Antonio Illán Illán - TOLEDO

El perro del hortelano de Dominic Dromgoole

Un clásico muy clásico en el Rojas

ABC

Por Antonio Illán Illán

El teatro es una tribuna libre donde los personajes (metáfora de las personas) ponen en evidencia morales viejas o equivocadas y explican con ejemplos la vida que va más allá de los sentimientos y de los límites de la clase social, aunque en la trasgresión de las normas sea evidente la impostura.

El perro del hortelano es una de las comedias más atrevidas de Lope de Vega en cuanto a análisis psicológico de los personajes. La obra nos presenta, con todos sus enredos, su divertimento, sus reflexiones y sus chanzas, la historia de amor entre dos personas de estamentos sociales diferentes, la condesa de Belflor y su criado (su secretario, que parece algo más honroso que puro criado, por aquello de que se le reconoce un saber y una cultura). Claro que, para estas cosas en las que el honor está presente, hay (o había entonces) imposibilidad de saltar barreras sociales. Lope hará que las barreras caigan.

El perro del hortelano, en el argumento, viene a ser Diana, la joven hermosa y obstinada a la que acosan varios pretendientes aristocráticos que desean casarse con ella, y a los que rechaza. Una noche, después de ver a su secretario hacer el amor con su dama de compañía favorita, se enamora locamente de él y enferma de celos. Y entonces, como el perro del proverbio, que no come ni deja comer, ella no sabe cómo declararle su amor por orgullo de casta y, por otra parte, no quiere que este se case con Marcela, una joven de su servidumbre. El personaje Teodoro es crucial, oscila entre el amor seguro y la pasión llena de obstáculos, hasta que su criado Tristán recurre a un «deus ex machina» particularmente drástico: engañar al viejo conde Ludovico, que añora al hijo perdido en un viaje; el astuto lacayo del secretario Teodoro, disfrazado de mercader griego, hace creer al conde que su amo es nada menos que su nieto, el hijo del hijo perdido de Ludovico. El viejo se traga el embrollo, algo que a todos les vendrá bien para salvar la situación. Y son conscientes, somos, de la impostura. De hecho, Teodoro confiesa a Diana la engañifa urdida, pero la joven condesa, que conocía la nobleza de ánimo del joven y que en cuanto a la nobleza del título le bastaba con una ficción, hace de él su pareja y así sale de su incómoda ambigüedad espiritual.

Lope se inventa la impostura como solución. La verdad importa poco si las apariencias la salvan, aunque las apariencias no engañen. Esa, en esencia, es la lección de la comedia. Pero en la obra, una de las más completas del «Fénix de los ingenios», hay mucho más. Ni el amor lo es todo, ni el honor es el eje que mueve las vidas; la riqueza de la obra, además de profundizar en el retrato de la educación sentimental de una época, ofreciendo muy diferentes tipos de relaciones entre parejas iguales y desiguales, nos presenta otras muchas emociones como la envidia, el odio, la ambición, el desengaño, el fingimiento, el deseo de ascenso social o la lealtad (tan bien representada por Tristán). Entre la tensión del amor y el honor también aparecen, como no puede ser de otra forma, los celos. En suma, es un ovillo del que salen muchos hilos creando una trama de pequeñas historias entretejidas que son como el espejo en el que se refleja la vida social. 

Uno se puede divertir, como en una comedia de risa o de enredo, o puede reflexionar a partir de la adaptación de las actitudes y emociones de los personajes ante los cambios de fortuna (es la posición pendular del protagonista Teodoro) y se evidencia cómo el interés está por encima de emociones y sentimientos. Que la obra finalice con una triple boda es ya casi lo de menos. El emparejamiento de Diana y Teodoro, Marcela y Fabio y Tristán con Dorotea es el típico y tópico final feliz de muchas comedias del género y un desenlace muy del gusto del público de los «corrales de comedias», un público al que había que satisfacer, como el propio Lope nos cuenta en su Arte nuevo de hacer comedias .

Este proyecto teatral de Fundación Siglo de Oro, con la dirección un tanto shakespeariana de Dominic Dromgoole , nos ofrece una representación coral y festiva de pasiones contenidas, con un trabajo escénico rico en matices en una puesta en escena muy conceptual y muy bien pensada. La contextualización de la acción en el fino, ilustrado y elegante Nápoles del siglo XVIII queda apuntada por los figurines de  Jonathan Fensom.

El trabajo actoral ha estado equilibrado en general, si bien hay que significar el extraordinario papel de Julio Hidalgo en un Tristán, unas veces gracioso y otras pícaro y siempre con mucha habilidad interpretativa, el excelente papel, cambiando de planos y registros, de Nicolás Illoro dando vida a Teodoro en su tira y afloja de adecuación a las diferentes situaciones sentimentales, el muy bien caracterizado del conde Ludovico lleno de vida por Mario Vedoya , la muy expresiva y quizá un poco chillona en ocasiones Raquel Nogueira en Marcela, los pintorescos y contrastantes Daniel Llull y Jesús Teyssiere en los papeles de conde Federico y marqués Ricardo, y la muy en equilibrio María Pastor , como Diana . Raquel Varela, Mar Calvo, Manuela Morales , con papeles menores, mantienen el alto nivel y dan el tono adecuado y diferenciador a los bien trazados personajes lopescos.

La dirección ha optado por acentuar más el carácter cómico que el enredo. Los intermedios burlescos en general y el relato del falso mercader griego en particular son graciosísimos. Todo ello ha supuesto una interesante ruptura de la linealidad narrativa de la acción, o más bien de los diálogos, y esto ha permitido al público seguir las más de dos horas de función de forma más amen y distendida. Los guiños son continuos, si bien en algún caso resulta excesivamente manierista y alambicado o excesivo. El sorprendente inicio en el que se rompe el hielo y se presenta la obra ya predispone al espectador al juego. La música en directo, el baile y el canto, donde no faltó la popular chacona y la no menos conocida Marizápalos, ilustran y embellecen la puesta en escena.

Meritorio trabajo el de una compañía que en los tiempos actuales apuesta por poner en escena una obra clásica del teatro nacional español con un amplio elenco, dada la dificultad y el trabajo que supone.

Lo que sí ha demostrado este proyecto de Fundación Siglo de Oro es que Lope sigue triunfando tras más de 300 años de escribir sus comedias.

El público toledano, que está deseoso de buena cultura, llenó el teatro , aunque todavía se mantuviera el aforo al setenta por ciento por el Covid, disfrutó del verso de un clásico muy clásico y aplaudió con insistencia el buen trabajo de un espectáculo que entretiene, educa y cultiva.

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación