Antonio Illán Illán

¡A Mandar!, que para eso estamos

Los santos inocentes: un teatro de novela

Antonio ILLÁN ILLÁN

Miguel Delibes escribió una gran novela realista sobre la España rural y el señoritismo dominante de los años sesenta del siglo pasado. Fernando Marías y Javier Hernández-Simón han realizado una excelente adaptación del texto narrativo a texto teatral manteniendo la esencia, la personalidad y las trazas que dibujó el gran autor castellano. El mismo Javier Hernández-Simón en la dirección teje con la historia una dramaturgia plena de matices que retratan lo más significativo de la novela. El excelente elenco de actores y actrices, todos a gran altura, elevan el conjunto a la categoría de arte escénico.

Miguel Delibes construyó en Los santos inocentes una historia de corte realista con intencionalidad crítica sobre esa España del señoritismo dominante, dueño y señor de las tierras y de las personas que para ellos trabajan, y la sumisión de los pobres con dueño, algo que tan bien se resume en la expresión con la que suelen contestar al amo: «¡A mandar, que para eso estamos!» La novela es una superestructura que refleja lo que pasa en la sociedad. Versionistas y director han construido un modelo de teatro realista que no solo refleja lo que la novela narra y describe, sino que se configura como un espejo en el cual el público pudo mirarse, o puede ver un pasado no distorsionado que contemplaba la verdad de un momento en unas circunstancias históricas determinadas, una realidad verosímil representada con toda su aspereza.

Los santos inocentes radiografían la España de la época en que se sitúa la acción (años sesenta del siglo XX), tiempos de prepotencia caciquil y de personas analfabetas que sirven con sumisión de siervos a sus amos. Quizá sea este concepto de sumisión la clave de la obra, es lo que define a la generación de Régula y Paco. Contra ella y la distorsión opresiva de los poderosos solo es posible que se revuelva el simple, el que no ve más allá de sí mismo, Azarías. Bien es cierto que en la actitud de los jóvenes, Quirce y Nieves , se atisban nuevos aires insumisos.

La adaptación a la escena conforma un espectáculo teatral de sumo interés, que no digo que supere en calidad a la novela, pero que literariamente está a la altura de ella. La versión es excepcional, sabe quedarse con lo esencial y prescindir de lo accesorio. ¡Lástima que Fernando Marías , por su prematura muerte, no haya podido ver sobre las tablas tan excelente trabajo!

La dramaturgia pone sobre las tablas la imagen del mundo del dictadorzuelo amo y señorito y su universo de gente bien junto al submundo de los siervos casi esclavos, que son tratados con desprecio y prepotencia, casi como animales. Es evidente que el omnipotente Iván es un personaje abominable y lo es también porque en él se representa el cuestionamiento de los límites del poder y del ridículo al que puede llegar el endiosamiento humano. Frente a él y sus circunstancias aristocráticas, la plebe, los inocentes, los sumisos, los miserables; aunque estos con valores de solidaridad familiar.

Una escenografía minimalista con pocos elementos, pero significativos: una bandada de aves sobrevolando la escena (muebles apilados que indican una mudanza y que también pueden servir como árbol en otro momento). Un vestuario atinado que define personajes y ambiente. Una iluminación muy acertada, que es capital para cambiar de escena y centrar el punto de atención del espectador según conviene en cada momento. Un espacio musical y sonoro muy bien elaborado que define el contexto en el que se desarrolla la obra: los sonidos del campo o el piar de las aves. Todo ello conforma un mundo teatral armónico que da cabida a lo realmente importante: la interpretación.

Los santos inocentes, versión teatral, suma muy buenos ingredientes, si bien la verdadera sustancia de esta apuesta escénica es la representación. Gran labor la que ha llevado a cabo en la dirección Javier Hernández-Simón para equilibrar escénicamente personajes tan diferentes y que unos no se coman a otros y, además, hacerlo con actores portentosos que son cada uno de ellos una singularidad en sí mismos. Siempre es la interpretación genuina de los actores y actrices la que eleva el teatro a superior categoría. Si no supiéramos que el teatro es eso, teatro, podríamos asegurar que Jacobo Dicenta es un señorito indeseable; que la gran Pepa Pedroche es una madre antigua de las que está a todas en la familia; que Luis Bermejo es el tonto del pueblo; que Javier Gutiérrez es el «perro fiel y sumiso» del amo…; y que Yune Nogueiras, José Fernández, Fernando Huesca, Raquel Varela y Marta Gómez son lo que representan. Podría magnificar a los protagonistas en lo general y en los detalles (¡qué magistral está Dicenta en la escena de la muerte, en ese primer plano en el escenario!). Pero es que todos están superiores, tanto los muy curtidos en los escenarios, Pedroche, Dicenta, Gutiérrez o Bermejo , como los secundarios, tan importantes como los principales y también con un gran bagaje escénico, que realizan un enorme trabajo y defienden con una gran dignidad sus respectivos papeles. Todos con su interpretación sobresaliente hacen creíbles las vidas de esos personajes, tanto los sometidos y humillados como los soberbios o aprovechados.

La apuesta de GG Producciones es de agradecer con un montaje tan cuidado. La obra emociona e impacta. Creo que don Miguel Delibes hubiera quedado muy satisfecho de ver sus Santos inocentes de este modo en los escenarios. Una gran novela de un autor reconocido, una adaptación que eleva el texto teatral a la altura del texto narrativo primigenio, una dramaturgia potenciadora de los efectos teatrales necesarios, una puesta en escena dinámica y unas interpretaciones brillantes. ¡Qué más se puede pedir!

Los cientos de personas que poblaban el salón del Palacio de Congresos El Greco aplaudieron largamente. Nunca he visto un aplauso con tanto merecimiento.

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