental. Todo bastante superficial. Y es verdad que cierto público está demandando el género comedia en estos tiempos oscuros cargados de incertidumbre. Asimismo, podemos situar esta comedia en los epígonos de Alfonso Paso y algo también en Jardiel Poncela, en cuyas obras se aúna lo costumbrista con el género negro o de suspense. Las referencias a la obra de Patricia Highsmith, Extraños en un tren , llevada al cine por Alfred Hitchock , son también recurrentes en este caso.
El argumento de Asesinos todos es sencillo. Dos parejas de cincuentones: Manolo y Loli, Pepe y Diana . A Manolo parece que le hacen el vacío en el trabajo de vendedor y no asciende, porque esos puestos se los dan a jóvenes con más títulos. Él está deprimido. Loli es peluquera, y quiere hacer algo para que la situación del marido revierta. Pepe y Diana, son funcionarios, esperan con su vida tranquila la herencia de la madre, ¡que no es chica! Pero la cosa empieza a complicarse, pues la madre de Pepe vuelve de un crucero acompañada de un ruso de 25 años con el que se quiere casar. Quieren solucionar la situación. Pepe y Diana y Loli y Manolo una noche quedan para cenar. Y, entre plato y plato, surge la idea. «Extraños en un tren». Porque algo habrá que hacer. «Y vosotros os ocupáis de los jefes de Manolo y nosotros de vuestro ruso.» A partir de ahí imaginen una sucesión de peripecias y ¡asesinos todos! Los personajes pretenden resolver sus problemas de autoestima «matando» o quitando de en medio a quien estorbe sus planes. Pero no hay que preocuparse, esto es una comedia y la sangre no llegará al río.
El objetivo es la risa, pero una vez que se libera la bestia que todos llevamos dentro, de lo cómico y amable, podemos pasar a saborear una comedia ácida, situada en la sociedad contemporánea que está necesitando terapia y sanear su salud mental, tan averiada por la competitividad y por la avaricia del tener siempre más, tanto desde el punto de vista económico, como desde el de los logros profesionales y personales. Ahí es donde podemos encontrar la parte más reflexiva y cuando de esta comedia se puede extraer algo más que el mero entretenimiento propio del teatro más comercial.
Lo que quizá roce la desmesura, a mi modo de ver innecesaria, es la abundancia de lenguaje soez y barriobajero . De mal gusto y un tanto descontextualizado, pues ni un vendedor, ni una peluquera, ni un empleado de Hacienda ni una bibliotecaria suelen utilizar ese léxico, esos clichés y esos tópicos de una forma tan continuada.
Sobre una escenografía plana, con escasos elementos cambiantes en unas transiciones muy bien teatralizadas, y con una iluminación esencial para contextualizar acciones, se desarrolla la obra con unas interpretaciones en las que sobresale la estupenda Elisa Matilla , cuyo papel lleva el hilo de la trama y borda el personaje de Loli, con desparpajo, con buen gesto y movimiento y con cambios de registro para adaptarse a las diversas situaciones.
El público, que llenó el Teatro de Rojas, aplaudió con gusto y ganas, manifestando su satisfacción por lo que había visto sobre el escenario. Hay que significar, y habrá que seguir haciéndolo hasta que pase la epidemia, que los móviles siguen sonando a destiempo y algunas pantallas luciendo molestan tanto como quien no para de hacer ruido con los caramelos o con las cosas que suelen tener entre manos. Cierto que es una minoría, pero una minoría egoísta que no se comporta correctamente en sociedad.