Antonio Illán Illán - Crítica

'Réquiem por un campesino español': un teatro para la memoria histórica

«Una representación socialmente necesaria que educa y hace reflexionar al poner sobre las tablas el reflejo de lo que sucedió y nunca más debiera volver a suceder»

Antonio ILLÁN ILLÁN

Réquiem por un campesino español es una novela corta de Ramón J. Sender, publicada en 1960 con este título, pues se había publicado antes, en 1953 como Mosén Millán , que nos sirve aún hoy, sesenta años después, para recordar y revivir las consecuencias de la Guerra Civil española. Los fines que persigue el autor, tanto en esta obra como en otras de índole parecida, son primordialmente de carácter ético. Podríamos pensar que el núcleo de la novela gira en torno a la preocupación por la naturaleza del bien y el mal, la responsabilidad moral, la culpa, la injusticia y la hipocresía. Todas estas ideas, más la anécdota propia de los hechos se desarrollan con un planteamiento cercano al drama. Y por supuesto se cumple, en novelización impecable y conmovedora, la materialización de un proyecto: la toma de conciencia, de clase y personal, de un personaje (Paco el del Molino) en un momento anterior a la guerra civil.

Teniendo en cuenta lo anterior, es perfectamente posible versionar para el teatro una novela como el Réquiem y construir una pieza teatral narrativa en la que quedan claros y en los huesos lo hechos vitales, las actitudes y los valores morales y humanos de los dos personajes principales, Paco el del Molino y el sacerdote mosén Millán, y de algunos secundarios, como el sacristán y en especial los caciques. Ciertamente la novela es más rica en detalles. Sin embargo, se evidencia la breve, precisa y tensa historia que lleva desde el nacimiento de Paco en un pueblecito de Aragón hasta su muerte a instancia y manos de las fuerzas más caciquiles, y todo sucede en un contexto apenas vislumbrado y aludido de violenta crisis histórica.

Tanto la novela como la versión teatral resaltan un texto sencillo, expresivo y conmovedor, donde se relata, sin caer en panfletarismos o partidismos -aunque es evidente dónde reside el valor moral- la historia de un sacerdote, el cual, queriendo salvar a un joven socialmente comprometido del pueblo en los comienzos de la guerra, no consigue evitar su ejecución por parte de los caciques.

La versión teatral potencia la verdad humana y la narración del drama sobrecoge, evitando sentimentalismos gratuitos, por su ajustado realismo y profundo conocimiento de los mecanismos de conciencia, algo que se pone de manifiesto especialmente por las evocaciones del sacerdote que suponen saltos atrás en el tiempo. En verdad asistimos a una doble historia: la de la espera de Mosén Millán realizando los preparativos para la misa de réquiem y otra paralela que cuenta sus recuerdos con el joven fallecido. Los planos y las escenas se suceden sin solución de continuidad, lo real y lo retrospectivo, pero no hay disfunción alguna y todo se entiende perfectamente.

La adaptación teatral de Alfonso Plou sigue bien el hilo narrativo del texto original y va acentuando pinceladas del proceso vital de Paco a través de las evocaciones reflexivas de Mosén Millán en esos momentos de espera de la misa de fin de año del protagonista asesinado y de los variados personajes que representa, con caracterización minimalista pero precisa, Saúl Blasco. Bien es cierto que se ha valido de una creación muy aprovechable para ordenar la trama y las transiciones escénicas como es la figura del sacristán, un tanto ajena al texto novelesco, pero de capital importancia para esta apuesta teatral. Ha quedado bien fijada la especificación de tipos: el cura, el muchacho inocente, el joven casadero, el hombre comprometido contra la injusticia que pretende erradicar la pobreza de su pueblo o el sacristán con su toque de ironía).

Destacable es la dramaturgia y la dirección para planificar escenas de realidad y de evocación sin traumas. Y, por supuesto, brillan las interpretaciones, tanto la de Joaquín Murillo , que encarna un Mosén Millán con todo el desgarro, el recuerdo, la amistad e incluso la torpeza y la adaptabilidad a una circunstancia que desencadenará la tragedia, como la de Saúl Blasco, con un trabajo estajanovista que le obliga a cambiar de modelo de gesto, movimiento y dicción permanentemente. (Es lo que tiene la producción teatral que debe ahorrar recursos y restringir los elencos). Ambos se ganan el pan y los aplausos con todo merecimiento.

La puesta en escena es acertada y se puede decir que hasta bella. La escenografía versátil, sencilla y funcional permite mucho juego y movilidad a los actores y aporta dinamismo a la obra, a la vez que matiza la especificidad de los diversos lugares en los que la acción se desarrolla. La iluminación y el sonido juegan también un papel crucial a la hora de crear ambientes (la iglesia, casa, el sonar del campo, la cárcel, etc.).

Todo confluye en un final que nos deja en el aire una reflexión helada, la pregunta que se habrá quedado en los labios de Paco el del Molino antes de morir acribillado por la balas insolentes, odiosas y asesinas: ¿por qué?, ¿por qué las guerras y las muertes? ¿por qué el odio y las injusticias? ¿por qué siempre ganan los mismos? La cuestión sigue hoy sin respuesta y, quizá por ello, este texto de Ramón J. Sender sigue siendo necesario y esta propuesta escénica una excelente herramienta para trasmitir estas reflexiones a la sociedad. Muy acertado que esta puesta en escena, además de al público en general, también se haya programado en la campaña de teatro escolar.

Réquiem por un campesino español , en suma, es una representación socialmente necesaria que educa y hace reflexionar al poner sobre las tablas el reflejo de lo que sucedió y nunca más debiera volver a suceder. El público del Teatro de Rojas , consciente del contenido de la historia y con la emoción que esta transmite, aplaudió con ganas y largamente puesto en pie.

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