Antonio Illán Illán - Crítica
Torquemada en escena
Recordando a Galdós en el teatro de Rojas
Contar la historia del avaro de barrio Francisco Torquemada lo hizo don Benito Pérez Galdós en cuatro novelas. Reducir la historia a un monólogo de bastante más de una hora y que el resultado sea digno en su contenido y excelente de teatralidad es algo que hay que agradecer al buen trabajo del versionista Ignacio García May , en la muy bien pensada dirección y escenografía de Juan Carlos Pérez de la Fuente , así como a la sobresaliente interpretación de Pedro Casablanc . Entre los tres han logrado sintetizar y transmitir el espíritu y la anécdota de la tetralogía de Torquemada que nos legó el gran escritor canario.
Las cuatro novelas ( Torquemada en la hoguera, Torquemada en la Cruz, Torquemada en el purgatorio y Torquemada y San Pedro ) tienen un tiempo escénico muy equilibrado y están muy bien marcadas en este montaje con recursos escenográficos originales. En la primera parte de la obra teatral -primera novela- se nos cuenta la vida del prestamista implacable, que, ante la enfermedad de su hijo, se desespera y quiere sobornar con limosnas al cielo mismo. Por supuesto el cielo no hace milagros, el hijo muere y él vuelve a sus préstamos, ya que de nada le ha servido la caridad coyuntural ejercida. En la segunda nos presenta a un don Francisco Torquemada que ha trabado conocimiento con dos señoritas de la más rancia aristocracia española, a cuyo estado económico desastroso se añade que tienen a su cargo a un hermano ciego. Una de las hermanas transige en casarse con el avaro desarrapado, al que logran cambiar al menos en su aspecto externo, y así consiguen que la familia tenga un mejor pasar. En la tercera parte, Torquemada en el purgatorio, se relatan los más peregrinos acontecimientos, que hacen de la vida humilde y astrosa del prestamista una relampagueante subida a los altos estrados de la sociedad; el usurero se ve hecho todo un señor alcurniado por su boda y va alcanzando puestos, tanto en la política como en las finanzas, que es para la que más aptitudes posee; ya sus actividades comerciales no son préstamos de barrio sino negocios a gran escala. Se ve feliz porque va a tener un hijo, pero se frustra porque el nacido es deforme y lo considera un oprobio. Y la síntesis teatral termina con el espacio dedicado a la cuarta novela, en donde se narra el final de Fidela, la mujer de Torquemada, y en especial el encuentro de este con el Padre Gamborena, con quien quiere negociar su salvación eterna previo ciertas dádivas a la iglesia. Por supuesto la muerte del usurero llega sin que el respetable Gamborena le asegure el perdón por parte del Altísimo.
Si estas novelas de Pérez Galdós se leen con profundo interés y se admiran por la presencia de tipos humanos admirablemente trazados con realismo e ironía, la pieza teatral que ha confeccionado Ignacio García May también se nos hace corta por lo bien perfilados que se presentan los protagonistas de cada parte de la historia. Y no solo los protagonistas, sino el espíritu y el pensamiento de Galdós, como es la idea de Dios o el utilitarismo de la religión, la crítica política o la ironía con la que describe la sociedad aristocrática decadente y la pobreza de ambientes madrileños.
Los tipos seleccionados para la pieza teatral (la tía Roma, Valentinito, los Águila -Rafael, Cruz y Fidela-, el misionero Gamborena y Francisco Torquemada) son excelentemente tratados por el director y maravillosamente interpretados por Pedro Casablanc, que hace de cada uno de ellos una lección de arte escénico. Todos tienen la profundidad psicológica galdosiana, el carisma realista de las novelas y una aproximación certera al lenguaje del autor Doña Perfecta.
La escenografía recrea una imagen proyectada del perfil de torres, iglesias y tejados de Madrid, visión en segundo plano muy interesante para situar la acción en primer término lo que sería la estancia de una acomodada familia burguesa del siglo XIX; todo ello aporta un punto más al realismo estético del autor de La desheredada . Interesante en esta propuesta escénica es la presentación del protagonista con rayos y truenos y descargas eléctricas sobre un gran letrero vertical de neón con el apellido Torquemada . Solo ese detalle, junto con la evocación del inquisidor del mismo nombre, ya condiciona la percepción del protagonista como un personaje de carácter tenebroso, diabólico y amenazante. En esta escenografía también es destacable la acertada iluminación, así como lo ilustrativo de los cambios de vestuario en la propia escena, un vestuario minimalista o muy significativo perfectamente evocador del personaje al que se refiere. Muy interesante y bien traída es la presencia de la música y en especial el toque de campanas.
La clave del magnífico espectáculo en este homenaje a don Benito en su centenario, tanto para que el texto llegue al público como para que el actor se recree en disfrutar de las innumerables posibilidades expresivas, es la soberbia actuación de Pedro Casablanc. El desdoblamiento en los diferentes personajes, la caracterización de cada uno de ellos con un gesto, una sostenida expresión corporal o un tipo y tono de voz nos permiten apreciar de nuevo la gran versatilidad de un actor veterano que hace perfectamente creíble y verosímil con toda naturalidad aquello que está interpretando.
En el año Galdós, cien años de su muerte en 2020, que no pudimos conmemorar como se debía, es muy oportuna una apuesta como esta, que supone una invitación al conocimiento y la profundización en la lectura de obras que siguen siendo de gran interés hoy.
El público toledano, que llenaba el cincuenta por ciento permitido del teatro, valoró con calurosos aplausos el espectáculo en su conjunto, el gran trabajo de Casablanc y la buena labor del director, que también subió a saludar al escenario. La cultura necesita vitaminas como esta. Ojalá vaya a más, pues, en un Toledo culturalmente agónico, solo el Teatro de Rojas ofrece una programación salvavidas que, por ahora, está evitando el naufragio.