Antonio Zárate
Aportación romántica a la imagen de la ciudad a través del paisaje
La «Vista de Toledo desde la Cuz de los Canónigos»
La pintura también constituye una fuente de información para los geógrafos y todas las personas interesadas por el paisaje, la sociedad y la organización del territorio, no sólo, pues, para los historiadores del arte. En el caso de la geografía, ese interés se incrementa por la influencia epistemológica de la fenomenología y el existencialismo desde los años 70 del pasado siglo, sobre todo de dos sus principales representantes: E. Husserl (1859-1938) y Sartre (1905-1980). A través de las representaciones de los pintores, se contempla no sólo la belleza y la estética del lugar, los elementos esenciales y objetivos que configuran el paisaje o el tema representado sino también las emociones y sentimientos del artista, rasgos evidentemente personales y subjetivos, pero que reflejan asimismo las mentalidades colectivas del mundo que les rodea y las corrientes ideológicas y de pensamiento dominantes cuando se elabora la obra de arte. La «Vista general de Toledo desde la Cruz de los Canónigos» es una de las obras de Genaro Pérez de Villaamil realizada en 1836 que se puede contemplar en el Museo de Bellas Artes de Bilba o desde su adquisición por el mismo en 2004.
La obra, pintada al óleo sobre un lienzo de 90 x 110 cm ofrece una vista panorámica desde el norte de la ciudad, desde la entrada de la carretera de Madrid , situando en un primer plano la cruz «humilladero» que da nombre al cuadro, donde antes estuvo el hospital de San Antón, atendido por canónigos regulares de la orden de San Antonio para curar el ergotismo, enfermedad provocada por el cornezuelo del centeno, cereal muy empleado para fabricar pan. La Cruz toma el nombre precisamente de los religiosos al frente de aquel hospital y con algunas modificaciones se puede contemplar en la actualidad en un lugar muy próximo al representado por el artista, entonces delante del desaparecido convento de Trinitarios Descalzos. A la derecha, en un segundo plano, pero de manera muy destacada, se observa la puerta nueva de Bisagra con el escudo del emperador, y al fondo, la silueta de la ciudad en la que se identifican perfectamente la torre de la Catedral, a su izquierda, la de San Justo, y a la derecha, las dos torres y cúpula de San Ildefonso. Todas esas torres se combinan visualmente con las del desparecido convento de Trinitarios en primer plano para acentuar la estilización de las formas y su tendencia a la verticalidad y la exageración tan características de las obras de Genaro Pérez de Villamil y de otros pintores a cuya época corresponde el artista, además de su sensibilidad estética personal, buscando despertar las emociones del espectador ante el paisaje contemplado.
Con esa misma intencionalidad se exageran las formas de la naturaleza , que cobran protagonismo a la izquierda del eje vertical formada por el Alcázar, que domina toda la composición desde el punto más elevado, y el edificio en primer plano, el Convento de Trinitarios Descalzos. A la izquierda de ese eje, se impone la espectacularidad del paisaje natural de Toledo , una de las razones de la atracción estética de la ciudad y más en un siglo XIX que se entusiasma ante los paisajes extraordinarios, hasta el punto de ser los primeros en gozar de reconocimiento como elementos de valor patrimonial. Al fondo del cuadro, cerrando el horizonte, se abre el espectacular frente de falla sobre el que se asienta la ciudad, cortado a pico por el río Tajo, con el puente de Alcántara , y a su izquierda, el castillo de San Servando, detrás, el cerro del Bú. En un primer y extenso ancho plano, el río y su fondo de valle, correspondiente a la denominada zona de Safont, parte de la vega alta, ocupan gran parte de la composición, con sus huertas, algunas construcciones y arboles de ribera. La transición de este espacio hacia los elementos arquitectónicos de la derecha, la Cruz de los Canónigos y el Convento de Trinitarios, se efectúa por fuerte pendiente que corresponde al barrio de la Covachuelas , bajo el que se encuentra el anfiteatro romano, según se indica en el plano de Francisco Coello de 1858.
La luz dorada propia del atardecer aporta intensidad a la obra creando una atmosfera vaporosa que difumina las figuras, alarga las sombras, da profundidad a la escena y crea un halo de misterio al conjunto, acorde en todo momento con la intencionalidad romántica del artista que, como es lógico y sucede en cualquier pintor, no se limita a una representación meramente objetiva y literal de la realidad. A su vez, este tratamiento de la luz por Genaro Pérez de Villaamil muestra una clara influencia de las obras del pintor escocés David Roberts (1796-1864), al que conoció personalmente y que recorrió España entre 1832 y 1833, tomando apuntes para su colección «Spanish Sketches», entre ellos varios de Toledo con el puente de Alcántara como elemento principal. La influencia del artista escocés es, además, evidente en el tratamiento de la figura humana, en la profusión de personajes que animan los distintos escenarios, en este caso, en las dos mujeres que descansan al pie de la Cruz de los Canónigos y en las numerosas personas que animan la entrada de Toledo , lo mismo que en el camino ascendente desde las huertas de Safont hacia la Cruz. Los personajes que aparecen en éste y en todos los cuadros y grabados de Genaro Pérez de Villaamil, lo mismo que en el caso de David Roberts, siempre van vestidos con trajes típicos del lugar y son representados de pequeño tamaño , bajo el protagonismo y dominio absoluto de las formas arquitectónicas y de la naturaleza cuyas formas se alargan y estilizan de manera desproporcionada. Las figuras humanas se limitan a reforzar la singularidad del conjunto y se utilizan como referencias del lugar, sin desviar la atención del espectador hacia lo fundamental: el paisaje y el monumento , buscando en uno y en otro caso lo original y lo excepcional, como corresponde a la visión romántica del momento.
Por otro lado, aparte de la calidad y valor artístico que la obra encierra en sí misma, el escenario interesa como descripción de uno de los paisajes más representativos de Toledo, como imagen romántica de esta ciudad, dominada por la naturaleza de su emplazamiento: la vega alta en primer plano a la izquierda, con el río, siempre el escarpe de falla del macizo cristalino de Toledo hacia el sur, y la acumulación de elementos arquitectónicos de excepcional valor que reflejan la potencia de un glorioso pasado histórico que el artista trasmite al espectador, parte de una identidad colectiva que se desea conservar para posteriores generaciones. Además, la visión romántica y apasionada que este cuadro comunica de Toledo, justifica la atracción de esta ciudad para intelectuales de todo tiempo a partir del XIX. Basta pensar en las descripciones literarias de viajeros franceses y de otras nacionalidades del XIX, en el papel fundamental de los representantes de las generaciones del 98 (Benito Pérez Galdos, Blasco Ibañez, Bartolomé Cossio con su descubrimiento del Greco…) y del 27 (Federico García Lorca, Salvador Dalí, Luis Buñuel…), y en pintores como Aureliano de Beruete, Joaquín Sorolla, Ignacio Zuloaga, el mexicano Digo Rivera, y más recientemente, Benjamín Palencia o Rafael Canogar, entre otros.
En conclusión, la «Vista general de Toledo desde la Cruz de los Canónigos», pintada por Genaro Pérez de Villaamil, es una aportación importante a la creación de la imagen culta y selecta que Toledo proyecta en el mundo a través de unos paisajes que han de ser conservados y que el urbanismo moderno no puede ignorar y menos hacerlos desaparecer. Esta imagen romántica y exaltada de Toledo y de sus paisajes, se encuentra en los orígenes del primer turismo de élites hacia esta ciudad, él que surgió a principios del siglo XX bajo el impulso de la Comisión Nacional de Turismo en 1905, sustituida en 1911 por la Comisaria Regia del Turismo y Cultura Popular, y la iniciativa del marqués de la Vega-Inclán, entre otras cosas, creador de la Casa del Greco (1911). Toda aquello está en los orígenes turismo de masas que acude a Toledo en busca de la experiencia personal que supone recorrer las mismas calles y plazas que conocieron momentos relevantes de la historia de España, visitar monumentos que son auténticas referencias internacionales de la historia del arte y contemplar paisajes únicos y excepcionales , como el que se presenta en esta obra de Pérez de Villaamil, irrepetibles y parte del patrimonio de la humanidad. Por eso no hay justificación alguna que permita su desaparición bajo un urbanismo especulativo no respetuoso con los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) para 2030 de la ONU, y unas sensibilidades políticas insuficientemente comprometidas con la cultura. No se puede ignorar que las vegas, los cigarrales y el recinto amurallado, son partes inseparables y complementarias de una misma realidad geográfica e histórica, y que t odos esos espacios son generadores de riqueza y empleo, como reconoce el Convenio del Paisaje Europeo, ratificado por el gobierno español el 26 de noviembre de 2007, y en vigor y de obligado cumplimiento desde el 1 de marzo de 2008.