VIVIR TOLEDO
Alijares, 1888. Escuela práctica de la Academia General Militar
El Ayuntamiento de Toledo ofreció un terreno, a cuatro kilómetros, entre el arroyo de la Rosa y la cuesta de Las Nieves
Desde 1846, con la llegada del Colegio General Militar , Toledo fue la sede de sucesivos centros de instrucción castrense, esencialmente del arma de Infantería, cuyos asentamientos fueron el Hospital de Tavera (muy fugazmente) y céntricos edificios como el Hospital de Santa Cruz, la Casa de Caridad y el Hospital de Santiago. El Alcázar no pudo utilizarse hasta 1875, sufriendo, en 1887, un casual incendio cuya reparación alcanzó hasta principios del siglo XX. Las clases teóricas y de orden cerrado tenían lugar en los viejos edificios y en las explanadas anejas a los pabellones de Capuchinos, Santiago y el Picadero, además de acudir, en alguna ocasión, al paseo de Merchán y al Polígono de Tiro, terreno éste que la ciudad cedió (1869) bajo el cuartel de San Lázaro y que, desde 1920, acogería la Escuela Central de Gimnasia. El paraje más cercano de las prácticas de combate eran los cerros del castillo de San Servando, donde, en 1948, renacería la nueva Academia. De todo este proceso -puntualmente investigado por el académico e historiador militar, José Luis Isabel Sánchez: La Academia de Infantería de Toledo (1991)- se evidencian las continuas salidas que hacía el alumnado desde el centro de la ciudad al objeto de completar la instrucción estipulada en cada curso.
En 1883 se abrió en Toledo la Academia General Militar cuyo plan finalizó en 1893, prosiguiendo la formación del arma de Infantería hasta 1931. Para apoyar al ramo de Guerra, en 1886, el Ayuntamiento ofreció un terreno, a cuatro kilómetros, entre el arroyo de la Rosa y la cuesta de Las Nieves, conocido como Alijares. Aquello era parte de un extenso territorio que, en el siglo XIII, la Ciudad compró a Fernando III, con objetivos repobladores y de explotación de pastos, ganados y otros recursos que se libró de las leyes desamortizadoras del siglo XIX. Primero fue un permiso a fin de que el alumnado de la Academia General Militar efectuase sus prácticas, después, en 1927, se escrituró como una cesión siempre que aquel infértil sitio se aplicase a tales usos.
Un lugar previo a Alijares para las maniobras fue Majazala, a 19 km. de Toledo, enlazado por la estación de Algodor. En mayo de 1885, meses antes de fallecer, el propio Alfonso XII participó allí en un simulacro de ataque al recinto donde los cadetes cumplían un programa de dos semanas. En los dos años siguientes se repitió un plan parecido, pero ya en Alijares. De la primera época campamental es un impreso con planos y croquis incluidos, titulado Escuela práctica de la Academia General Militar (Toledo, 1888), debido al teniente Casto Barbasán Lagueruela (1857-1924), profesor ayudante de la misma, curtido en campañas contra los carlistas y fecundo escritor de temas castrenses. Fue director y propietario de la revista Estudios Militares , aparecida en Valencia (1883) e impresa en Toledo, entre 1885-1895, y luego en Madrid hasta 1935. El autor citó las prácticas habidas los tres cursos anteriores de las que nada llegó a publicar en su día: Majazala (1885) y Alijares (1886 y 1887); las últimas «sin tanto lucimiento», tras el voraz incendio que había sufrido el Alcázar aquel año. Después detalló todo el programa señalado en una orden general, de 8 de mayo de 1888, que finalizó el día 29 del mismo mes con un simulacro de combate en Olías y la posterior marcha hasta Toledo. Aquellas prácticas habían movilizado una fuerza de 785 efectivos.
Barbasán describe el terreno de Alijares como un paraje de áspero suelo y monte bajo. Hasta allí las compañías de cadetes marchaban por la Estación de ferrocarril, el arroyo de la Rosa y los caminos de la fuente de la Teja y del Batán, empleándose un acceso desde la carretera a Ciudad Real para los carros del aprovisionamiento. El cronista destaca como valores estratégicos del lugar el dominio visual del valle del Tajo, la cercanía al ferrocarril y el ser punto avanzado de los Montes de Toledo donde estarían las mayores líneas de resistencia en caso de una invasión «procedente del Pirineo».
El texto cita los medios destinados a impartir los ejercicios propios de cada año y de cada una de las cuatro secciones de la Academia: fortificación, tiro, topografía, telegrafía, táctica aplicada, reconocimientos, combates, planes de defensa y ataques. Para la estancia en Alijares durante tres semanas se levantaron tiendas de campaña de los alumnos y clase de tropa, aparte de las destinadas a los jefes, oficiales, médicos, músicos, etc. Se montaron «barracas de tablas» para los gabinetes de telegrafía, topografía, dibujo y un almacén. Otras dotaciones fueron los comedores, la cocina, un aljibe, cuadras, letrinas… Aquellas instalaciones, entre 1904 y 1910, se mejoraron con un depósito de agua, electricidad, arbolado y pabellones de fábrica en lugar de tiendas de campaña. Gracias a un álbum de veinticuatro fotografías a la albúmina -fechado en 1888, con el mismo título del texto de Casto Barbasán-, conservado en el Archivo Municipal de Toledo , se puede ver el escenario de Alijares con sus protagonistas.
La memoria impresa refiere las tareas prescritas para las secciones de infantería, caballería, artillería y minadores. Un detalle anejo, a cargo de un jefe de Ingenieros, fue el envío de diez palomas con un mensaje al palomar de Guadalajara, cuyo recorrido (112,5 kilómetros en línea recta) lo hicieron en una hora y once minutos. La aplicación de la teoría militar en distintos parajes se recoge en la descripción de cinco marchas de reconocimiento en Toledo y su entorno con sus respectivos croquis: aguas arriba del puente de Alcántara; una línea de ataque por el «bosque de Las Nieves» ; una base ofensiva en el perímetro de la ciudad, en la orilla derecha del Tajo; proteger una retirada auxiliar en el camino de la Virgen del Valle a Argés; cubrir un repliegue desde el «bosque de la Sisla» y estudiar el poblado de Azucaica para observar y vigilar los pasos del río. En cada una, además de las maniobras realizadas en el terreno, se anotan muchos topónimos -algunos ya olvidados- de caminos, caseríos, fuentes o fincas como la Casa de Campo, Venta del Cuervo, Venta de Pozuela, Mirador de las Nieves, camino del Sopón, Cruz del Cañón, Valduerme, Villagómez, La Isla o Valdecubas entre otros más.
La actividad en Alijares, al final de cada curso, perduró regularmente hasta 1936. La Guerra Civil selló su final y trajo la pérdida de las instalaciones, reducidas ahora a mutilados paredones y dispersos vestigios raspados por el tiempo. Gracias a los anuales reportajes del antiguo Gabinete Fotográfico de la Academia de Infantería y a las crónicas de la prensa local de la época se puede recomponer el desarrollo de unos programas de instrucción y la vida diaria de un campamento que tuvo casi medio siglo de existencia.