Los últimos supervivientes de una tradición milenaria
Tomás González, mayoral de la ganadería de Alicia Chico, guía la trashumancia de 350 vacas bravas de Teruel a Jaén, atravesando decenas de poblaciones de Castilla-La Mancha
Para los niños y no tan niños de Viveros, un pueblito al oeste de Albacete en el que apenas habitan 300 vecinos, es un regalo adelantado de Reyes. Suenan los cencerros, se oyen los gritos de los pastores y más pronto que tarde aparecen cientos de vacas bravas, en manada, totalmente en libertad, de camino a su viejo hogar. Esa mañana, los profesores, generosos, han hecho la vista gorda con las clases, porque al fin y al cabo no siempre se puede contemplar en directo el sagrado rito de la trashumancia , una tradición milenaria.
«En todos los pueblos, la gente sale a vernos e incluso hacen kilómetros y se acercan desde otros lugares» , afirma Tomás González Rubio, de 42 años, el mayoral a cargo de 350 vacas de Alicia Chico, la ganadería de bravo que realiza la trashumancia más larga de España, con salida en Frías de Albarracín, dentro de los márgenes de Teruel, y meta en Vilches, en tierras de Jaén. Tomás habla por teléfono con ABC y la cobertura va y viene, se corta con frecuencia. Ya son casi las seis de la tarde, la hora a la que se esconde el sol, y toca hallar refugio para que los animales descansen hasta el día siguiente.
El despertador sonará a las seis y media de la mañana, siete como mucho. La ruta es dura, abrupta. No se busca que sea la más rápida, sino la más cómoda para las vacas. «Ellas mandan», resume con buen humor el mayoral, que se acaba de meter una paliza andando de «entre 18 ó 20 kilómetros». A campo abierto, cada jornada es distinta. Pueden hacer diez ó 25 kilómetros. Depende del tiempo, de la comida que encuentren y de que el agua no escasee. Por supuesto, da igual que sea domingo o lunes, que juegue el Atleti o que uno se haya levantado perezoso. Hay que seguir.
Tomás, los cuatro hombres que le acompañan y los animales se pusieron en marcha el 23 de noviembre, unos diez días más tarde de lo que venía siendo normal otros años. La razón del retraso es que «en la finca de Vilches no había comida suficiente al no haber llovido y, sin embargo, en Teruel aún quedaba y todavía no hacía mucho frío para lo que es la zona». La previsión optimista es llegar al destino «el 22 ó 23 de diciembre» y escaparse al pueblo para, al menos, estar con la familia en Nochebuena, pero con las vacas bravas nunca se sabe. «He dicho al resto de los que vamos que compre turrón, por si acaso», bromea.
Entonces habrán atravesado decenas de pueblos, cinco provincias (Teruel, Cuenca, Albacete, Ciudad Real y Jaén) y tres comunidades autónomas (Aragón, Castilla-La Mancha y Andalucía). Tomás nació en Puebla del Príncipe, un pequeño municipio ubicado en el Campo de Montiel ciudadrealeño, colindante con Albacete y Jaén. Su hermano trabajaba en una ganadería y con él se iba, «como una novedad, hasta que al final te acaba gustando». «Esto del toro bravo es una pasión» , presume con orgullo. Desde que empezó con la trashumancia, hace siete años, vive cinco meses en Teruel, otros cinco en Jaén y dos en algún punto del camino.
Las dos primaveras
«El motivo de hacer la trashumancia es aprovechar las dos primaveras que decimos. La primavera en Teruel empieza en julio, que es cuando está el verano en Jaén. La finalidad es, sobre todo, buscar la comodidad de los animales. En Vilches, rara vez están bajo cero en invierno, pero en verano pueden alcanzar los 40 grados. En Frías de Albarracín, lo lógico es que nieve a principios de octubre o incluso en septiembre», explica.
Mientras las hembras completan la travesía a pie, los machos se trasladan de una finca a otra en camiones. Lo tienen así establecido porque «es más problemático que la hagan, están destinados a la lidia y, además, solo los toros que nosotros queremos pueden cubrir a las vacas».
La vuelta de Andalucía a Aragón será en junio. Y será por las mismas veredas, por una España vaciada en la que los abuelos se mueren sin que nadie los reemplace y en la que los pocos niños que nacen se saltarán el colegio para ver vacas reales y no de dibujos animados. Y, con suerte, hasta las podrán dar de comer.
«La gente se porta bastante mejor que la administración», lamenta Tomás, que considera que los políticos «no ponen nada de su parte». Cuenta que la ganadería de Alicia Chico suma cuatro generaciones haciendo la trashumancia y asegura que acondicionar más refugios para los animales o instalar más pilones de agua «no cuesta nada». «A mí me da lo mismo dormir debajo de un pino», añade.
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