'El Trenillo', el viejo ferrocarril que cruzaba el Campo de Calatrava
Desde 1893 hasta 1963, el tren conectó Valdepeñas y Puertollano, según relata el escritor Pedro A. González

Durante las pasadas jornadas de Fenavin, celebradas en Ciudad Real los días 10, 11 y 12 de mayo, el poeta manchego Pedro A. González Moreno presentó una ponencia titulada ‘Ruta enoturista del trenillo’ . En ella, acompañada de mucho material fotográfico, evocaba los lugares por donde discurrió, desde 1893 hasta 1963, el antiguo ferrocarril de vía estrecha a lo largo del Campo de Calatrava .
Enoturimo
Aquella ruta de 76 kilómetros entre Valdepeñas y Puertollano atravesaba también las poblaciones de Argamasilla, Aldea del Rey, Calzada, Granátula y Moral, y de su trazado apenas quedan ya en pie unas cuantas estaciones, casillas y puentes ruinosos. Sin embargo, se trata de un itinerario que hoy goza de muchas posibilidades para practicar el enoturismo, por la cantidad y calidad de bodegas y vinos que ofrece; pero también, a lo largo de la ruta, se puede disfrutar de su diversidad paisajística, de una singularidad geológica que se refleja en los numerosos y espectaculares volcanes, y de una riqueza patrimonial y cultural cada vez más valoradas.
El proyecto de aquel trenillo, que transportaba pasajeros y mercancías, fue llevado a cabo por el empresario vasco Pedro Ortiz de Zárate, propietario de la finca de Montanchuelos, y su proyecto, a la larga, acabó resultando ruinoso.
Vínculos comerciales
Cuentan quienes lo conocieron que aquel tren avanzaba con mucha lentitud, y a pesar de todo descarrilaba con cierta frecuencia debido a la precariedad con que se habían resuelto algunos tramos de su construcción. Pero durante casi un siglo cumplió muy decorosamente con su misión, que era la de establecer vínculos comerciales y humanos entre los pueblos de su ruta.
Según explicó el autor durante la ponencia, «sus raíles trazaron por el Campo de Calatrava una gran cremallera metálica que abrió un sueño de prosperidad y progreso entre los pueblos que atravesaba. Esa línea férrea actuó como una frontera entre dos mundos, o fue una especie de línea divisoria entre dos épocas: una, que venía de un pasado oscuro y difícil, que llegaba desde los remotos tiempos de la industrialización y atravesó, a golpes de carbón, los años más duros del franquismo: un tiempo donde todo se movía con lentitud, donde el aire tenía olor a carbonilla, a brasa de picón, a humo de bolliscas…Y otro mundo que, a principios de los años 60, ya alboreaba y comenzaba a moverse a más velocidad, impulsado por otros combustibles como la gasolina y por otros vientos más favorables y dinámicos, que eran los del desarrollismo y el progreso».
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